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La única vía para acabar con el narcotráfico es la legalización de la producción, comercio y consumo de las drogas. Y para eso se necesita que el tema se estudie de manera integrada internacionalmente, sobre todo entre Estados Unidos (principal mercado consumidor), México y Colombia (principales países productores).
No es un problema de un gobierno. Es el principal reto de esta generación y para su análisis hay que dejar a un lado los argumentos conservadores, la hipocresía reinante y los dobles estándares.
Después de la reunión del Presidente Juan Manuel Santos con el Subsecretario de Estado, James Steinberg, quedó claro que las relaciones entre Colombia y Estados Unidos necesitan una nueva hoja de ruta con respecto a la lucha contra las drogas y la política prohibicionista.
No tiene sentido que Washington siga invirtiendo en la guerra contra la producción de la droga en México y Colombia, pero a la misma vez sea legalizado el consumo y la producción en California, como parece que va a pasar.
Si se legaliza la droga para reducir los efectos del consumo, también se debe legalizar la producción para acabar con las terribles secuelas que esto tiene en México y nuestro país. La legalización terminaría con la violencia, la corrupción, la desestructuración progresiva de la sociedad que el narcotráfico trae consigo y con la principal fuente de ingreso de las Farc.
La legalización del comercio, transporte y comercialización de la droga, también es necesaria para que el negocio deje de ser desmedidamente rentable para sectores violentos, gracias a que tienen el monopolio del mercado, y se convierta en un negocio ordinario, que además produzca impuestos que puedan ser invertidos en el bienestar social.
La despenalización no es suficiente. Eso sólo evitaría que los consumidores vayan a la cárcel o que los vendedores encuentren consumidores más tranquilos, pero no termina con el narcotráfico ni con la corrupción actual de sectores de las autoridades.
No es cierto que se esté acabando con el narcotráfico, a pesar de las continuas detenciones y decomisos. La policía colombiana ha hecho un excelente trabajo. Pero mientras las autoridades arrestan narcotraficantes, desmiembran carteles, confiscan gigantescos cargamentos y destruyen laboratorios, poco ocurre en el panorama general del combate contra la droga, porque el producto sigue llegando de manera masiva a los mercados principales.
El problema nunca se va a acabar mientras existan los consumidores.
Por eso necesita otra mirada y el ejemplo de esto es el tabaco, que a pesar de producir tanta o más adicción que la cocaína o marihuana y de tener peores consecuencias en algunos casos, ha conseguido reducirse sustancialmente su consumo a base de campañas educativas, rechazo social y colaboración de los establecimientos comerciales, eso sin generar los daños de la prohibición, que traería consigo también la formación de bandas de tráfico ilegal de tabaco, más violencia y mayor corrupción.
La legalización no debe significar venta abierta, sino regularización del negocio, de la producción, transporte y comercialización, con permisos para cada actividad, control de la calidad del producto para que no sea adulterado y precisiones legales como venta únicamente a mayores de edad. Fuera de eso, medidas secundarias como no comercializarla cerca de instituciones educativas, no publicitarla en los medios de comunicación, y otros controles que se ejercen con el alcohol y el tabaco. Eso sí, invirtiendo lo que se gastaba en la guerra contra las drogas, en educación sobre el tema y acompañamiento de campañas de prevención al consumo abusivo y de tratamiento médico a los adictos. El paso que está dando California es acertado. Pero es un salto que debemos dar todos, y no solo una región aislada. Siempre se necesita un valiente que se atreva a dejar la hipocresía y California lo está haciendo. Por lo pronto, no está claro que Colombia sea capaz de eso.