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HISTÓRICO
LEJOS DEL ABISMO
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Por SANTIAGO SILVA JARAMILLO | Publicado

Me resisto a pensar que ocho años de avances puedan ceder completamente con dos años de algunas torpezas. Y lo hago porque confío en que las cosas que se hicieron en los dos últimos gobiernos se hicieron bien; que los esfuerzos en seguridad, estabilidad macroeconómica y cobertura y calidad de la educación aseguraron pilares sólidos.

Y digo esto porque en los últimos meses se ha convertido en un reto enorme pertenecer al "uribismo moderado".

Es decir, a quienes reconocemos los logros del expresidente durante su gobierno, pero no dejamos de ser críticos con sus desaciertos pasados y presentes.

En efecto, el uribismo más recalcitrante se ha comprometido con la labor de oposición al gobierno Santos.

La oposición política es una de las principales expresiones de una democracia sana, pero en algunos casos han cometido excesos; han pecado por querer que todo lo malo que ocurre en el país sea culpa del presidente.

Los problemas de seguridad, por ejemplo.

El Ejército es el mismo, los soldados y oficiales, la estrategia y el esfuerzo. En realidad, la desmejora de la seguridad ya venía de los últimos años del gobierno Uribe, y no por culpa de él (pero tampoco de Santos), sino por la dinámica misma de una guerra que es muy compleja de pelear. Entre otras razones porque nuestro enemigo cambia a cada instante; se acomoda, evoluciona y vuelve al ataque.

Otro asunto, más coyuntural, pero no menos importante, es el reciente fallo de la Corte Internacional de Justicia, en el que Colombia perdió una porción de territorio marítimo.

Algunos personajes se han dedicado a culpar al actual gobierno. Pero Santos tenía tanto control sobre esa decisión como de si hace o no erupción un volcán.

La derrota fue de 11 años de proceso, de cuatro gobiernos y tres presidentes. Perdió la nación, no un personaje, y nuestra incapacidad de entender esto nos muestra nuestros desafíos como país. Seguimos empecinados en encontrar nuevas maneras de mantenernos separados; de buscar un chivo expiatorio sobre las realidades que debemos asumir como nación.

Reconozco que me incomoda sobremanera defender a Santos. No voté por él, ni siquiera cuando era uribista y no me gusta ahora, que ya no lo es.

Pero existe una distancia muy grande entre la falta de afinidad y el odio; una distancia marcada por la capacidad de ser justo, de dar y reconocer a cada quien lo que se merece.

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