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7 y 9
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No fue sino llegar esta semana a Medellín para que una serie de voces me contaran sus miedos, no sé si para atemorizarme o para que, sencillamente, tuviera más cuidado: Que a un vecino le robaron el celular y la argolla de matrimonio por la avenida El Poblado, al frente del Euro. Que a la tía de una amiga por la avenida Oriental, al frente del comando de la Policía, le arrebataron la cadena. Que a un amigo le robaron el celular por Campos de Paz. Que en San Juan, Fulanita sacó la mano y le quitaron el anillo. Que en uno de los semáforos de Colombia un familiar vio cómo un par de motociclistas le robaron al de adelante. ¿Qué hiciste? Nada, el susto me paralizó. Todos estos casos ocurrieron de día.
La lista era agobiante, con todo el que hablaba me contaba algún caso. El tema de los atracos salía en las conversaciones como quien pregunta por un pariente enfermo o simplemente te indaga sobre alguna cosa en Bogotá.
El lunes cogí un bus rumbo al centro. Casualmente el tema de la emisora era sobre la ineficiencia de la Policía ante los atracos, sobre si servían o no los CAI, en fin. Cosa curiosa, la mayoría de oyentes que me tocó en el trayecto era de Medellín.
Lo mismo, se quejaban de la inseguridad, de la actitud tan pasiva de la Policía. Un oyente contó que apenas lo atracaron buscó a un policía que estaba muy cerca y le dijo que fueran tras el ladrón porque él vio dónde se metió. El policía le dijo que no podía hacer nada porque no tenían arma y claro, mientras hacían el reporte, pasaron 10 minutos y el ladrón escapó. Esto es pan comido, me imagino que piensan los delincuentes.
Apenas me bajé del bus caminé hasta Villanueva para comprar recortes de hostias. En el almacén había una señora comprando un santo. En esas le sonó el celular. Contestó, pero lo único que dijo fue: "Ahora te llamo querida porque estoy en el centro y aquí ya no se puede contestar".
¡Qué cosa tan aterradora… Medellín es una ciudad con miedo y el miedo lo único que hace es deteriorar la confianza en el otro. Casas y edificios cercados, ventanillas de los carros cerradas, silencio en los buses, todos se vuelven posibles ladrones. Cuando dejamos de creer en los demás la solidaridad se acaba y un pobre joven que carga en su carro un colchón y que se baja en el semáforo de Pavezgo para preguntar una dirección se vuelve un sospechoso, pocos conductores se atreven a darle información. Si la gente de Medellín tiene miedo y la Alcaldía no hace nada, ese miedo nos arruinará como sociedad. De nada sirve una imagen positiva en el exterior si adentro muchos creen que esto es un peligro.