Los piropos cambian los pasos. Una mujer no camina igual después de un "me gustaría ser aviador para volar en tus sueños". Y lo hace porque se le pusieron los cachetes rojos o, por el contrario, porque se ofendió.
La escena la tienen muchos en la cabeza, una mujer camina cerca a una construcción, el albañil la mira y, de pronto, llega el juego de palabras, "si Cristóbal Colón te viera diría: Santa María, que Pinta tiene esta Niña". Los piropos no son solo de obreros. Los abuelos los pronunciaron para cortejar, porque no todos son ofensivos, muchos son poéticos.
"No tienen la vigencia de antes. Eso se ha ido perdiendo, porque la comunicación entre el hombre y la mujer ya no es como antes, cuando abordar era muy complicado. En los sectores populares sí es muy frecuente, pero es un piropo agresivo, de mal gusto", señala Federico Medina, profesor de semiología.
La definición solo habla de lisonja, una alabanza para alguien, pero el uso ha traído los ofensivos, que generan rechazo y prevención.
El origen
El profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana, Memo Ánjel, comenta que tiene "su origen en España y se trataba de lanzar una frase bonita a la mujer, para exaltar su porte, sus ojos, pero ya en nuestro contexto, se ha perdido y se ha vuelto vulgaridad. Se vuelve a la mujer un objeto sexual".
Hay teóricos que prefieren hacer la diferencia, como Carla González, que escribió el libro Si así eres en rayas cómo serás en pelotas: los piropos son para mostrar afecto y admiración y los antipiropos son hostiles, porque sobrepasan los límites del respeto y del mal gusto.
El piropo se hace con esa poética cotidiana, si bien usa la repetición. Medina precisa que antes era una frase construida de lo que escuchaban a otros, de lo que leían, del bolero. Todavía pasa y suelen utilizar la comparación. Pocas veces son construcciones originales. Lo que es repentino es la elección de ese piropo, para esa mujer específica.
Como las formas de acercarse al otro han cambiado, la lisonja se usa poco. El más común es el antipiropo y de ahí el rechazo, el que muchos crean que no es su época de oro. De todas maneras, siempre está detrás el hecho de que un piropo cosifique a la mujer y la vuelva objeto. La lisonja se hace sobre la belleza, sobre el cuerpo.
Ese juego del lenguaje no sucede en todo el mundo. Es propio de sociedades extrovertidas, que tienden a la hipérbole, a la retórica, a los juegos de palabras, a las metáforas, según explicó Esther Forgas, catedrática de Lengua española, en un artículo sobre el piropo en El País de España, en 2011.
José Mujica, presidente de Uruguay, lo trajo de vuelta, cuando una periodista le preguntó si en su país, como turista, podía conseguir un cigarrillo de marihuana, y él respondió: "Tú eres una piba irresistible, seguramente vas a conseguir alguien que te la consiga por ti". Todos rieron ante la lisonja.
Los piropos también han traspasado las situaciones reales. El escritor Evelio Rosero, por ejemplo, lo llevó a un cuento, Las esquinas más largas, donde un señor, que jamás había dicho un piropo, le soltó uno a una mujer muy bonita que estaba en una esquina, "mátame, madre mía", sin darse cuenta que el papá estaba ahí, comprando un cuchillo, listo para perseguirlo.
Lo cierto es que en extinción o no, a las mujeres les gustan los piropos, solo si, como dice la lectora de El Colombiano en Twitter, @Linamrd, "dicen algo bonito, porque es rico y agradable saber que lo miran a uno con respeto".
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