Una bandera venezolana colgada a la espalda y un sombrero vueltiao dejaban en claro cuál era el origen de Gustavo Cruz.
El joven, de padre venezolano y madre colombiana, que vive hace cuatro años y medio en Medellín, relató "el fraude" que pudo constatar en febrero pasado cuando fue testigo electoral por los partidos de oposición durante el referendo que buscaba aprobar la reelección del presidente Hugo Chávez.
Su intervención en el Parque Bolívar de la capital antioqueña, minutos antes de comenzar la marcha para rechazar el "intervencionismo" del presidente Chávez en Colombia, emocionó tanto a un joven colombiano que con lágrimas en los ojos se le acercó para decirle que debían seguir luchando por el bienestar de su país.
Gustavo trataba de oírlo mientras unas 100 personas gritaban arengas en contra de Chávez y trataba de explicar por qué está convencido de que hay dos venezuelas: una en la que los seguidores del Gobierno reciben préstamos en los bancos, becas y empleo; y otra, la de la gente como su papá que por no apoyar una ideología política se quedó sin un préstamo en un banco y las puertas cerradas para trabajar.
Se multiplicaron
Al filo del mediodía, la gritería aumentó y la gente comenzó a multiplicarse y unos 800 manifestantes se unieron al recorrido por Junín, La Playa y Carabobo, hasta llegar a La Alpujarra.
Quienes los encabezaban les advirtieron que debían evitar la confrontación en caso de encontrarse con gente que no compartiera su modo de pensar. La advertencia tenía origen en la marcha que contra el presidente Álvaro Uribe se concentró cerca al teatro Pablo Tobón Uribe, pero que no se llevó a cabo por poca concurrencia.
Pero los manifestantes (en su mayoría mayores de 50 años) empezaron a cantar el himno nacional y otros siguieron con las consignas antichavistas que se iban dictando desde una bicicleta adecuada con parlantes.
Alicia -a secas, por razones de seguridad- y una vecina del sector de El Estadio llevaban una pancarta en la que se proclamaban abuelas preocupadas por el futuro de sus nietos. "No queremos imaginarnos este país si ese señor se mete aquí".
Con ellas iban algunos estudiantes, jubilados y contratistas particulares, como Carlos Olaya, que llegó para defender el derecho que sus hijos tienen de vivir en un país con ideología propia y no con una prestada.
Eso sí, en medio de las arengas todos dejaron claro que una cosa son los gobiernos y otra la gente. Tal vez por eso, de cuando en vez, soltaban un aplauso para los "hermanos venezolanos".