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No sé si alguno de ustedes ha tenido la experiencia de hablar con un preso, o ha estado de visita en una cárcel o esperado entre rejas una decisión judicial. O si haya sido condenado. Culpable o no, el discurso de quien ha perdido su libertad es sobrecogedor. Y cuando aquel que está encerrado es inocente, se torna devastador. (De acuerdo, todos alegan su inocencia, pero muchos tienen la razón).
Perder la libertad es, tal vez, la peor pesadilla.
Las explicaciones posibles a las fallas en la administración de justicia se mueven en los terrenos de la corrupción, el diseño del sistema, la ineptitud y el yerro sin intención. Seres humanos, imperfectos, juzgan a sus semejantes.
A diferencia de los ciudadanos de los países del Primer Mundo, de nosotros siempre se espera lo peor. Y, como caníbales, entre paisanos hemos arrasado con el principio fundamental de la presunción de inocencia: Jubis Hazbún y Sigifredo López, son prueba de ello. Desde hace más de dos años, circula en los diarios el caso de Wilmar Vera, acusado de la autoría intelectual de un crimen. En medio de un proceso judicial plagado de irregularidades, este profesor universitario clama por su inocencia desde el hacinamiento de una celda en el Eje Cafetero. Angustia pensar cuántos "Veras" vegetan, sin esperanza, en los penales colombianos.
Con intermitencia ?irresponsable? evocamos a los chivos expiatorios, usados por las autoridades para mostrar resultados ante sus superiores. Quién olvida los falsos positivos.
Pero vamos más allá, crucemos las fronteras. Existe algo más infame que el uso de estas carnadas humanas: aprovecharlas para satisfacer convenios con otro país.
Mañana, en el café Otraparte, el periodista José Guarnizo presentará su obra de no-ficción "Extraditados por error", los testimonios de cuatro colombianos que perdieron su libertad por crímenes que nunca fueron comprobados.
Un fragmento provocador: "Antes de despedirse, la abogada fue franca al decir que no iba a ser fácil que la Corte Suprema de Justicia echara para atrás la solicitud del Gobierno norteamericano, puesto que la extradición aparecía en el panorama de la legislación colombiana como un simple trámite, más que como un proceso".
Un dato revelador: en el año 2000, Colombia extraditó a doce colombianos; en 2008, a 207: "Esa explosión es paralela a la puesta en marcha del Plan Colombia, que significó para los gobiernos de Andrés Pastrana y de Álvaro Uribe casi 3.700 millones de dólares en ayudas, en toda la década del 2000".
"Extraditados por error" abre las puertas de otro debate: quiénes han sido enviados a cárceles norteamericanas para acallar crímenes ajenos. Para evitar que testifiquen en Colombia en contra de otros delincuentes.
Al cerrar la última página de este libro, en plena celebración de la Independencia de Colombia, se siente una bofetada. Resulta inevitable reflexionar sobre el concepto de soberanía. Acude a mi mente Leviatán, de Thomas Hobbes: "La soberanía es un alma artificial que da vida y movimiento al cuerpo entero".