Muchos colombianos esperábamos el consistorio anunciado para el 11 de febrero en el que se daría a conocer la fecha de canonización de la Madre Laura. Ayer lunes nos hemos levantado con la noticia de que dicha reunión, en la que anunciaron que tendremos nuestra primera santa el 12 de mayo, finalizó nada menos que con la renuncia del Papa Benedicto XVI.
Y aunque esta inusual decisión nos causa una gran sorpresa e incluso incredulidad creo que debe primar la gratitud de estos casi ocho años de “gastarse y desgastarse por el Evangelio”, como dice el apóstol San Pablo, y de reconocer con sensatez y profunda humildad, que para esta enorme responsabilidad es necesario tener vigor, el cual “ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”, como dijo al presentar su renuncia.
Ya lo había dicho en el libro – entrevista Luz del Mundo, en diálogo con el periodista alemán Peter Seewald: “Si el papa llega a conocer con claridad que física, psíquica y mentalmente ya no puede con el encargo de su oficio, tiene el derecho, y también en ciertas circunstancias, el deber de renunciar”.
Benedicto XVI ha tenido una actitud humilde al dejar su cargo. Creo que nos choca, justamente porque la humildad es una virtud que en estos tiempos brilla por su ausencia. En esta decisión no ha primado ni él, ni su imagen ante los medios de comunicación, tantos de ellos con especulaciones fuera de foco, sino que ha sido guiada por la oración y por el amor a la institución que representa. De reconocer que para guiarla es necesario tener las fuerzas que, reconoce, le faltan, especialmente en estos tiempos de grandes desafíos y de cambios acelerados nada fáciles para la Iglesia.
Y aunque el último papa en renunciar lo hizo hace 598 años, esta decisión la contempla el Código de Derecho Canónico de 1983, que dice en su numeral 332: “Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie”.
Extrañaremos al Papa y a las valientes acciones que emprendió en estos casi ocho años: la lucha sensata contra la doble vida de algunos sacerdotes y religiosos y las líneas claras que dejó para acabar con esta plaga. Extrañaremos sus catequesis que durante tantos miércoles nos acercaron a la más rica tradición de la Iglesia. Le agradecemos su herencia resumida en tres encíclicas sobre la caridad y la esperanza así como en sus discursos, mensajes, homilías y en la trilogía de Jesús de Nazaret. Aprendemos de él su constante preocupación por la nueva evangelización, su diálogo y cercanía con representantes de otros credos, su preocupación por América Latina y Africa. El espacio se queda corto. Hay mucho más por agradecer.
Con esperanza aguardamos el día en que su sucesor sea elegido para que además de la fuerza y el vigor que necesita, se descubra siempre, como dijo Benedicto XVI al iniciar su pontificado como un “humilde servidor de la viña del Señor”.
*Fraternidad Mariana de la Reconciliación
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