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HISTÓRICO
Una lección para los candidatos
Santiago Silva Jaramillo | Publicado
Viajando recientemente en el metro me encontré pensando en las razones del éxito de la llamada "cultura metro".

¿Por qué las personas se comportan, en general, de una manera diferente en el metro que en el resto de la ciudad?

Todos lo hemos visto, y sobre todo sentido; la pertenencia y el respeto; la identificación y el orgullo, todo esto combinado, logrando que los usuarios del metro y los ciudadanos en general tengan una actitud y un comportamiento respecto a éste totalmente diferente que a otras instituciones y servicios públicos de la ciudad.

La primera explicación que podría darse es que las personas tienen en alta estima el metro porque les provee, eficientemente, de un servicio esencial; y la gente, según esto, tiene siempre en su cabeza la idea de portarse bien y cumplir las normas cuando saben que aquello repercute directamente en su bienestar personal.

El problema con esta explicación es que si funciona para el metro, debería hacerlo para problemas sociales tan variados como el respeto a las normas de tránsito o la disposición adecuada de las basuras, pero esto, como todos muy bien sabemos, no ocurre.

Otra manera de entender el fenómeno del metro se encuentra en lo que podríamos denominar el efecto de la presión social. Mejor dicho, que la gente se porta bien porque no hacerlo estaría mal visto por las otras personas y esta opinión es importante para los individuos.

La realidad, de nuevo, es que si esta regla funcionara, los ciudadanos mantendrían esta conducta también cuando salen del metro, esperando mantener la buena imagen de los demás transeúntes. Lo que no siempre ocurre.

La tercer forma de explicar el fenómeno de la "cultura metro" se sostiene sobre la idea de que las comunidades tienen atributos culturales específicos que determinan la manera como se relacionan con el mundo y, en el caso que nos ocupa, con los servicios públicos, los otros miembros de su comunidad y las políticas públicas.

Es decir, que existe algo eminentemente cultural, intrínseco en nuestra tradición como sociedad, que hace que nos comportemos como lo hacemos una vez accedemos a las estaciones del metro.

Según esta visión neoinstitucionalista, el éxito de la "cultura metro" podría explicarse, por ejemplo, en que la cultura paisa siempre ha exaltado una idea del carácter especial de los antioqueños.

Este excepcionalismo paisa ha sido tan bueno como perjudicial, en algunos casos, pero le ha permite a la mayoría de usuarios del metro sentir un orgullo por el sistema y un respeto tal hacia su buen uso, que determina que su comportamiento sea bueno y cumplidor de las normas. El metro, como gran logro de los antioqueños, lo convierte en orgullo de todos los paisas y lleva a la gente a respetar y cuidar del sistema.

Lo importante de esta reflexión es señalar que dentro de las políticas públicas, programas y medidas de gobierno, no se puede dejar de lado nunca los atributos de una comunidad específica. Los antioqueños y medellinenses los tenemos, y muy claros, pero ¿están, por ejemplo, los candidatos a la Alcaldía de la ciudad teniéndolos en cuenta a la hora de idear sus propuestas y diseñar sus planes de gobierno?

Así pues, pensar a las personas más allá de sus cálculos de conveniencia egoísta o bajo la lupa de la presión social, entendiéndolas más bien como sujetos con tradiciones, creencias y una cultura específica, puede representar una herramienta poderosa para la implementación de políticas públicas, medidas y programas de gobierno muy efectivos.
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