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La ofensiva terrorista de las Farc en el suroccidente del país nos dice mucho sobre el estado y las capacidades de esta guerrilla. Por un lado, que sus recursos para hacer daño se han reducido ostensiblemente, aunque sigan causando muerte y dolor; y por el otro, que han perdido cualquier atisbo de la poca ideología que supuestamente mantenían.
Los atentados de la semana pasada fueron ejecutados como macabra muestra de poder, justo antes de realizar lo que las Farc denominan un gesto "humanitario" de liberar a seis policías secuestrados hace más de una década. En su retorcida lógica, la guerrilla cree que esto los podría hacer ver débiles ante la opinión pública y el Gobierno. Por eso lanzaron esta ofensiva terrorista.
El terrorismo siempre ha sido un arma de desesperados. Reúne todas las ventajas para los grupos que quieren lograr mucho con poco, demostrar que son fuertes cuando en realidad son débiles. En primer lugar, exige muy pocos recursos económicos y logísticos, mientras que los daños pueden ser desastrosos. En Villa Rica, por ejemplo, se estiman daños de más de 2.500 millones de pesos (esto sin contar lo que es imposible de contabilizar: los seis muertos y 25 heridos).
En segundo lugar, la mayor ventaja que ofrece el terrorismo es que genera miedo, caos y una incertidumbre que muchos pueden llegar a confundir con la capacidad real de la organización terrorista para amenazarlo todo. En efecto, las acciones terroristas suelen insinuar un poder que no se tiene.
Pero los atentados también confirmaron la alianza entre las Farc y las bacrim (la investigación de la policía apunta a que el bombazo en Tumaco fue perpetrado por la guerrilla y "Los Rastrojos"), lo que supone no solo un nuevo signo de debilidad. Al fin y al cabo, le es necesario depender de otros grupos para mantener su negocio de narcotráfico, sino de haber cruzado la última barrera que la separaba de convertirse en un cartel de drogas atado a sus negocios ilegales.
Por supuesto que las Farc no están acabadas y está claro que la lucha del Estado debe seguir siendo frontal y determinada para devolverles la seguridad a los colombianos, pero no nos podemos dejar llevar por el engaño al que, como siempre, nos quieren llevar.
La guerrilla no se ha recuperado; en realidad, hay algo roto en su estructura y en su capacidad para hacer daño. Han perdido algo que no recuperarán. Y sus acciones, más que la muestra de un reencuentro con el poder, son el grito desesperado del que ve cómo se acerca su fin.