Ha pasado la marea fuerte de las matrículas escolares. Los colegios han diligenciado, casi en su totalidad, el registro de los estudiantes para adelantar el año escolar 2013.
Queda un porcentaje preocupante por escolarizar. Es el de esa procesión de niños y jóvenes que, por diversos motivos, no han sido aún admitidos, y van de oficina en oficina "como papa caliente". Para ellos, estos son días de ruleta: ser acogidos, conforme al derecho constitucional, o renovar su matrícula, por un año más, en la escuela de la calle.
Y no es que haya deficiencia de cupos, sino que se niegan, en algunos casos, por dificultades comportamentales o problemas de aprendizaje, pero, en otros, porque el desarrollo individual de la personalidad no es entendido, o no son percibidas esas múltiples inteligencias y los variados intereses que llevan los solicitantes a la escolaridad.
Para el primer caso, sabemos que quienes presentan diversos modos de desajuste con la escuela necesitan un acompañamiento profesional y especializado. Pero en esto el Ministerio no ha dado los pasos adecuados. Veinte años atrás, perdimos el recurso de los orientadores escolares. En el inicio del último cuatrienio nos alborotaron la esperanza con la promesa de la inminente vinculación de sicólogos, pero el retraso de la aplicación de esta medida muestra, una vez más, que la educación no está entre sus prioridades.
Para el segundo caso, se requiere no sólo formación, sino profunda sensibilización de los docentes y directivos para entender que quienes van a la escolaridad no llegan para acomodarse a lo que los colegios han definido como sus valores fundamentales, su filosofía y principios, sino que pueden traer otros intereses y expectativas, y que no son idénticos sus ritmos de aprendizaje.
Es el momento para que directivos y maestros afinen el olfato, y pongan su empeño en entender los motivos reales de la desadaptación de los aspirantes rechazados, y llegar a las historias que han construido, a veces con complicidad de la misma escuela.
En mi experiencia, tengo innumerables ejemplos de estudiantes a quienes se les había negado la escolaridad, y que, una vez acogidos, demostraron lo que en tantas escuelas no habían visto: esas otras inteligencias, intereses y habilidades que les daba un sello propio, y por los que lograron finalmente afianzar su personalidad y autoestima.
Mientras el Gobierno toma las medidas pertinentes, y los maestros nos sensibilizamos con la problemática, sigue creciendo de forma desmesurada un ejército de desadaptados en las calles, que son el más propicio cultivo para aumentar de manera alarmante el conflicto social y, por qué no, la delincuencia que hoy asfixia al país. Si la escuela les da la espalda, la calle se ofrece como amplia cátedra de rápidos y fatales aprendizajes.
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