Hace dos décadas Pedro Jiménez Vargas es piloto de barco. Tiene 56 años. Siete hijos. Sonrisa fácil. Se presenta así: “Mi casa flotante es este barco, aquí lo tengo todo. Mi casa queda en la boca de Tamalameque a orillas del río de la Magdalena. Mi familia son mis siete hijos. No tengo esposa, tengo una novia hace 20 años”.
Su rutina a bordo del remolcador Humberto Muñoz, de la Naviera Fluvial Colombiana va, semana tras semana, de Barrancabermeja a Cartagena. Se conoce de memoria los atardeceres, los amaneceres, la soledad del río y su bravura silenciosa. Por ejemplo, en su bitácora de viaje sabe que en el sitio conocido como Bodegas, el río cambia, se vuelve difícil. Del proyecto que busca recuperar la navegabilidad del río y que inició oficialmente el pasado 11 de junio con obras de mantenimiento, dice que no ha visto movimiento, que todo sigue igual, que su rutina y la del río no han cambiado.
“Bajando, cuando el río está bueno, me demoro cuatro días y cuando el río está malo, hasta 10 días en llegar a Cartagena”. Bajando, se explica, es hacer el recorrido entre Barranca y Cartagena. “Encontramos el río malo cuando bajamos cargados. Cuando el río está malo es porque hay pasos que son estrechos y no podemos pasar. Lo que más nos perjudica es el ancho y no tenemos los canales suficientes para poder navegar con el convoy completo”.
Cuenta que la velocidad máxima de su remolcador es de 18 kilómetros por hora, que hace 35 años cuando empezó era marinero y en un pequeño barco transportaba ganado y arroz. Hoy, su enorme remolcador transporta planchones de hasta 1.300 toneladas de hidrocarburos. “En estos años claro, ha cambiado mucho el río. Y más para arriba. Le explico: el río se empieza a empeorar desde Bodegas, desde el kilómetro 594, arriba de Gamarra, Cesar, hasta Barranca, pero no todos los sitios son malos. Son sectores donde se pierde el cauce y ahí nos podemos quedar hasta 15 días esperando que el río se canalice él mismo. Antes navegar el río era mejor. Imagínese que los buques llegaban hasta La Dorada y salían a las 6 de la tarde y lograban amanecer en Barranca, hoy en día no se puede hacer eso”, dice.
El proyecto de navegabilidad toca también la vida de Jony Estrada, de la federación de pescadores de Puerto Wilches, y de otras 400 familias. Al igual que Pedro, hoy sus vidas no han cambiado, pero están con la incertidumbre que cualquier día, su día, su rutina, cambie. “Hasta ahora lo que ha hecho la empresa es socializar con nosotros el proyecto, para poder entender bien y no se vayan a cometer errores. Aunque sabemos que este tema de la navegabilidad del río es para mejorar, vamos a terminar afectados. Los sitios de pesca evidentemente se van a ver afectados. Además, estamos pidiendo que la conectividad con los otros municipios no se nos pierda. Aunque desde el consorcio nos han dicho que van a tener cuidado con eso”.
Jony, pescador desde siempre, cuenta que durante las reuniones que han tenido con el consorcio, la petición de las 400 familias es una sola: “Lo que hemos dicho es que se permita la navegabilidad de los barcos, que nos garanticen que no habrá ningún tipo de afectación a la parte fluvial, a los peces. En últimas, lo que esperamos de todo este proceso es que por lo menos nos escuchen”.
En Antioquia, en Puerto Berrío, la asociación de pescadores, compuesta por 27 familias, asegura que no los han tenido en cuenta. “Como comunidades nos deben socializar el proyecto. Nos hubiera gustado que nos preguntaran cómo nos parecía el proyecto, para que como comunidad pensáramos en alternativas frente al impacto que eso nos va a generar. ¿Usted sabe qué van a hacer con nosotros durante las obras? Nos preguntamos si nos van a cobrar peaje por pescar, cuál será el impacto. Somos 27 pescadores que estamos pendientes de que nos resuelvan el futuro”, dice uno de los líderes de la asociación.