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Bomberos: cien años de historia, mil historias de vida

El cuerpo de bomberos de Medellín cumple 100 años de existencia. El orgullo por y para la institución sigue siendo tan grande como su servicio a la ciudad.

  • 1. Tijera hidráulica (derecha) utilizada por los bomberos de Medellín para cortar material sólido.2. A 32 metros de altura, Cristian y sus compañeros realizan ejercicios de avanzada. FOTOS Julio César Herrera

    1. Tijera hidráulica (derecha) utilizada por los bomberos de Medellín para cortar material sólido.

    2. A 32 metros de altura, Cristian y sus compañeros realizan ejercicios de avanzada. FOTOS Julio César Herrera

  • Bomberos: cien años de historia, mil historias de vida
04 de octubre de 2017
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Imagine que el río Medellín se está desbordando y la creciente es incontenible, trate de pensar en una persona que cayó al río y puede ahogarse, ¿qué haría? ¿Usted se lanza o no a salvarla? Bien, ellos sí lo harían.

La pregunta les resulta graciosa a los bomberos. Su determinación es clara: “sí, sí hacemos lo que sea para rescatarla, pero tratamos de hacerlo minimizando todos los riesgos posibles”.

A las 8 de la mañana en punto, todos los días del año, suena la campana en la estación central de bomberos de Medellín ¡talán! Es hora del cambio de turno. Un día más de atender emergencias en la ciudad.

Cubiertos en su traje contra incendios, ocho bomberos se filan contra la pared a un lado del patio central de la estación Libertadores. El oficial de turno revisa los trajes y la indumentaria, los bomberos que terminan su turno reportan, si es el caso, algún tipo de novedad y dejan sus labores a cargo de la compañía entrante. Después de 24 horas de trabajo llega el descanso.

Son 24 horas de trabajo, no ocho como lo establece la ley, no. El cuerpo oficial de bomberos de la estación central de la ciudad se divide en tres compañías. Trabajan un día completo para descansar dos (48 horas). Así, cada día un grupo distinto resuelve las emergencias en Medellín.

Distinto a lo que piensa la mayoría de la gente, los bomberos no solo están capacitados para apagar incendios. Según la ley 1575 de 2012, la institución debe brindar atención de rescate en todas sus modalidades. Cuando se trata de accidentes de tránsito, emergencias en estructuras, rescates en altura, aguas, espacios comprimidos y, por supuesto, incendios, ellos están ahí.

Viviendo al filo

La tensión es constante. Una vez entran de turno, la labor empieza por revisar las cinco máquinas de bomberos, lavarlas, hacerles mantenimiento y entrenar sus maniobras de rescate. Luego, viene el acondicionamiento físico y la revisión de los equipos propios.

Las manos a la obra y los oídos en la alarma, pendientes, esperando por el llamado de la ciudadanía. Hay una tensión constante. Cada que vez que suena la alarma hay que correr.

“Podemos estar almorzando y paramos, podemos estar desayunando y paramos, podemos estar entrenando y paramos, lo que sea que estemos haciendo paramos, porque esto es inmediato, ni un minuto perdido”, dice Cristian Alejandro Díaz, un joven bombero oriundo de Popayán, que desde hace seis años llegó a Medellín para unirse al grupo.

Y es que los días no pasan en blanco. Según cifras del Departamento Administrativo de Gestión del Riesgo, son 1.500 llamadas, en promedio, las que llegan por mes a la central de emergencias, solicitando ayuda de los bomberos. Unas 50 por día.

Antes de ser bombero, Cristian quiso estudiar comunicación social en su ciudad y por su cabeza no pasaba ni la más mínima idea de lo que era ser un bombero. Tenía claro que quería encontrar algo para hacer en su tiempo libre.

Llegó a los bomberos de Popayán, después de ver un anuncio en televisión y corroborar que sus horarios de universidad no se cruzaban con su nuevo pasatiempo. Una vez que puso un pie en la estación, el pasatiempo se convirtió en su universidad y los bomberos, en su vida.

Con tan solo 17 años logró sus grados de bombero y se empeñó en salvar vidas.

El “peso” de rescatar

Cada vez que reciben su turno, los bomberos de Medellín se visten con su uniforme de fatiga, ese que tiene una tonalidad azul y en el que atienden personas cuando los accidentes son de tránsito. “Sí, no todo el tiempo tenemos el traje contra incendios encima”, aclara Cristian. Cuando la situación incluye fuego de por medio, el ritual es distinto.

Botas, pantalón grueso, guantes, casco y un chaquetón contra incendios. Este último tiene tres capas de protección, según la regulación de la National Fire Protection Association de Estados Unidos. La externa y la más resistente está hecha de kevlar, luego está una intermedia con una barrera hidratante y una interna que regula la temperatura.

Tan solo el traje les acarrea un peso de entre 12 y 15 kilos. “Y eso que hay que sumarle los implementos que nos toca cargar”, relata Orley Medina, bombero y conductor de las máquinas.

A la hora de ingresar en un incendio, los bomberos deben cargar un tanque de aire comprimido en la espalda de 12,5 kilos, si es necesario hachas y demás implementos que sean útiles para salvar vidas de entre el fuego. Son estos los elementos que señala Orley, que le cuelgan casi 30 kilos más a la hora de actuar.

No solo se trata del peso, sino de las altas temperaturas de hasta mil grados que tienen que soportar bajo la gran armadura que es necesaria en la profesión. “Salimos mojados, sí, pero no precisamente del agua, sino del sudor”, dice Orley.

La experiencia cuesta

Medina habla con firmeza, se nota que conoce el quehacer, las arrugas en su rostro delatan su vasta experiencia en el campo. Fue mecánico antes de ser bombero, hecho por el cual le confiaron la conducción de las máquinas.

A su mente llegan los recuerdos de niño, en los que se imaginaba apagando incendios.

Veía las películas en la televisión y al día de hoy puede decir que cumplió su sueño de niñez. Es el primer bombero en salir, el conductor más rápido y a la vez el más cuidadoso.

“Es gracioso, uno sabe que adelanta por la izquierda porque esa es la norma y los carros cuando escuchan la sirena se tiran a ambos lados. A veces es mucho más complicado así”, relata, mientras se ríe al recordar la escena.

El miedo se apoderó de Orley en su primera intervención como bombero. Se encontró de frente con un cuerpo tendido en el suelo y, en el rostro, varios agujeros de bala.

“Yo pensaba, después de atender el accidente, que la persona que hizo eso iba a volver a hacer lo mismo con nosotros”, comenta.

El tiempo, la experiencia, ayudan a asimilar un poco los golpes de las tragedias que se atienden, pero resulta difícil hacerse ajeno al dolor de las personas que pierden sus familiares, sus casas o sus negocios.

“Por eso siempre estamos y siempre llegamos, por la convicción. Esto es como un arte”, dice, pues no todos pueden hacerlo.

La familia de los otros

“El tiempo es muy importante para nosotros”, dice Luis Eduardo Montoya, bombero y especialista en rescates acuáticos.

Arriesgar la vida todos los días les hace pensar en la familia, los hijos, esposas y personas que los esperan en casa.

En el caso de Luis, existe la particular costumbre de despedirse de su pareja e hijo, cada que sale hacia el trabajo como si no hubiera un mañana.

“No importa si hay una discusión de por medio, si tuvimos una pelea, siempre me despido, porque no sé si vuelva”, narra Luis, con la mirada clavada en el piso, pensado probablemente en su hijo.

Sin embargo, su principal razón para dedicarse a este oficio son los parientes de las víctimas.

“Las familias de las personas que están heridas, desaparecidas o que intentamos salvar son las que verdaderamente importan”, asegura.

Luis hizo parte del grupo de rescate en la tragedia del barco “El Almirante”, que naufragó el pasado mes de junio en Guatapé y allí busco hasta el cansancio los cuerpo de las personas que se ahogaron, porque “así la gente puede elaborar el duelo y eso es lo que importa. No es el muerto, es la familia”.

Paradójicamente es cambiar su propia familia por otra. Ambas lo necesitan y es ahí que se descubre el valor de estos bomberos. De todos.

Desde el antaño

En 1970 don Óscar Vallejo llegó a los bomberos de Medellín para prestar sus servicios.

Relata que en su época el bombero era considerado el más “fuerte” de los oficios, que incluso los soldados de la IV Brigada les hacían venias por el respeto que les tenían.

“No le teníamos miedo a nada, porque éramos entrenados para todo”, cuenta.

El día a día de Óscar y sus colegas en esa época no dista mucho de lo que es actualmente. Los entrenamientos iban desde instrucción teórica y práctica, ejercicio físico y prácticas en piscina.

A diferencia de sus actuales colegas, este bombero jubilado de 76 años trabajaba toda la semana, de lunes a viernes, desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde, sin descansos.

Su denominador común: la alarma. El cronograma de actividades se interrumpía una vez que eran alertados por el estruendoso ruido y a ¡correr!

En un cuaderno guarda los nombres de las más de 600 personas a las que ayudó a rescatar durante sus años de servicio.

“Es una institución muy bonita, de mucho compañerismo, casi como una familia”.

Al igual que don Óscar, los bomberos de la estación central de Medellín se sienten orgullosos de su institución y más aun de su familia, esa que se ha forjado a pulso, viviendo al filo de lo que pasa en la ciudad, de atender emergencias y de entregar su vida por la de desconocidos a los que sienten como hermanos.

En medio de la conversación, suena la campana y bomberos ¡a correr!.

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