Dicen aquellos con el oído aguzado que el sonido de la pólvora se diferencia de un disparo porque retumba, que al contrario, los balazos se caracterizan por generan un ruido seco cuando salen escupidos de un arma. A veces, en la distancia, puede ser imperceptible, y entre la confusión, el miedo, la impotencia o la resignación, a una persona quizás solo se le ocurra lanzar una pregunta, que fácil y tristemente está asociada con Medellín: ¿eso es pólvora o bala?
Aun así, esa no es la única expresión de una ciudad azotada por la violencia desde hace por lo menos cuatro décadas, que también, a pesar del combate frontal y la campaña educativa de la Alcaldía, se caracteriza porque cada medianoche entre el 30 de noviembre y el 1 de diciembre es infaltable el estallido de papeletas, voladores y pirotecnia en general, en una práctica de origen paramilitar que fue normalizada por el común y desde el 2003 es conocida como alborada.
Suena pólvora cuando juegan clubes de fútbol como Nacional y Medellín, pero también en fiestas familiares, en celebraciones religiosas, y es bien sabido por la comunidad que la estallan los narcotraficantes cuando logran sacar un cargamento de droga del país. Es en esa ocasión cuando surge otra frase que al igual que la anterior se volvió cotidiana entre la ciudadanía: “eso fue que coronaron”.
Pueden ser palabras sueltas o compuestas. Indagando entre los lectores de EL COLOMBIANO en redes sociales, identificamos otras que se colaron dentro del lenguaje común. Entre ellas, “capo” deja de ser el líder de una banda criminal y se vuelve el calificativo para alguien talentoso en lo que hace; “le mando a los de la moto” pasa de una amenaza real a una burla en una conversación; “se va de costal y pal’ río” ya no siempre significa asesinar y es expresada por un jugador al enviar a la cárcel una ficha en parqués.
No es patrimonio paisa
Juan Mosquera Restrepo, guionista y director de televisión que ha trabajado en diversos proyectos sociales, el mes pasado abrió la discusión en Twitter con una publicación que llegó a tener más de 1.600 interacciones.
“Me acaba de atacar una tristeza que se llama Medellín. Fue así: suenan detonaciones a la distancia y me pregunto, en voz alta; “¿eso es pólvora o bala?”. Luego me digo, en voz baja: “dita sea, esa frase es de nosotros aquí”. Hay frases que duele haber aprendido en tu ciudad”, dijo.
No obstante, reconoció que esto no es patrimonio exclusivo de la capital antioqueña y sus municipios aledaños, sino que puede manifestarse en ciudades afectadas por el narcotráfico y el conflicto urbano.
Lo mismo opinó Mauricio Builes, asesor en el Centro Nacional de Memoria Histórica, para quien las expresiones pueden extenderse a lugares con influencia de la cultura paisa como el Eje Cafetero, o zonas con similares problemáticas de violencia como Cali o la Costa Pacífica colombiana.
Incluso, el fenómeno se presenta en otras latitudes del mundo como en Italia, donde el escritor Roberto Saviano desnudó palabras y frases de la mafia napolitana que fueron normalizadas por la gente, que nacieron como códigos usados por los criminales y terminaron siendo cotidianos.
Entonces “tío” hace alusión a los jefes de las organizaciones delictivas, o “llevarse la salsa de tomate” significa que alguien con mucha información guardará silencio y que si hablara, por ejemplo en Colombia, sería un “sapo”.
Expresiones normalizadas
El poder del lenguaje es demoledor. Dice un proverbio árabe que si la herida de la lanza puede sanar, la de la lengua es incurable. Por eso Mosquera advirtió sobre la consciencia que debe tener la gente sobre las palabras que usa.
“Estas expresiones tienen una carga negativa y tristemente fueron automatizadas. Aunque la violencia no es la misma de hace 30 años, son códigos que siguen vigentes en Medellín y hoy en día, con el aumento de homicidios, aunque se digan coloquialmente vuelven a ser la denuncia de una realidad palpable”.
En la capital antioqueña los indicadores de muertes violentas estuvieron en caída libre hasta 2015, con 496 asesinatos, pero desde entonces han ido creciendo, con 580 en 2017 y 535 en lo corrido de este año, según la Alcaldía local.
Esta situación le recuerda a Mosquera su primera experiencia, a los siete años, con la violencia, que puede ser una escena que vivan las nuevas generaciones. Cuando estaba sentado en una acera, en el cruce de la carrera 80 con la calle Colombia, fue testigo de una balacera, pero eso se lo tuvieron que explicar luego porque él juraba que se trataba del estallido de pólvora.
Mauricio Builes indicó que este lenguaje pasa de generación en generación. “En los años 80 es donde salen a relucir todas estas frases, que ahora pueden tener caja de resonancia en charlas entre estudiantes universitarios o aprendidas de películas y series de TV, y en muchas ocasiones terminan lanzándose con total inocencia del contexto en el que surgieron”.
Más que una queja o una resignación, al expresarlas hay un sentido de alerta en una ciudad que vive con miedo, indicó el profesor Julio César Orozco, coordinador del Observatorio de la Juventud de la Alcaldía de Medellín, que trabajó en la creación del texto Diccionario Mutante de lenguajes e ideas juveniles.
“Creo que la ficción también juega un papel en este tema, pero a veces podemos ser más moralistas de la cuenta. ¿Son las series las que crean el lenguaje, o solo reproducen lo que está vigente en la sociedad?”, cuestionó.
En el debate que se originó en redes sociales cuando EL COLOMBIANO preguntó por el tema, a la vez que hubo críticas por poner el asunto sobre la mesa, otros usuarios publicaron reflexiones que vale la pena traer a colación.
“Cómo nos duele mirar pa adentro. Qué tal si realmente vemos cuáles expresiones tienen un origen violento y vale la pena dejar de usarlas”, fue la invitación de Juan José Franco, y agregó que la violencia también se manifiesta a la hora de hablar o escribir.
Andrés Palacio contó que ha escuchado frases como, “que el paisa no repite sino bala” o, cuando prenden pólvora, “¿quién sabe a quién le darían?”, y ponerlas en evidencia no es estigmatizar sino denunciar un lenguaje que se ha ido naturalizado.
Julián David Ospina Herrón observó que el lenguaje solo es una consecuencia del entorno, pero no es el que perpetúa la violencia.
¿Cómo cambiarlas?
Para el profesor Orozco la clave está en cambiar esa especie de “chip” del miedo con el cual creció gran parte de la población en Medellín, pues las expresiones son, en resumen, la exteriorización de un temor, funcionan como muestra del miedo en una ciudad en la que la violencia dejó, además de las víctimas, un afán por el encierro en unidades residenciales, casas enrejadas, y códigos de prevención en el comportamiento y la lengua.
En ese sentido, quizás al campo de la filología y a sus expertos locales les hace falta poner más el tema en discusión, opinó Juan Mosquera Restrepo. A través del canal de Cultura Ciudadana, de la Alcaldía, propuso, se podría conversar sobre las formas cómo se habla en la ciudad y qué expresiones van en contravía de vivir mejor en sociedad.
La administración municipal lidera una lucha por demoler los vestigios de la violencia, como el edificio Mónaco de Pablo Escobar, pero eso no es incompatible, explicó Mosquera, con un trabajo simultáneo para construir una narrativa de Medellín que permita que el guión no lo asuman desde afuera.
“Faltamos nosotros diciendo qué pasó, cuándo pasó, cómo pasó y por qué nos expresamos así, para no dejar que eso quede solo en manos de Hollywood, Netflix, o los narcotoures de la ciudad”, dijo.
Builes coincidió en que el desconocimiento de la realidad es latente. Por eso invitó a reforzar el modelo cultural, para que estas expresiones no dejen de ser coloquiales sino que se vuelvan de verdad, manifestaciones a través del lenguaje de episodios violentos que están volviendo a ocurrir.
El texto titulado “El refrán y la frase hecha en la jerga de la mafia siciliana”, escrito por Yolanda Romano Martín, de la Universidad de Salamanca, menciona que las expresiones se recogen del pensamiento de un pueblo, de aquello que se aprueba, censura, o sobre cómo reaccionar ante determinados fenómenos físicos y morales.
No está demás que la gente en Medellín se cuestione si de verdad avala el uso de estas expresiones que, aunque se digan con inocencia frente a su origen, tampoco dejan de ser una denuncia, como señaló Mosquera, de una violencia que, con algunos años más pacíficos, nunca ha dejado de existir.