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Que no tiemble la voz para contar la historia y que aquellos que lo perdieron todo sean reconocidos.
Ayer la fachada del edificio Mónaco amaneció cubierta de carteles y mensajes. La mítica residencia de Pablo Escobar y su familia en el sector de Santa María de los Ángeles, en El Poblado, casi como un imperativo, sentencia: “hagamos memoria”. El sentido era, como rezan los mensajes, “no olvidar, reflexionar, renacer”.
La iniciativa, liderada por la Alcaldía de Medellín, es un homenaje a quienes padecieron una de las épocas más cruentas de la ciudad, así como a los relatos de las víctimas que, de acuerdo con la Alcaldía de Medellín, representaron 46.612 vidas menos entre 1983 y 1994.
Derribar, eliminar, reconstruir. Eso es lo que piden los habitantes de las unidades residenciales vecinas al Mónaco, ante lo que para ellos es un antisímbolo, una edificación que representa dolor.
Sin embargo, Dorelly Restrepo, habitante del sector, agregó que cuando se determinó que el Mónaco iba a ser demolido, los ciudadanos hicieron una propuesta para que antes de la caída del edificio se realizara una intervención cultural que permitiera mostrar la otra cara, la de las víctimas, y que sirviera como elemento de reflexión para los extranjeque llegan a tomarse fotografías con el Mónaco.
El alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, destacó que los afiches tienen precisamente este objetivo y que buscan honrar la memoria en medio de un sitio que se consolidó, durante años, como un emblema de la ilegalidad: “Tantas personas que van allá con morbo, en un narcotour, ahora se encuentran no solo con un edificio en ruinas, sino con estos mensajes. No es borrar, sino transformar la historia”.
Pero, a la fecha, Medellín aún está aprendiendo cómo construir la memoria histórica del narcotráfico y, en ese arduo proceso, la sociedad recién ha comprendido que puede hablar sobre sus heridas y preguntarse por su pasado.
Para Daniel Vásquez, líder de promoción del lazo Social de la Casa de la Memoria de Medellín, los carteles que desde ayer reposan sobre el Mónaco son un primer paso para hacerle justicia a una memoria que aún no hemos sabido sobrellevar y una apuesta, por parte de la institucionalidad, por interrogarnos ante cosas que nos han dolido, que nos molestan, pero que son diálogos necesarios.
“Esto es un proyecto de cultura, va mucho más allá de poner un edificio o de tumbarlo”, explicó Vásquez, “es una pregunta sociocultural que busca reivindicarnos y transformarnos y, en ese sentido, incomoda”.
Las ruinas también son memoria y la historia del narcotráfico, que tanto nos ha costado, es parte de nuestro relato. Así lo explicó Manuel Alberto Alonso, magíster en Ciencias Sociales de la Universidad de Antioquia, quien indicó que, en términos de los procesos de protección de memoria, demoler o no el Mónaco no es la discusión más importante, sino el significado que se le dará y cómo se resignificará esa historia: “El asunto para aquellos que los fastidia el hecho de que exista turismo en torno de la figura de Escobar no es demoler el Mónaco. Al final de cuentas, en el edificio demolido también habrá una historia. Ocultar memorias es absurdo porque algunas tienen un poder tan grande que, al intentar esconderlas, lo que se termina haciendo es evocarlas”.
Guillermo Arismendy, exasesor del Parlamento Latinoamericano de Derechos Humanos, calificó de “reprochable” la demolición del edificio Mónaco y añadió que la estrategia de los afiches se queda corta como ejercicio pedagógico: “Un lugar como el Mónaco es una cicatriz que recuerda las heridas de una guerra. No solo no debe desaparecer, sino que debe ser conocido por las nuevas generaciones para que sepan el horror que no debe vivir ninguna nación”, dijo.
Cristina Lleras, museóloga de la Universidad de Leicester, Inglaterra, destacó que la intervención del Mónaco es una reflexión sobre cómo los lugares hacen parte del archivo de lo que nos ha pasado. “Por eso vale la pena estudiarlos, entender cómo las personas se relacionan con la memoria”.
Dice la poeta colombiana Piedad Bonnett en su poema Las Cicatrices que estas son como costuras de la memoria y que “no hay cicatriz, por brutal que parezca, que no encierre belleza. Una historia puntual se cuenta en ella, algún dolor. Pero también su fin”. Por eso, la historia del Mónaco y los relatos que hoy cuenta su fachada son, quizás, una estrategia para hacerles frente a los abusos de la memoria — a veces acallada, o ignorada— , en un territorio que se escribe, con el tiempo, en medio de asimetrías, violencias y heridas .