Un total de 119 inmigrantes de distintas nacionalidades salieron ayer del muelle de Turbo (Waffe) a buscar la selva del Darién para cruzar Panamá y seguir rumbo a Estados Unidos, donde están sus sueños.
Del grupo, según reportes de la Armada, que controla el abordaje de las embarcaciones hacia Capurganá y Sapzurro, 49 eran cubanos, 5 pakistaníes y 65 haitianos, que siguen llegando por cantidades a Turbo sin hacer estaciones largas. Los únicos con albergue son los cubanos, que ayer se debatían en varias incertidumbres: si seguir tomando la selva para evitar la deportación; acogerse a la deportación; o tomar la opción del refugio político, que fue una posibilidad que les abrió Migración Colombia, a través de su director Nacional, Christian Krüger Sarmiento: “pueden solicitar refugio, el refugio tiene el objetivo de permanecer en el país y no puede ser usado como puente de tránsito para salir a otros países”, precisó.
Pero nadie lo ha solicitado. Alberto Astasary, quien está en Turbo con su nieto de diecinueve meses, la madre de este, de 21; y su hijo de diez años, es un ejemplo de todas las dudas que asaltan a este grupo.
“Estamos a la espera de qué se va a decidir, hay muchas personas con miedo, el Gobierno colombiano ha sabido crear pánico. Nosotros ya tomamos la decisión de la selva, pero temo por mi hijo y entonces no sé si tomar la opción del asilo político”, expresó este cubano, que ya parece resignado a que no llegará a Estados Unidos, por lo menos en esta aventura.
Manuel Gregorio Paternina, delegado de la Diócesis de Apartadó para acompañar a los inmigrantes, siente que las decisiones que ha tomado el Gobierno Nacional, “propician los coyotes, porque obliga a estas personas a que tomen la trocha arriesgando sus vidas”.
Todos saben que el peligro es latente: en el mar, por sus turbulencias; en la selva, por inhóspita; en los grupos armados y hasta tribus indígenas con asiento en los territorios; y en los coyotes que los guían y que, en muchos casos, los engañan y roban.
Eso lo sabe Angie Rodríguez, una cubana de 28 años que ya emprendió el viaje con su niña de 20 meses: “tomé esta aventura porque soy fisioterapeuta y busco un futuro para mis dos hijos (otro de 9 años está en Cuba), me quieren deportar y no voy a ir a Cuba, sería lo último”, dice.
Muchos afirman lo mismo, pero la realidad es que en el aeropuerto de Carepa permanecen dos aviones, listos para partir hacia Bogotá, en cualquier momento, cargados con cubanos deportados hacia Ecuador, Brasil o la isla de los Castro.