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Medellín: ¿hora de replantear la estrategia en los barrios populares?

El sociólogo de origen holandés Gerard Martin habla de la transformación de la ciudad y de su urbanismo social.

  •  Las Independencias, en la comuna 13, zona de alta inversión pública donde se recrudeció la violencia.
    Las Independencias, en la comuna 13, zona de alta inversión pública donde se recrudeció la violencia.
  • Gerard Martin, en Eafit. FOTOS Edwin Bustamante y Róbinson Sáenz
    Gerard Martin, en Eafit. FOTOS Edwin Bustamante y Róbinson Sáenz
Gerard Martin: entrevista sobre Medellín
27 de julio de 2018
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Después de superar su noche más oscura, la capital antioqueña apeló a la intervención integral de sus comunas con mayores indicadores delictivos para tejer de nuevo la ciudad, en una especie de acupuntura barrial.

La estrategia, denominada urbanismo social, sacó del atolladero a la Villa y la hizo merecedora de premios mundiales, tanto, que en el exterior fue llamado “El Milagro de Medellín”. Después de dos décadas de obras de infraestructura, movilidad, cultura, educación y deporte, algunos sectores académicos plantean la necesidad de hacer una revisión colectiva de este proceso, con el propósito de actualizar las acciones futuras en zonas deprimidas que continuaron con altos índices de violencia.

Gerard Martin es un sociólogo de origen holandés, radicado en Washington. Es autor de varios libros sobre la actualidad colombiana, entre ellos, “Medellín, tragedia y resurrección. Mafias, ciudad y Estado. 1975 – 2012”. Fue asesor de proyectos del Instituto Francés de Investigación para el Desarrollo, investigador senior para el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y Usaid. Además, ha acompañado ciudades en temas de gobernabilidad y seguridad ciudadana.

En diálogo con EL COLOMBIANO, Martin habló de las últimas cuatro décadas de Medellín y de la necesidad de un urbanismo social 2.0.

Usted escribió un libro sobre el periodo más crítico de la historia de Medellín. ¿Qué conclusiones halló?

“El objetivo del libro no fue más que querer narrar cómo los medellinenses vivieron y confrontaron aquellos años; describir como una villa tan provinciana y conservadora permitió la degradación hacia la ciudad más homicida del país; y descifrar cómo los diferentes sectores de la sociedad, los partidos políticos y las mismas instituciones, actuaron ante la situación. Una conclusión, sin duda, es que es importante “desescobarizar” la narrativa. En particular, desmontar el mito de que en Medellín todo fue muy violento hasta que fue abatido Escobar y, que después todo se mejoró, porque ya no estaba el capo. La serie Narcos retoma aquel mito, pero los hechos lo contradicen”.

“Durante la época de Escobar hubo 45.000 asesinatos en Medellín y, en las dos décadas después, un número similar. O sea, un total de 90.000 medellinenses asesinados por medellinenses y no tanto por Escobar. Es que el factor causal central no era Escobar, ni tampoco la cocaína, sino el encuentro entre los flujos enormes de dólares provenientes del negocio y la permisividad político-institucional para que se diera la penetración de aquellos dineros en la economía, la política y la sociedad en general. La red mafiosa de Escobar ilustra muy bien el fenómeno, pero no fue la única. Una última conclusión es que en Medellín hubo formas de resiliencia y resistencia, desde organizaciones civiles, y bajo modalidades más creativas que en otras ciudades del país. Fue una minoría activa”.

¿La ciudad sigue siendo un caso de estudio y de referencia en el mundo?

“Sin duda. Aunque los problemas de Medellín son en parte sui géneris, incluso dentro del país, la metodología del urbanismo social, o sea la manera de intervenir en los barrios, bajo principios de contextualización, de articulación intersectorial e interinstitucional, es relevante para otras ciudades, incluso para otros países. Uno de los problemas en ciudades brasileñas como Río de Janeiro y Fortaleza, que acabo de visitar, y que confrontan en este momento un nuevo auge de violencias directamente relacionadas con la economía de la cocaína, es que no han encontrado la manera de llegar de forma articulada y contextualizada al territorio. Internacionalmente el urbanismo social de Medellín se identifica con sus obras más emblemáticas, las bibliotecas, los metrocables, las escaleras eléctricas, con la idea de que Medellín ha logrado reducir la violencia con arquitectura”.

“Pero entre los expertos en políticas urbanas o de políticas de prevención de la violencia, hay claridad que el urbanismo social es mucho más que obras. Este tiene tres componentes: obras físicas, sociales y la articulación institucional. Es fácil olvidarse de la tercera, pero es el secreto”.

¿Se agotó el denominado “Milagro de Medellín”?

“El politólogo norteamericano Francis Fukuyama visitó Medellín en 2011 para conocer las políticas de transformación y concluyó que hubo “medio milagro” por todo lo que se había logrado. Ahora bien, milagro por supuesto no hubo. Lo que es cierto es que coincidieron un par de contingencias que mejoraron radicalmente la seguridad en la ciudad. En el 2003, Medellín registró un descenso récord en asesinatos y otras violencias de toda su historia. Fue producto del cese al fuego pactado entre el gobierno Uribe y las autodefensas y otras redes narco-paramilitares, además de la expulsión de milicias de las Farc, en particular en la comuna 13. Es decir, la revolución en la administración urbana coincide y se aprovecha de la política de seguridad de Uribe, que a su vez no hubiera sido posible sin el Plan Colombia, el extraordinario apoyo norteamericano para la modernización y fortalecimiento de las fuerzas públicas y la justicia criminal acordado entre los presidentes Clinton y Pastrana. Por eso milagro no fue”.

“Fue producto de invertir una enorme cantidad de trabajo y de pensar no solamente en el rigor de los proyectos y programas, sino en la articulación con los diferentes niveles de gobierno, con la agenda de seguridad democrática del gobierno, entre ellos, los esfuerzos para ayudar a la resocialización y reintegración de los excombatientes de las Auc, pero también la de la atención y priorización de las víctimas, que fue más bien una agenda de la sociedad civil, antes de serlo del Estado. De manera que el tal “milagro” no cayó del cielo, sino que fue construido en el territorio, por rigor en la gestión”.

¿Estamos experimentando hoy una etapa de declive?

“El declive del urbanismo social no es producto de aquellas circunstancias, sino de decisiones políticas de las siguientes dos alcaldías. La de (Aníbal) Gaviria, ha realizado obras interesantes, como las UVA, pero decidió abandonar el lenguaje del urbanismo social – la palabra misma no se vuelve a mencionar – y afloja su esencia: los procesos articulados de planificación e implementación articulada, y también la modalidad los Proyectos Urbanos Integrales, los PUI. Los temas de vivienda, de educación y de regulación de barrios subnormales perdieron prioridad ante obras muy costosa, pero mucho menos prioritarias como el soterrado del río. Ha surgido además un urbanismo ramplón, urbanísticamente catastrófico y la negación total de los principios del urbanismo social: torres de vivienda monstruosos de 20 o más pisos en sectores populares como Manrique y Castilla, en total desarmonía con su contexto. Es un crimen contra aquellos barrios”.

Hace 20 años la ciudad apostó por inversiones en las comunas con mayores falencias; sin embargo, estas comunas siguen presentando graves problemas de violencia. ¿Qué falló?

“Es cierto que sigue habiendo serios problemas de violencia, y que hay que confrontarlos mejor, pero también es cierto que las inseguridades y violencias de hoy no son idénticas, o una simple continuidad, de las de hace dos décadas. Los actores no son los mismos, la violencia no tiene la misma intensidad, y la problemática es confrontada de manera diferente por las instituciones y por los ciudadanos. La tasa de homicidios sigue siendo demasiado alta – 20 veces mayor a la de cualquier ciudad Europea -, pero a su vez es 10 veces menor que hace dos décadas, lo mismo es cierto por otros indicadores de criminalidad. El principal motor de las violencias en Medellín nunca fueron las falencias sociales”.

“Vi una camiseta en Río que decía: Las favelas no son sinónimos de violencia, así como la riqueza no es sinónimo de honestidad. Lo que hay que hacer para avanzar hacia ciudades menos violentas y más equitativas es modernizar las instituciones, hacerlas más transparentes, inclusivas, respetuosas de los derechos y próximas con los ciudadanos”.

“De manera que las inversiones sociales no tienen garantizado un impacto directo y en corto plazo sobre las violencias y la inseguridad. Una década posterior a la inversión, una cancha, una biblioteca o un colegio pueden contribuir a mejorar las oportunidades de los jóvenes que lograron aprovecharse de dichas obras y programas, y puede contribuir a disminuir los riesgos de que los jóvenes entren en carreras delincuenciales. Hay algo de evidencia de lo que está pasando en Medellín: entre los integrantes de las pandillas de hoy hay menos menores de edad que antes”.

¿Son suficientes las grandes obras de infraestructura, movilidad y urbanismo para mejorar la calidad de vida de los habitantes?

“No son suficientes, pero una ciudad del tamaño de Medellín, con dos veces más habitantes que Barcelona, y tres veces más que Amsterdam, las necesita. Las bibliotecas públicas, escuelas públicas de calidad, escenarios deportivos modernizados, parques y plazuelas, centros culturales, el metro, los metrocables, el tranvía, el Metroplús, y también las UVA contribuyen a disminuir inequidades, a ampliar oportunidades, y a mejorar la calidad de vida para muchos habitantes de la ciudad. Contribuyen a garantizar una oferta más cercana y de mejor calidad de acceso a los derechos en educación, en cultura, en justicia, en seguridad”.

¿Cuál debe ser la ruta a seguir para reducir la brecha de desigualdad que aún persiste?

“Los recursos siempre son limitados. Hay que seguir priorizando obras para las poblaciones y barrios más necesitadas. En lo social, seguir priorizando lo educativo. La Universidad de Los Andes, en un estudio reciente, concluye que la educación está más segregada en Colombia hoy que en los Estados Unidos en la época de la segregación racial. Segregada, porque los ricos van a lo privado y los pobres a lo oficial, casi sin excepción. Desigual, porque los colegios oficiales tienen doble jornada, más de 40 alumnos por profesor. Medellín ya está muy posicionado en lo educativo. ¿Por qué no hacer de Medellín la primera ciudad colombiana que garantiza una verdadera jornada única a sus alumnos de la educación oficial? En vez descartar el urbanismo social, se deben retomar sus lecciones aprendidas y apuntar a un urbanismo social 2.0, como está proponiendo el urbanista Alejandro Echeverri.

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