Bajo un procedimiento de extremo cuidado, Juliana Vasco extiende sobre la mesa un plano de una hacienda cañalera de 1895, en el que se le sigue la pista al asesinato del hacendado Simmonds por parte de uno de sus trabajadores. El mapa está dibujado a grafito por el detective encargado del caso e incluye reconstrucciones detalladas de las armas utilizadas y de las habitaciones que fueron escenario del crimen.
Documentos como este se custodian en los más de 80.000 expedientes y 345 metros lineales de información del Laboratorio de Fuentes Históricas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín.
“Aquí usted encuentra las voces de los que ya murieron, de aquellos sectores sociales que siempre han sido acallados, de los marginales”, cuenta Vasco, su coordinadora.
Componentes
El laboratorio, creado en 1984, está compuesto por tres unidades que buscan salvaguardar las huellas y los indicios del pasado. La primera de estas secciones es la de Restauración, en donde predomina un ejercicio de “primeros auxilios” a los documentos, a través de procesos de limpieza y tratamiento preventivo del papel, en gran parte manuscrito o mecanografiado.
En la Unidad de Archivo, el segundo componente del laboratorio, se protegen diferentes acervos documentales que son reflejo de la herencia de los imaginarios, sueños, preocupaciones y la vida cotidiana de los antioqueños. De estos fondos se destacan el del Archivo Histórico Judicial de Medellín, con 16.882 expedientes entre 1663 y 1970, además de un compendio de 3.000 imágenes, mapas, fotos, croquis y grabados.
El laboratorio también preserva el Archivo de la Academia de Medicina de Medellín y las historias clínicas del Hospital Mental de Antioquia, con 70.000 registros que abarcan un periodo de 1903 y 1976 como una fuente de reflexión sobre las enfermedades mentales que ha sufrido la población del departamento, los medicamentos que hemos tomado para curarlas y cómo los conflictos del país, con sus pérdidas o coletazos de guerra, han influido en estos padecimientos.
Las voces de todos
Con la pretensión de crear el primer fondo de Derechos Humanos, la Unidad de Memoria, la tercera fuente que compone este archivo, se nutre principalmente de la donación realizada por Fabiola Lalinde de 325 unidades documentales y 1.361 folios sobre la ejecución extrajudicial de su hijo, Luis Fernando Lalinde Lalinde, víctima de desaparición forzada el 3 de octubre de 1984.
Juliana Vasco comenta que, ante todo, el archivo es un recurso para la resolución de conflictos del presente y un lugar que nos permite preguntarnos por el devenir. Porque las voces individuales que se protegen en cada uno de los expedientes son también historias que se replican en lo colectivo, que podrían ajustarse a la vida de cualquiera que consulte el material.
“Cada vez que usted encuentra un caso en el que un esclavo refiere por qué decidió robar o porqué hizo una reclamación ante su amo, está encontrando que esa voz individualizada pareciera ser la voz de muchos otros que están teniendo las mismas necesidades”, indica Vasco.
Los fondos documentales que tiene este laboratorio, al no ser los oficiales, constituyen una oportunidad de escuchar a quienes no se había oído antes. En este archivo se amparan cartas de amor, los testimonios de niños estuprados y de mujeres violentadas por sus maridos en la época colonial, la cotidianidad familiar de las madres que han sido víctimas de la violencia y, sobre todo, una importante acumulación de relatos de la manera en la que nos hemos relacionado con el Estado.
El laboratorio, abierto para todo tipo de públicos, es objeto de curiosidad de académicos, estudiantes, escritores e investigadores, pero también de niños que vienen a mirar los detalles de la caligrafía de los habitantes de la Medellín del pasado.
Sin embargo, cuenta Laura Acosta, historiadora de la Unidad de Memoria, es necesario que estos archivos se aprovechen más, puesto que generalmente son poco utilizados.
“El archivo está muerto si nadie lo revisa, los documentos por sí solos no hablan, no se interpretan ni cuestionan. La invitación es para que la gente reactive esa memoria consultándole cosas desde su propia vida. Porque esas verdades que están ocultas en este archivo y en los diferentes fondos son verdades que para el país son incómodas”, manifiesta Acosta.
Historia de la Villa
En una casa patrimonial en el Centro de la ciudad se refugian las memorias, inquietudes y transformaciones de la antigua villa. Con la conservación de documentos que dan cuenta de la formalización de la ciudad y todos los folios que ha producido la municipalidad desde 1675, el Archivo Histórico de Medellín es el hogar de los fondos documentales del Concejo, la Alcaldía, Personería y el Instituto de Valorización, desde la época de la Colonia hasta nuestros días.
El archivo, cuyas puertas están abiertas a cualquier ciudadano que se pregunte sobre cómo hemos cambiado como ciudad, es un recurso fundamental para leer a Medellín a través del pasado, pero también para entender nuestros retos a la luz de hoy.
“Aquí se custodian documentos originales de Medellín, eso ya de entrada es un asunto para conmover a cualquiera, desde el político más tenaz hasta cualquier ciudadano. Porque como la gente vive en este territorio, lo siente, ama, cuestiona, odia y transforma todos los días, el hecho de saber que se conserva una documentación pública que habla de todos estos procesos oficiales, que guarda lo que los funcionarios en cada momento conservaron, eso hoy en día se convierte en un elemento de valor”, explica Luz Marina Jaramillo, historiadora del Archivo Histórico de Medellín.
Ante todo, la convicción de los profesionales que cada día laboran entre el papel y la tinta centenaria del archivo, en procesos de restauración y mantenimiento, es que los habitantes de la ciudad puedan acercarse a estas memorias para mirar al territorio con otros ojos, pero también para permearse de todos aquellos indicios que dan pistas acerca de dónde venimos y por qué nos comportamos como lo hacemos.
Dignificar la memoria
La colección más grande de periódicos del departamento está en la Hemeroteca de la Universidad de Antioquia, ubicada en el cuarto piso de la Biblioteca Carlos Gaviria Díaz. Sus inicios se remontan a la donación de unos 960 periódicos provenientes de la Biblioteca de Zea, una recopilación que en la actualidad suma más de 2.700 títulos de prensa colombiana y que reúne las primeras publicaciones del país, con periódicos desde 1792 hasta la fecha.
Cada día, la Hemeroteca es visitada por alrededor de 20 usuarios que provienen de cualquier parte de Colombia y de todas las áreas del conocimiento. Pero una de sus mayores satisfacciones, si se quiere, es la de haber contribuido con el proceso de atención, asistencia y reparación de las víctimas del conflicto armado.
Desde que se promulgó la Ley 1448 de 2011, por la colección de periódicos han pasado 38.561 víctimas que llegan a los periódicos buscando la información necesaria para sus procesos jurídicos y los fragmentos periodísticos que les sirvan de soporte para declarar que ellos han vivido de cerca el conflicto armado, que en ese recorte de prensa está la prueba de que su familiar fue desaparecido o asesinado.
El uso de esta colección, desde ese punto de vista, le permitió a la Hemeroteca valorar mucho mejor esa colección y considerarla el tesoro que es en realidad. Porque cuando una colección toca las fibras de los derechos humanos, es una muestra tangible del poder de la información y de la necesidad de conservar los archivos en una sociedad con tantas preguntas.
Así lo siente José Luis Arboleda, coordinador de las Colecciones Históricas de la Universidad de Antioquia, quien afirma que esta colección ha contribuido a que muchas víctimas sean reconocidas estatalmente.
“Que por una información te puedan reconocer como víctima, se te dignifique como persona, te devuelvan unos derechos y que la persona pueda sentirse segura y mejorar su bienestar, eso es lo más importante que tenemos para resaltar”. Conclusión para tener presente en la memoria.
38.561
víctimas del conflicto han acudido a la Hemeroteca de la U. de A. desde 2011.