Aunque la Navidad es una fecha para compartir en familia y celebrar el nacimiento del niño Jesús, el 24 de diciembre es uno de los días del año con más riñas en el Valle de Aburrá.
Mientras que en la Navidad del 2015 se presentaron 257 casos de peleas callejeras, la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá contó 279 riñas entre la noche del 24 y la madrugada del 25 de diciembre de este año. En 365 días, los paisas se hicieron 23 por ciento más violentos.
Esta tendencia, sin embargo, no es exclusiva de la Nochebuena. En otras fechas especiales, como la celebración del Año Nuevo y el Día de la Madre, las cifras de altercados que terminan en violencia física tienden a aumentar.
El 8 de mayo de este año, día en que se celebró la fiesta de las mamás, hubo dos muertos, once heridos y 284 riñas en el Área Metropolitana, cifra menor a la del año anterior pero no menos preocupante. Entonces, ¿por qué peleamos cuando deberíamos estar festejando con la familia?
Según Juan Carlos Rodríguez, subcomandante de la Policía Metropolitana, el aumento de las riñas tiene que ver con el consumo de bebidas alcohólicas.
“El balance de homicidios del 24 de diciembre respecto al año pasado se mantuvo igual, en tres homicidios -uno en Medellín y dos en Bello-. Tenemos que seguir trabajando en el tema de cultura ciudadana y de tolerancia, porque nos damos cuenta cómo esa cantidad de hechos se perpetraron con arma blanca”, contó el subcomandante.
Pero la explicación puede ir más allá.
Para Fredy Romero Guzmán, subdirector nacional de Psicología Clínica del Colegio Colombiano de Psicólogos y profesor de la Institución Universitaria de Envigado, el aumento de las riñas en los días festivos tiene que ver con una mezcla de tres factores: la época de vacaciones, el licor y el encuentro con la familia.
“Las personas salen a vacaciones con cargas acumuladas de estrés y sentimientos negativos que no pueden descargar cuando están trabajando, por miedo a perder el empleo. Por ejemplo, sienten ira contra el jefe pero no pueden decir nada en sus trabajos”, explica el psicólogo.
Esas cargas se liberan fácilmente con los familiares, porque son personas a las que se les tiene confianza y con las que existe un lazo afectivo. Y por esa misma razón es que algunos sienten que tienen el derecho a tratar mal a las personas que más quieren.
“Es como el hombre que tiene problemas es el trabajo pero a su jefe no le puede decir nada, y cuando llega a la casa se desquita con su mujer y los hijos”, dice Romero.
Y aunque los sentimientos negativos como la ira y la rabia son inevitables, algunas personas recurren a la violencia para manifestar lo que pasa en su interior.
Según el psicólogo, ese tipo de reacciones se aprenden durante la infancia y por imitación del comportamiento de los progenitores. Por eso, si en el hogar existe un padre violento que trata mal a la esposa, lo más probable es que los hijos traten mal a sus hermanos y cuando crezcan, a sus respectivas familias.
A todo esto hay que sumarle el licor, que es un inhibidor del sistema nervioso central y, por decirlo de alguna manera, hace que las personas sean “más ellas mismas”, dice Romero.
Y no es que las personas sean menos auténticas cuando están sobrias, sino que el licor ayuda a dejar de lado la timidez y hace que digan lo que realmente piensan. Es en ese momento cuando empiezan a emerger en las conversaciones familiares los asuntos pendientes y se sacan, como dicen coloquialmente, los “trapitos al sol”.
Después de la familia está el vecindario
Además de las riñas familiares, los días festivos se caracterizan por el aumento de las denuncias en la línea de emergencias 123, aunque la mayoría terminan siendo improcedentes.
Este año se registraron 22.913 llamadas entre la noche del 24 y la madrugada del 25 de diciembre -en el mismo período del año anterior la cifra fue de 17.918-, y sólo el 36 por ciento correspondió a una emergencias real.
El aumento en la cantidad de alertas tiene que ver, principalmente, con los altercados entre vecinos, los equipos de sonido “a todo taco” y el estallido de los voladores.
Para Romero, los vecinos pelean por la falta de tolerancia y de cultura ciudadana. Al final, las riñas terminan en batallas campales entre dos egos que se disputan el poder.
“Cuando crees que la norma no es importante, entonces la irrespetas. Eso tiene que ver con la formación del hogar, porque las normas se aprenden a respetar desde la infancia”, dice el psicólogo.
Un niño que ve a su papá colándose en una fila, tirando basura en la calle o sobornando a un policía, difícilmente va a respetar la norma cuando sea mayor. Y así, estas personas terminan “pasando por la galleta” disposiciones básicas de convivencia como moderar el volumen de la música o no tirar pólvora.
Sucedió el pasado 8 de diciembre en el sector Las Acacias del barrio Laureles, occidente de Medellín, cuando una rumba callejera que se extendió hasta las 7 de la mañana terminó en una pelea física con la Policía, que acudió al sector tras el llamado de la comunidad.
Y pasó también hace ya tres años con el renombrado caso de David Manotas, un hombre condenado a 17 años de prisión por asesinar a su vecino después de que este le reclamara por el exagerado volumen de la música.
Definitivamente cuando hay fiesta, la gran ausente es la tolerancia.