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Soldados: vigías silenciosos del Nudo de Paramillo

La Fuerza de Tarea Nudo de Paramillo, adscrita a la VII División del Ejército, es la unidad militar encargada de combatir los grupos ilegales que actúan en esta región.

  • Las operaciones de la Fuerza de Tarea Nudo de Paramillo continúan en esta jurisdicción contra grupos ilegales como Eln y “los Urabeños”. FOTO donaldo zuluaga
    Las operaciones de la Fuerza de Tarea Nudo de Paramillo continúan en esta jurisdicción contra grupos ilegales como Eln y “los Urabeños”. FOTO donaldo zuluaga
  • Los soldados estudian todos los días distintas estrategias para el combate. FOTO donaldo zuluaga
    Los soldados estudian todos los días distintas estrategias para el combate. FOTO donaldo zuluaga
Infográfico
Soldados: vigías silenciosos del Nudo de Paramillo

Del bolsillo izquierdo de su camisa de soldado, Víctor Fabián Sánchez saca un recipiente más pequeño que el tamaño de su mano. Está curtido por el paso de los años y tiene una tapa verde. Como si se tratara de un amuleto para exorcizar la muerte, guarda en ese pote cuatro tachuelas, dos clavos y dos ojivas de balas, elementos que se incrustaron en su cuerpo en la mañana del accidente.

Sánchez recién había cumplido cuatro años en el Ejército cuando fue escogido para ser parte de la operación Obelisco, con la cual pretendían asestar un duro golpe a la compañía Santa Rita, estructura financiera de las Farc, en el Bajo Cauca antioqueño.

“Íbamos a contrarrestar el Frente 18 y coronando una cuesta nos encontramos unos sentaderos. Informamos y nos dicen que sigamos hasta el sector para coronar la parte alta y estarnos ahí esa noche”.

En su camino hacia la cumbre del cerro El Embaretao, en Tarazá, los disparos les llegaron a los soldados de todos lados. Comenzaba a amanecer. El militar que marchaba primero en la fila recibió un balazo en el brazo. Entre las balas de los guerrilleros, y las propias, sus compañeros tratan de retirarlo a un sitio más seguro para brindarle primeros auxilios.

“En medio de esta maniobra caigo en el campo minado. Oigo que algunos gritan: ‘tenemos dos compañeros heridos’, y veo a mi lanza amputado. Todo el día hubo combates y la aeronave no podía entrar, porque le disparaban cada que intentaba”, recuerda Sánchez.

Fueron más de 13 horas escondidos en las estribaciones de un cerro que les devoraba la esperanza. Cercados por guerrilleros, los soldados de la Fuerza de Tarea Nudo de Paramillo, adscritos a la VII División del Ejército, resistieron el fuego hasta el anochecer.

A las 7:15 de la noche, con la complicidad de la oscuridad, el helicóptero pudo ingresar hasta donde se encontraba Sánchez con las rodillas destrozadas, el brazo derecho desparramado, como cortado con una cuchilla gigante, afilada; una esquirla en el pecho y dos pedazos de lata en su casco.

—Acá tengo lo que me sacaron del cuerpo. Son grapas y meras cosas de metralla.

—¿Qué heridas te causaron?, le dice un teniente.

—Heridas que no tienen ninguna reversión.

Hace cuatro años —los mismos que tiene su hijo— el soldado Víctor Fabián Sánchez, de baja estatura y cuerpo delgado, se enfrentó a la muerte y la venció. A sus 27 años lleva las marcas de la guerra en su brazo derecho y las rodillas reconstruidas. A veces se ahoga en las noches, y dice, le duelen mucho las piernas.

—No soy la misma persona. Tengo que tomar medicamentos para dormir, relata.

El enemigo silencioso

Viajar al Nudo de Paramillo es como viajar al mismo infierno, o por lo menos estar cerca de él. La canícula derrite la pintura facial de los militares usada para mimetizarse con los colores de la selva, y el sudor impregna el camuflado de un olor a húmedo, y esa humedad arde en la piel.

Es jueves, pero en la selva la noción del tiempo se pierde tan rápido, que bien podría ser un lunes o un viernes. Agazapado en esa espesura, el sargento Luis Carvajal y su perro Káiser esperan por un gesto del soldado puntero. Las señales de las manos son el lenguaje en una selva tan silenciosa, pero a la vez, tan llena de sonidos extraños. Un puño se levanta, y el chasquido de las hojas secas bajo las botas militares se suspende.

—Busque, es la orden de Carvajal, y Káiser, un labrador de color amarillo, husmea en un tronco grueso ubicado a menos de dos metros.

Va y vuelve hasta el árbol. En trayectos cortos y por cinco minutos, Káiser no detecta la irregularidad en el terreno. El perro, ansioso, hace su último viaje hasta las raíces y olfatea. Se sienta en una señal inequívoca para el sargento Carvajal, un hombre experto en desactivar las minas antipersonal diseminadas en los pliegues de ese monte espeso.

Por el mismo camino que fue y volvió su perro, el sargento se desplaza hasta donde Káiser dio la señal de un artefacto explosivo. Con un paso lento se acerca hasta la jeringa clavada en la tierra, apenas sobresaliente unos centímetros entre ramas y chamizos. Con un aerosol demarca la zona. La respiración de los soldados se siente. Saca un cordón y lo ata a la mina. Extiende su mano y enciende la mecha que acaba de poner. En un minuto será detonada. En un minuto exacto, el eco del cañón se ensordeció con la explosión del artefacto neutralizado.

Las minas antipersonal como las detonadas por el sargento Carvajal, son denominadas por los comandantes de la Fuerza de Tarea Nudo de Paramillo el enemigo silencioso.

Una de estas destruyó las piernas de Víctor Fabián Sánchez, y de estas mismas han afectado a 6.971 miembros de la Fuerza Pública entre 1990 y febrero 29 de 2016, según datos registrados por la Dirección Contra Minas de la Presidencia de la República.

El coronel Jairo Ochica Vargas, oficial de operaciones de la Fuerza de Tarea Nudo de Paramillo, cuenta que la región por la que sus hombres arriesgan la vida hay muchos artefactos explosivos improvisados que fueron diseminados por todos los grupos armados ilegales.

“Desde el 2009, cuando se creó la Fuerza de Tarea, se han desactivado 2.951 minas antipersonal, es decir, hemos salvado 2.951 vidas al evitar que cayeran en un campo minado”, precisa Ochica.

Para combatir ese flagelo invisible, esta unidad militar cuenta con un grupo de hombres entrenados encargados de contrarrestar esa amenaza para la población civil, para los militares, e incluso para los mismos guerrilleros que, según el coronel Ochica, han perdido la noción de cuántas sembraron y en dónde.

Dos veces por semana, el soldado Sánchez llama a Bogotá a su compañero de accidente. Cuenta que el militar tuvo que ser amputado y este le dice que tiene problemas con sus dos rodillas y su brazo reconstruidos.

Muestra las cicatrices de sus extremidades como un recuerdo de una guerra que no quiere ver a su hijo vivir. Por eso dice que no le contará como es esa Colombia adentro de la selva, donde a veces solo se escuchan los tiros de metralla y las explosiones.

El mimetismo de su cara, que sirve para esconderse en la selva, no logra ocultar sus lágrimas y asegura que son por ese niño que minutos antes de la explosión que lo lesionó, hace cuatro años, recogía tarros para llevarlos a la guerrilla y para que estos hicieran artefactos explosivos.

—¿Niño usted para qué recoge esos tarros?, le preguntó.

—Soldado no me hable.

—Pero yo solo quiero ayudarlo. A eso he venido.

—No me hable que de tal punto me están viendo, replicó el menor de edad.

Sánchez no volvió a verlo. Asegura que después de esa entrevista, las Farc asesinaron al niño recolector de tarros.

Así se entrenan

Una de las puertas al Parque Nacional Nudo de Paramillo es Puerto Libertador, Córdoba, un municipio con 36.026 habitantes en que la “hombría” se mide por el número de mujeres que pueden tener algunos de sus hombres y la inmensa prole que pudo engendrarse después de noches de “chupe de ron”, juergas y vallenatos.

Puerto Libertador es el fin de una planicie calenturienta y de polvo rojizo, y el comienzo de un terreno quebrado y montañoso. El calor obliga a resguardarse a las dos de la tarde. En las aceras, los viejos encienden abanicos para ver pasar colegialas que regresan de clases.

Más adentro, donde parece haberse terminado el mundo, en medio de árboles y un suelo cubierto de hojas secas, los sonidos únicos de la naturaleza son interrumpidos por pisadas de militares. Es una patrulla de doce soldados que con sigilo intenta movilizarse a una parte alta, para obtener una mejor visual de la zona.

Se mueven despacio, en una fila. No dejan de apuntar con sus fusiles, algunos de ellos dotados con miras holográficas y lanzagranadas. Metros más adelante, todos advierten la señal emitida por el primero de la fila. En coordinación, uno a uno levantan su puño. La alerta es ahora la mejor arma y los fusiles apuntan a lado y lado. Si se frena el avance puede ser por la presencia de un guerrillero o la detección de algún explosivo. Son segundos eternos.

El puntero, como llaman al militar que lidera la formación, indica que fue una falsa alarma y da la señal para seguir. Se levantan y continúan. El avance es lento, y a ese paso, el equipo de campaña dotado de arroz, toalla, una colchoneta, aseo personal y hasta municiones, pesa más de lo normal. Son 32 kilos que se sienten como 64.

El patrullaje vuelve a interrumpirse, pero esta vez no es por la advertencia del soldado que lidera la avanzada, ahora es la voz de un oficial que supervisa el ejercicio. Los militares suspenden el entrenamiento y regresan a la realidad: el escenario es la base de la Brigada Móvil N°16, donde la Fuerza de Tarea Nudo de Paramillo tiene un puesto de avanzada operacional.

“Nosotros seguimos en esta zona, norte de Antioquia y sur de Córdoba. El entrenamiento debe ser cada día más estricto. Hay que estar alertas para no caer en un campo minado o ser emboscados por otro grupo ilegal. No dejamos de tener presencia”, dice el coronel Leonardo Fonseca, comandante de esta brigada.

Y es que en Puerto Libertador también está la amenaza de la banda criminal “los Urabeños” y su “frente móvil sur de Córdoba” liderado por alias “Brake”. “Si no son las Farc, están el Eln y las bacrim. “Nosotros estamos donde tengamos una misión, y en este momento la ofensiva es contra los dos últimos, obedecemos órdenes y las cumplimos y para eso no se suspende nuestra preparación”, agrega el uniformado.

Entonces, los soldados del Nudo de Paramillo se levantan a las 4:00 a.m. Hacen su rutina de ejercicio, desayunan, reciben instrucción militar. Se van a la piscina a entrenar como cruzar un río o se tiran de un puente simulando ser de un helicóptero para contrarrestar grupos ilegales que delinquen en esa región.

“Nos estamos preparando estratégicamente para enfrentar los nuevos fenómenos generadores de violencia. Esta es una región complicada, pero nosotros vamos delante de la situación”, explica el general Jorge Hoyos, comandante de la Fuerza de Tarea Nudo de Paramillo.

Hasta ofrendar la vida

Si algo le ha dolido en la vida al soldado profesional Jhoser Sánchez Pareja es haber perdido a su hijo mientras estaba en misión. Desde la trinchera en la que cuida el Nudo de Paramillo cuenta que no pudo estar ahí. Pese a su dolor, sonríe en una actitud que él dice le da más fortaleza.

“El momento más duro es cuando mi señora perdió nuestro bebé. Son pruebas de la vida. Me tocó acá adentro, pero lo supe manejar porque tienes una familia allá, pero tienes una familia acá que es mucho más grande”. recuerda.

Josher dice sentir orgulloso de ser soldado. De recorrer sus territorios defendiendo a la ciudadanía. Así lo siente Sánchez y otros militares. Para ellos, ofrendar la vida no sería un sacrificio y más, como dicen, si lo hacen peleando con ese uniforme que “sería algo bonito”.

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