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Las elecciones en Colombia para 2018 se constituyen en un factor fundamental para el ciudadano a la hora de decidir el rumbo que tendrá el país en materia legislativa y presidencial.
Un contexto como el de Colombia, con problemas de corrupción en los ámbitos público y privado. Alto nivel de inequidad, deslegitimación institucional, crisis en el sector de la salud, necesidad de replantear los esquemas económicos de sostenibilidad de la población para que pueda acceder a bienes y servicios básicos y, en particular, una crisis de representatividad reflejada en un descontento hacia los líderes políticos que no cumplen sus promesas, crean en estas elecciones una oportunidad para que el ciudadano de manera consciente deposite en las urnas un voto razonado con la expectativa de una vida mejor.
Tres cuestiones sobre la crisis de representatividad ocupan la atención en esta columna.
La crisis de los partidos es evidente, su composición en algunos casos representa tan solo los intereses sectoriales. En un momento en el que se presentaron un número de 2.742 candidatos para el Senado y la Cámara de Representantes según el Consejo Nacional Electoral, de los cuales muchos están vinculados a nuevos movimientos políticos, y otros a los sectores tradicionales bipartidistas, hacen de la representación una dificultad.
Pregúntese en este caso: ¿Por qué un partido político no logra aglutinar las expectativas de los ciudadanos, si bien constituyen una relación directa entre pueblo, Estado y Gobierno?
Probablemente se ofrezcan varias respuestas, una de ellas es porque no se tiene confiabilidad en la actuación de éstos al no ofrecer propuestas estructurales para cambiar el rumbo del país y reproduzcan viejos esquemas de prácticas populistas o clientelares.
Un logro para la sociedad occidental ha sido la democracia representativa como forma de sistema político. Esta institución parece caer en un limbo. El ciudadano busca quién lo represente ante el gobierno, pero no logra identificar que dicha representación solucione de manera práctica sus problemas.
Paradójicamente, occidente creó la democracia representativa para mantener a salvo los derechos y libertades del individuo, pero los partidos políticos, que fungen como puente entre el ciudadano y el Estado, no logran con eficacia resolver sus mayores dilemas sociales.
Al buscar su propio interés, dejan de lado la razón de ser del voto de confianza que se deposita en los representantes políticos. Esta crisis no solo se da en Colombia, se ha ido expandiendo a otros países en el mundo donde se percibe el descrédito de los partidos políticos, y ha sido notorio este fenómeno con mayor fuerza en América Latina.
Ahora bien, resulta obligado el siguiente cuestionamiento: ¿Si no hay partidos y líderes que me representen con suficiente confianza, quién lo hará?
En Colombia se espera, con cierta angustia y desconfianza, que aquellos elegidos a la Presidencia, al Senado y a la Cámara, hagan real un programa que represente efectivamente aquello que el votante espera y no se aumenten los niveles de incertidumbre en sus expectativas políticas.
Las elecciones de 2018 constituyen un espacio para que el ciudadano reivindique sus aspiraciones políticas, los partidos fortalezcan sus programas e idearios, se consoliden unos objetivos de nación, se gaste menos en burocracia ineficiente y reduzcan los niveles de corrupción.
El voto del ciudadano será definitivo ante la crisis de representación; por eso, leer y analizar muy bien las propuestas de los candidatos para tomar la mejor decisión, es el camino para recuperar la institucionalidad de la representatividad política.
La cuestión no termina ahí, hay que ejercer control y vigilancia sobre las promesas realizadas en campañas para exigir coherencia y evitar que la ilegitimidad siga debilitando las instituciones políticas.
Uno de los males en la práctica política es la ausencia de una conciencia ética en la profesión, de la prudencia y de la sabiduría, sin estas condiciones difícilmente se disminuirá los actos de corrupción y el clientelismo.
Pensar en que el futuro de una nación le corresponde únicamente a los líderes políticos es una quimera, se precisa de la participación efectiva de todos los ciudadanos. La urgencia para que las instituciones recuperen su nivel de credibilidad ante la población, superar el descrédito de la justicia o de instituciones como la Presidencia y el Congreso de la República, por citar sólo algunos ejemplos, se convierten en un referente de necesaria reconsideración institucional.
*Director y profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Pontificia Bolivariana, respectivamente.