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El sistema facilita el desorden partidista

La Constitución de 1991 trajo apertura, pero obligó a una nueva reforma en 2003, que ahora hay que ajustar.

  • La identidad de los ciudadanos con los Partidos Políticos es cada vez más difusa, en parte producto de los escándalos y también debido a las pujas internas por el poder político que generan fragmentación en las colectividades. FOTO Juan Antonio Sánchez
    La identidad de los ciudadanos con los Partidos Políticos es cada vez más difusa, en parte producto de los escándalos y también debido a las pujas internas por el poder político que generan fragmentación en las colectividades. FOTO Juan Antonio Sánchez
30 de abril de 2018
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Los candidatos que menor desempeño tienen en las encuestas comparten un denominador común: están relacionados con partidos políticos que experimentan un fraccionamiento interno.

La principal consecuencia de este fraccionamiento es la indisciplina, que para la temporada electoral se traduce en la falta de lealtad que tienen los congresistas, principales dirigentes de los partidos políticos, respecto de los candidatos que su colectividad ha designado, en ocasiones con el concurso ciudadano, para hacer frente a la elección de la fórmula de presidente y vicepresidente en el mes de mayo.

Hay que decirlo, el fraccionamiento de los partidos políticos ha venido siendo permitido y hasta estimulado por el sistema electoral colombiano en las últimas tres décadas.

La apertura política

En la Constitución de 1991 el sistema electoral asumió una naturaleza flexible, con fines de brindar la apertura política suficiente que permitiese a amplios sectores de la vida nacional hacer parte de la democracia representativa. Algunos de estos grupos, incluso, dejaron las armas y la guerra popular contra el Estado y decidieron orientar su estrategia de transformación social al interior del debate electoral.

La consecuencia directa de esta medida fue la proliferación de partidos y movimientos políticos. Algunos de estas experiencias se presentaron claramente como alternativa y opción frente al bipartidismo; otras, en cambio, se convirtieron en microempresas electorales y surgieron en los propios partidos tradicionales para escapar a las decisiones de la colectividad.

De esta forma, nuestro sistema de partidos, en tan solo una década, dio un salto mortal, pasando del bipartidismo a lo que parecía configurarse como un modelo de atomización partidista, en los términos propuestos por Giovanni Sartori en el Siglo XX.

El reajuste al sistema

En el 2003 el Gobierno entrante y un sector importante de la intelectualidad, propusieron al Congreso una reforma constitucional para resolver esta situación. En efecto, el Acto Legislativo 01 promovió los cambios más importantes al sistema electoral vistos desde la Constitución del 91.

Fue allí donde se incorporó la obligación de presentar listas únicas a los partidos políticos, los umbrales electorales y la medida más polémica de todas: las listas cerradas no bloqueadas que combinadas con una estructura de voto preferente, posibilitaban la competición democrática en los partidos, así como el sostenimiento de su unidad.

Sin duda, las nuevas orientaciones tuvieron un efecto trascendental sobre el sistema de partidos. En poco tiempo, lograron el tránsito desde la posible atomización hacia el multipartidismo moderado con tendencia al bipartidismo que vivimos hacia el segundo periodo de Álvaro Uribe. Y no pararon allí, nos llevan actualmente hacia un multipartidismo extremo, donde 8 ó 9 partidos cuentan con relevancia para nuestro sistema.

En el fondo, a pesar que estas reformas han servido para mantener la unidad partidista en coyunturas específicas, conllevando incluso la posibilidad de supervivencia para muchas colectividades. Lo cierto es que también han generado un canibalismo interno entre las distintas tendencias que conviven en los partidos, ocasionando un fraccionamiento que nos permite hablar hoy día de partidos dentro de los partidos.

La indisciplina partidista

Solo para colocar un ejemplo, el Partido Liberal Colombiano, en el departamento de Antioquia, cuenta con al menos cinco grupos organizados que actúan por su parte en materia político electoral. Algunos de esos sectores, como el liderado por el concejal de Medellín Bernardo Alejandro Guerra, vienen siendo fieles a la decisión de impulsar a Humberto De La Calle. Sin embargo, en otros sectores, por ejemplo, el liderado por Eugenio Prieto, conocido como Liberalismo Socialdemócrata, se escucha podría estar interesado en apoyar otra opción.

Una situación similar ocurre con el Polo Democrático Alternativo, que es el resultado de sumar por la fuerza de la ley a los distintos fragmentos sobrevivientes de la izquierda democrática en los primeros años del siglo XXI. Un partido con una grave enfermedad de fraccionamiento, en donde el sector dominante está liderado por el antiguo MOIR, que impulso originariamente el liderazgo político de Jorge Enrique Robledo.

Otra experiencia más, a pesar de su reciente aparición, es la del partido Alianza Verde, el cual se ha estructurado alrededor de sus figuras más representativas en el Congreso y hoy comienza a presenciar cómo algunas de ellas se inscriben como aspirantes al lado del contrario político.

En ambos casos los partidos que soportan las candidaturas de Humberto De La Calle y Sergio Fajardo son más un problema que una solución al momento de la actividad electoral, pues los candidatos parecen destinados a invertir más esfuerzos en mantener los posibles votos internos, que los que deberían estar orientando a disputar y conquistar el electorado externo.

Ya es hora de que los partidos entren en razón y decidan apoyar todas aquellas propuestas que han buscado rediseñar el sistema electoral colombiano con las listas cerradas y bloqueadas.

*Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Magister en Administración de la U. Pontificia Bolivariana. Doctorando en Filosofía de la UPB. Docente del Departamento Ciencia Política Universidad Nacional, Sede Medellín y de la Facultad de Derecho Universidad de San Buenaventura.

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