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La inmunización es el logro más importante de la salud pública del siglo pasado, según el Centro para el Control y Prevención de enfermedades de Estados Unidos: impide entre dos y tres millones de muertes cada año.
Por ejemplo, la viruela mató al 30 % de los pacientes infectados hasta 1967, cuando comenzó una campaña mundial de vacunación.
Fue un proceso lento y el virus siguió infectando a cerca de 15 millones de personas. Solo en 1980, después de décadas de intentos por parte de la Organización Mundial de la Salud, la Asamblea Mundial de la Salud aprobó una declaración en la que se consideraba erradicada la viruela. Los esfuerzos coordinados libraron al mundo de una enfermedad que alguna vez fue letal y dejó a otras personas ciegas o con cicatrices.
En la actualidad, la expectativa de vida de las personas es de 75 años, pero antes de las vacunas era de 30 a 40 años, pues muchas fallecían a temprana edad a causa de enfermedades como el sarampión, la viruela, la tos ferina y la rubéola, por nombrar algunas.
“Hoy en día estas enfermedades se pueden prevenir por completo con una simple inyección”, dice la enfermera de la Secretaría de Salud de Medellín, Ruth Alicia Cadena, quien ha trabajado por varios años en prevención de enfermedades.
“No solo tienen un efecto en la infancia sino que se extienden durante toda la vida”, replica Ruth. En Colombia ya se puede hablar de la erradicación de la polio, una enfermedad que dejaba secuelas en los niños, por mencionar un caso.
La enfermera dice que “en Colombia hay doctores jóvenes que nunca han visto un caso de sarampión, ya que el esquema de vacunación aquí es uno de los más completos y modernos de América Latina, con 16 vacunas para el control de 19 enfermedades”. Esto lo ratifica el Ministerio de Salud: las coberturas de vacunación son amplias en el país.
Inmunidad de grupo
No obstante las cifras y que las vacunas se aplican gratis para los niños en Colombia, algunos padres voluntariamente dejan de vacunar a sus hijos, ¿por qué? ¿Esto puede poner en riesgo a la sociedad ante enfermedades mortales?
Por un lado hay un tema de creer que las vacunas no funcionan, o que son un negocio de las farmacéuticas. Luego está la desinformación y los miedos: hay quienes creen que las vacunas enferman, porque inyectan una bacteria. No saben que esa bacteria es inactiva y ayuda a fortalecer el sistema inmune.
El problema de no vacunar es el riesgo que se crea.
Una gran mayoría de científicos coinciden en que las vacunas son uno de los grandes pilares de la medicina moderna e intentan concientizar a la población sobre la importancia de vacunarnos como colectividad.
De acuerdo con la inmunidad de grupo, al vacunar a una parte de la población se proporciona protección indirecta a los individuos no vacunados. Este es un concepto muy importante para entender que la vacunación protege más allá de la persona: también protege a los que no han sido inmunizados.
Sin embargo, para cumplir esta misión, se requiere que un cierto porcentaje de personas en una comunidad se vacune.
En los Países Bajos se realizó un estudio que analizó un brote de sarampión entre 1999 y 2000. Se trató de unas 4.000 personas, y lo que encontraron es que es mejor no haber recibido la vacuna contra el sarampión y vivir en una comunidad altamente vacunada, que haber recibido la vacuna contra el sarampión y vivir en una comunidad no inmunizada, porque ninguna vacuna es 100 % efectiva.
Así las cosas, alguien no vacunado en una comunidad que lo está, está en menos riesgo, pero no pasa al contrario: alguien vacunado en un grupo que no lo esté, tiene riesgo.
El estudio Inmunidad colectiva contra la rubéola según una encuesta poblacional en Medellín, Colombia, publicado por un grupo de investigadores de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Antioquia, encontró que un caso de rubéola que se presentó en Medellín, “no se logró transmitir a otros, debido a que la proporción de personas inmunes en Medellín es de un 90 %”. Este es un caso local que ejemplifica la importancia de que la mayoría estén inmunizados, y sobre todo los niños, para así prevenir enfermedades.
Ahora bien, otro tema del que hablan los médicos es que cuando una enfermedad que esté erradicada, no significa que haya que dejar de vacunar. Por el contrario, hay que seguir vacunando para que no regrese.
Una vacuna es una preparación que activa el sistema inmune y lo prepara para responder a una determinada enfermedad. Contiene típicamente un agente que se asemeja al microorganismo causante de la enfermedad, sus toxinas o una de sus proteínas.
La vacuna estimula al sistema inmune del cuerpo para reconocer el agente como una amenaza, destruirlo, y llevar un registro. Así, el cuerpo puede reconocer y destruir con mayor facilidad a cualquiera de estos microorganismos ante encuentros posteriores.
Según Luis Fernando García, médico inmunólogo y profesor emérito de la Universidad de Antioquia, “en la vacunación nos exponemos a un antígeno que permite que cuando de forma natural estemos cerca de una molécula tóxica para nuestro organismo, podamos tener una respuesta rápida y eficiente en una próxima ocasión”.
Los rechazos
Algunos han optado por retrasar o evitar la vacunación, con argumentos que a veces no se basan en evidencia médica, sino en ideas religiosas o filosóficas. Otros basan su temor en la popularidad de algunos casos aislados relacionados con autismo y la difusión de historias falsas.
Santiago Arenas, ingeniero y dueño de un restaurante vegano de la ciudad, no confía en este método. “Yo no vacunaría a mis hijos por toda la información que ha vinculado sus contenidos de mercurio y aluminio con el autismo, trastornos mentales y problemas psiquiátricos. Además considero que la industria farmacéutica es una de las más inescrupulosas y poderosas, donde el interés que prima es el económico”.
En 2014, algunos medios del país visibilizaron los supuestos efectos contrarios de la vacuna contra el papiloma humano. Este polémico caso es uno de los ejemplos aislados en los que algunos ciudadanos manifiestaaron desconfianza con respecto a las vacunas.
Aunque la Organización Mundial de la Salud no ha hablado de ningún vínculo entre la vacuna y enfermedades autoinmunes, hay varias opiniones sobre el tema, que sigue en debate. Las autoridades de salud locales no han hecho un estudio que demuestre que la vacuna no las afectó, ni que tampoco revele por qué a las vacunadas se les desataron enfermedades tan graves.
Los temores sobre la seguridad de las vacunas son comprensibles y naturales, si no se entiende cómo funcionan y por qué se han probado tan efectivas. Es importante saber que “antes de que una vacuna se aplique se somete a muchas investigaciones y pruebas. Pueden pasar de 10 a 15 años para que una vacuna sea aprobada” replica Cadena. Nuestros temores acerca de las vacunas son infundados.
En Colombia no existen agrupaciones oficiales que se proclamen antivacunas, sin embargo, “sí hay personas que dejan de vacunar a sus hijos por desconfianza o desinformación”, dijo Ruth Alicia Cadena.
También por decisiones personales, como las del periodista Enrique Patiño. “Cada persona es libre de elegir lo que quiera para su vida. Yo acababa de hacer una entrevista sobre el mercurio en algunas vacunas, y preferí no vacunar a mi hija. Es una decisión muy personal y también respeto a quienes quieren hacerlo. Nunca se ha enfermado, pero no puedo controvertir a los médicos en ese sentido tampoco. Siento que es una cuestión de alimentación permanente, buena, también de leche materna que ha tomado durante un periodo adecuado, prolongado, así que una y otra cosa se unen para que ella haya tenido unas defensas muy altas y muy buenas”.
Recientemente el documental Vaxxed, producido por Andrew Wakefield, el cirujano británico que produjo una histeria injustificada sobre las vacunas en los noventas, fue retirado de la programación de Festival de Cine de Tribeca en abril de 2016. Robert de Niro, actor y padre de un niño con autismo y creador del festival, anunció: “Mi intención era proyectarla para que hubiera una conversación. No obstante, después de verla, no creemos que contribuya al debate”.
En 1998, Wakefield protagonizó la historia de una supuesta investigación publicada en la revista médica The Lancet, que relacionaba el sarampión, las paperas y la rubéola con el inicio del autismo. Su método científico fue muy discutido y la muestra con la que trabajó fue muy criticada por no ser aleatoria, sino seleccionada. El documento ha sido desacreditado debido a graves errores de procedimiento, los conflictos financieros de intereses no revelados y violaciones éticas. Wakefield perdió su licencia médica y el artículo se retiró de la revista.
El sistemas inmune infantil es más fuerte de lo que parece. Sobre la base de la cantidad de anticuerpos presentes en la sangre, un bebé podría teóricamente tener la capacidad de responder a unas 10.000 vacunas a la vez. Incluso, si se dan las 14 vacunas programadas a la vez, sólo se utilizaría un poco más del 0,1 % de la capacidad inmune de un bebé. Los científicos creen que esta capacidad es puramente teórica. En realidad, los bebés están expuestos a un sinnúmero de bacterias y virus cada día, y las inmunizaciones son insignificantes en comparación.
Los peligros de este enfoque son superiores a los beneficios relativos. Si se quería obtener la inmunidad al sarampión, por ejemplo, mediante el padecimiento de la enfermedad, se expone a una probabilidad de 1 en 500 a la muerte por sus síntomas. Por el contrario, el número de personas que han tenido reacciones alérgicas graves a una vacuna triple vírica, es menos de uno de cada un millón.
La gente tiene preocupaciones sobre el uso de formaldehído, mercurio o aluminio en las vacunas. Es cierto que estos productos químicos son tóxicos para el cuerpo humano en ciertos niveles, pero se utilizan cantidades muy pequeñas de estos en las vacunas aprobadas por la FDA. De hecho, de acuerdo con la FDA y el CDC, el formaldehído se produce a tasas más altas por nuestros propios sistemas metabólicos y no hay ninguna evidencia científica de que los bajos niveles de este químico, el mercurio o el aluminio en las vacunas puedan ser perjudiciales.
El papel de las vacunas no se puede negar cuando de enfermedades infecciosas se trata. Un ejemplo es el sarampión en EE. UU. Cuando la primera vacuna contra el sarampión se introdujo en 1963, las tasas de infección se había mantenido estables en alrededor de 400.000 casos al año. Y mientras que los hábitos de higiene y el saneamiento no ha cambiado mucho en la siguiente década, la tasa de infecciones de sarampión se desplomó tras la introducción de la vacuna, y sólo se registraron 25.000 casos en 1970.