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Cristóbal Peláez, que no es Cristóbal sino Bernardo cuando se ve en la pantalla del cine, aunque se parezcan mucho, compró la ropa en La Minorista. Y Pedro Julio Arias, que en la pantalla tampoco es Pedro Julio, sino una estatua humana, aprendió a hacer de robot en clases de breakdance.
Todo fue por amor, o por Eso que llaman amor, la película de Carlos César Arbeláez, ese director de cine que nos hizo llorar en la silla roja con su primera cinta, Los colores de la montaña, y que nos grabó en la memoria al niño del balón, Julián, y a Poca luz.
Eso que llaman amor tiene tres historias que cuentan desde el humor, el drama, la humanidad, la cotidianidad. Porque, ¿qué pasa cuando dos estatuas humanas se enamoran? Él le enseñará a hacer un sánduche con empanada.
La película
Carlos César empezó con el guion en 2006, y la película fue primero cortometraje: La Caja contó la historia de Camila y Bernardo. Así que después se sumaron dos más y ahí quedó Eso que llaman amor, más una que se descartó al final. Igual como pasa en el amor.
Esta vez, la cinta transcurre en Medellín. El director volvió a su ciudad, porque en Los colores se había ido al campo.
Ahora es el amor el que cuenta, aunque no el melodramático. Es ese que no se evita, que también habla de soledad. Ese que termina en un bolero de Daniel Santos: “Nada soy / porque al fin nada ya tengo”