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El encanto de la lectura está al alcance de todos

Leer por gusto, más que por necesidad, se puede estimular en cualquier época de la vida.

  • ilustración Esteban parís
    ilustración Esteban parís
El goce de leer, meta alcanzable a cualquier edad
18 de agosto de 2017
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¿Qué, si no magia, una magia rara, es la lectura? Uno pasa los ojos por una fila de signos estilizados y bellos, curvos unos y longilíneos otros, las letras, y no los mira a ellos sino que, por un misterio en el que ni siquiera se piensa, se olvida de ellos para que aparezcan en su lugar mensajes o historias.

Esa magia la han detectado muchos. Cristóbal Peláez, el director del Teatro Matacandelas, cuenta que cuando era un niño y todavía no había aprendido a leer, les pedía a sus hermanos mayores que le leyeran algún cuento o fragmento. Y él les envidiaba que pudieran hacerlo: abrir las puertas de las historias y meterse en ellas. Cuando terminaban, no sabía si estaba más fascinado por lo que le habían leído o por haber asistido a ese acto de taumaturgia.

“¿Y usted cómo sabe que eso dice ahí?”, preguntaba, todavía incrédulo del poder de esos ilusionistas.

Quien se deja seducir por la lectura pasa una vida divertida. Uno sabe que todo el mundo no tiene que ser lector, y menos un lector voraz. Que la lectura ha sido siempre un asunto de minorías. Sin embargo, es aceptado por casi todo el mundo que un pueblo que lee tiene más posibilidades de crecer en conocimientos y puede imaginar su vida y su futuro.

¿Cómo se crea o despierta el gusto por la lectura?

El narrador y periodista Juan José García Posada le apuesta en primer lugar al ejemplo.

Cree que si los niños ven a su papá, su mamá, sus hermanos mayores o sus tíos leyendo, pueden adquirir con más facilidad este hábito.

Los niños tienden a imitar, dice García Posada. Y si en su casa, una o más personas toman un libro o el periódico, es factible que ellos tomen también esos objetos. Comienzan, seguramente, con las tiras cómicas. Después pasarán, a notas curiosas y así, con el paso del tiempo, van llegando a otros temas.

El periodista sustenta esta apuesta en la experiencia.

Los domingos acompañaba a su papá a misa de 4:30 de la mañana, ilusionado con la posibilidad de ver a los cazadores y pescadores que acudían a la iglesia de San Benito, en el Centro de Medellín, con sus perros y sus escopetas los primeros, con sus cañas de pescar los segundos, antes de subir al tren para ir a algún pueblo a realizar sus faenas.

Después volvía a casa y en la biblioteca del papá, amplia y diversa, leían el periódico.

El escritor Luis Fernando Macías tiene un libro titulado El juego como método para la enseñanza de la literatura a niños y jóvenes. Lo publicaron entre la Biblioteca Piloto, Cástor y Pólux Ediciones y Hombre Nuevo Editores, en 2003. En él queda claro que la literatura puede abordarse con juegos, sí, pero que ella misma lo es, si se incursiona de una manera lúdica, mejor dicho, divertida.

Macías propone, entre otras cosas, buscar al menos al principio, esas piezas literarias que son de por sí graciosas, como canciones, rondas, retahílas, trabalenguas, adivinanzas, palíndromos (esas oraciones que dicen lo mismo leyéndolas al derecho que al revés). También mitos, cuentos, leyendas.

Como esa canción infantil del Cero: “Soy un cero redondito,/ tengo ganas de llorar,/ porque todos los niños dicen/ que no sirvo para na”.

Quién alega que así, leer no es una fiesta.

Desde antes de nacer

Sandra Zuluaga, directora de la Fundación Ratón de Biblioteca, dice que en esa institución se dedican a la lectura desde que las mujeres están en embarazo, para dotarlas de palabras, narraciones y canciones para que los niños aprendan pronto a expresar sus emociones.

Los niños, dice Sandra, van adquiriendo el gusto por la lectura. No tanto para llegar a ser unos sabelotodo, sino para que disfruten y tengan historias que contar a otros.

Una de las niñas del programa, comenta la directora, habitante del barrio La Esperanza, en el noroccidente de Medellín, dice que cuando está triste o sola se ocupa en leer un libro y en este encuentra consuelo o tranquilidad.

Por este camino va la maestra Lucila González de Chaves. Sostiene que así como a caminar se aprende caminando, a leer se aprende leyendo. También así, el gusto por la lectura.

Considera que no solo es aconsejable la guía de personas que sepan de lecturas, sino que sepan de buenas lecturas.

Fuera del ámbito familiar, en la escuela se puede estimular este placer. También con el ejemplo de profesores a estudiantes. De acuerdo con Juan José, lo recomendable es que el maestro pueda dar crédito de la lista de libros que se deben repasar. Es decir, que los haya leído.

Cree que sí es conveniente que haya lectura obligatoria. Los que no deben ser obligados son los títulos de los libros que se escojan.

Lucila señala que ese deleite puede alcanzarse “de una manera linda: compartiendo los textos”. Con esto se refiere a que se comenten los libros que se están leyendo. Se intercambien puntos de vista.

“Cómo te parece, puede decirle uno a un amigo, que estoy leyendo un libro de Simone de Beauvoir. Y ya no habla de La mujer rota. Se trata de unas mujeres que se convierten en víctimas de su espiritualidad...”.

De esta manera sencilla, se invita a otro a leer.

Loros viejos también...

Esta sugerencia de Lucila González de Chaves lleva a otra consideración: ¿Puede un ser humano mayor despertar y estimular su gusto por la lectura, aunque antes nunca lo hubiera tenido? La misma maestra lanza la siguiente analogía:

“Si a una persona adulta que jamás haya probado el vino le doy una copita de cocinar, tal vez le parezca rico. En cambio, si le doy esa copa a un experto en vinos, con seguridad exclamará: ‘¡qué es esta porquería!’.

Y explica que una persona de cualquier edad, 60 o 70 años, puede aprender a deleitarse con el vino de la lectura. Si no ha leído en la vida más que “algunas cositas, como Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi, pues debe volver a entrar al mundo literario con cositas parecidas”, como El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, que es propicio para todas las edades, niveles de formación y formas de pensar.

Cuánto no le da para pensar una metáfora como la del zorro cuando le pide al Principito que lo domestique. Qué es domesticar, le pregunta este, y el otro le responde más o menos que crear vínculos entre los dos. Esta idea tiene miles de significados en la vida.

Igual, una lectura como Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, narración de la que muchos repiten de memoria el primer párrafo:

“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal”.

Al leerse Platero y yo, dice Lucila González, queda la melodía, la musicalidad.

Sandra Zuluaga tiene entendido que muchas personas, cuando crecen y se dedican a trabajar, abandonan la lectura y la escritura porque su actividad económica no les exige leer ni escribir.

A veces, en su vida de familia, con sus hijos, quisieran volver a una biblioteca, pero sienten temor de visitarla porque no quieren que de pronto les toque exhibir en público su falta de habilidad.

Ella recomienda que vayan a la biblioteca en familia.

La ciudad está dotada de parques biblioteca, bibliotecas, Unidades de Vida Articulada (Uvas), salas de lectura como las del metro, que ofrecen varias modalidades de acercamiento a la lectura y al saber: las películas, los conversatorios, las conferencias sobre temas diferentes... Y así, el adulto se va familiarizando.

Juan José dice que sabe de algunas personas que al llegar a la edad de jubilación, en vez de ponerse una boina e irse con un par de amigos a ver pasar gente a un parque, se dedican a la lectura. “Aunque no es lo común”. Y llegan a adquirir solvencia al hablar de libros y autores. Esto se debe a que recurren a la lectura, no porque no tienen nada más que hacer, sino porque es lo mejor que pueden hacer.

Agrega algo que complementa esa idea de Sandra sobre acudir a conferencias y conversatorios sobre temas de interés: ese lector que no está muy familiarizado con la literatura, debe conversar con buenos lectores. Estos incitan a buscar otros libros, porque nos seducen con sus comentarios.

Que dejen la idea de que no pueden leer sino libros físicos, agrega. Los digitales también son agradables.

La edad, dice Lucila González de Chaves, no es disculpa para comenzar a leer, si se desea. “El hombre aprende hasta el momento en que muere; en este último instante está aprendiendo a morir”.

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