El barro, el hilo, el color y la estructura son los cuatro elementos más importantes “para materializar los sueños” de la artista bogotana Olga de Amaral.
Su voz es tranquila y alegre; le subyace un dejo y unas palabras del altiplano cundiboyacense. Siente que vivió la vida como quería (“85 años son 85”), en lo personal y profesional: “Desarrollé una característica, una luz que me guiaba hasta llegar a lo que llegué”. Más de 60 años dedicados al arte. Insiste en que el eje de su obra es Jim, su esposo. Sin él, dice, “nada de lo que he hecho habría sido posible”.
Su obra se expone esta vez en la galería Patinoire Royale, en Bruselas, Bélgica. Una mirada atrás a su arte.
¿Por qué terminó haciendo tejido?
“Cuando estudiaba dibujo arquitectónico me sentía muy atraída por el diseño y el color. A mis 22 años quise estudiar algo más especial y que me gustara. No arquitectura porque me parecía que era una carrera muy larga. Alguien me habló de un lugar en Estados Unidos que se llama Academia de Arte de Cranbrook, en Michigan. Me fui para allá, daban clases de tejido, joyería, pintura. Apliqué y me recibieron en la primera; no me recibieron en ninguna otra cosa. Entonces me fui a estudiar y la experiencia resultó maravillosa.
Poco a poco me fui quedando con el hilo, luego de experimentar con diferentes materiales, colores y estructuras”.
¿A estas alturas de su vida la importa la discusión de si su obra es arte o artesanía?
“Ha sido una pregunta de toda la vida. No estoy en posición de definirlo. Creo lo que creo. De la nada, a punta de luz y estructura, llegué a lo que llegué. Por eso no quiero juzgar. A la hora de la verdad todo arte tiene artesanía. Mi trabajo es muy de armar, más de construir. Amo la artesanía, pero no consideraría que mi impulso es artesanal, aunque al principio lo fuera”.
¿De dónde o cómo surgen sus obras?
“No me siento propiamente inspirada, en el sentido estricto de la palabra. Son emociones espirituales y cargadas de mucha emotividad. Me entregué a un algo que me gustaba y que me dio mucho espíritu”.
¿Siente que le quedó algo por hacer?
“Quiero y creo que voy a hacer dos instalaciones en lo que me queda de vida. Una es con lajas de piedra recubiertas de oro. Es como un paisaje, aunque por ahora quiero que se aterrice un poco en su forma.
La otra instalación le llamo Brumas, una invención mía del color. Lo único del ‘sentir’ allí es el color y el espacio. Son seis construcciones en hilo con color”.
Usted tiene raíces antioqueñas. ¿Tiene algún recuerdo?
“Me he sentido siempre como una antioqueña. Mi papá y toda mi familia eran de allá. Gran parte de mi niñez la pasaba allí. Fui hasta los 15 años”.