Absurdo, el sonido de un arroyo, se insinúa en el interior de una de las salas del Museo El Castillo, tan pronto uno traspone el umbral.
Los ojos del visitante buscan el lugar por donde se filtra un riachuelo a los interiores lujosos, y descubren, en el suelo, la imagen fragmentaria de un afluente, su fondo de formas sinuosas, sobre el cual se refleja, gracias a la luz de un sol imposible, una vegetación que se mueve por efectos del viento y del agua...
Escritura de río, la instalación de Sara Olier, es una de las obras que conforman la muestra Intemperie, de la curadora Lucrecia Piedrahíta, que tiene como tema central el paisaje.
Es “un paisaje reinterpretado, resemantizado. Se volverá símbolo y en otros casos comenzará una reconstrucción crítica del mismo”, dice Lucrecia.
Esto se percibe en la obra de John Jader Bedoya, tríptico con cuadros de gran formato hechos con material orgánico en el que predominan hojas de árboles. Al acercarse, es una obra abstraccionista; de lejos, un paisaje que señala la destrucción que los humanos hacemos de la naturaleza.
También, en la geografía de la memoria, el testimonio material del desplazado, la propuesta de Alexandra McCormick; en una instalación que alude a la sustentación eléctrica de la vida, de Adriana Salazar; en retratos fotográficos de Ángela Torres captan la soledad de los seres en el multitudinario metro de Nueva York; dibujos de petróleo en vidrio, de Edwin Monsalve (y el tiempo), que también vaticinan la desolación, y la explosión de un sol negro, escultura doble de Alejandro Muñoz.
Diversidad y complejidad en el paisaje.