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Leila Guerriero: leer como quien respira

La periodista Leila Guerriero habla sobre la necesidad de leer, de reencontrarse con los libros y sus personajes.

  • Leila Guerriero explica que un periodista necesita leer para que su propia prosa se enriquezca, para sentir el estímulo de encontrar un recurso narrativo. Foto: Emanuel Zerbos.
    Leila Guerriero explica que un periodista necesita leer para que su propia prosa se enriquezca, para sentir el estímulo de encontrar un recurso narrativo. Foto: Emanuel Zerbos.
02 de julio de 2017
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Leila tiene una colección de recortes. Grandes, pequeños, de revistas, de periódicos. Es una colección que crece en vertical, con más y más hojas, de historias que la capturan, de asuntos que le interesan.

La suya es una costumbre heredada, cuenta. Su papá, ingeniero químico, solía recortar la prensa para compartir con los suyos aquello que podría gustarles. “Lo que le parecía interesante lo recortaba, lo compartía, lo guardaba. Si sabía que alguno de nosotros estaba interesado en las ballenas, los dinosaurios o la poesía de Gustavo Adolfo Becquer, lo recortaba y te lo daba”.

Ella se presenta como periodista, lo es desde que, hace años, Jorge Lanata leyó el cuento que le dejó en la portería de Página/12 y él, sin conocerla, sin haber hablado nunca con ella, sin haberla leído antes, se lo publicó y le marcó el camino que aún sigue recorriendo.

Pero Leila es, sobre todo, lectora, desde niña, cuando devoró las historietas del Corto Maltés y las Crónicas marcianas de Ray Bradbury.

¿Por qué leer?

“Yo leo desde antes de aprender a leer. Siempre me gustó que me contaran historias y mis papás y mis abuelos lo hacían. La lectura es algo que forma parte de mi vida, como respirar. Me produce mucho placer el estado de inmersión en otro mundo que te produce un libro.

Con el tiempo uno va descubriendo otras cosas en ellos: hay libros que te salvan la vida, hay otros que te ayudan a no sentirte tan loco o tan solo, hay experiencias que vivís en los libros que de alguna forma tienen eco en la vida real sin que tuvieras idea de que ibas a pasar por eso.

A veces me parece, sin embargo, que ponemos a la lectura en un lugar supremo en términos de valor cultural. Hay gente que consume mucho cine, mucha música y que no lee tantísimo, pero que encuentra en esas narraciones cosas que yo encuentro en la lectura: inspiración, expansión de la imaginación, consuelo...

Lo que sí me parece es que no puede existir una persona que se dedique a la escritura y que no lea. Eso sí me parece atroz y un contrasentido absoluto. Es como si te gustara correr en fórmula 1, pero estuvieras en contra del uso de la gasolina. No concibo a nadie que quiera escribir que, antes, no haya sido un lector más o menos importante.

Me parece grave, muy grave, la carencia de lectura que uno ve en alguna gente que escribe. No suele pasar entre escritores de ficción, pero con los periodistas es completamente distinto. Yo noto que hay una falta o que leen un solo tipo de cosas: solo libros de investigación periodística, o que basta con A sangre fría, Operación masacre o con algún perfil de Gay Talesse y ahí ya estamos. En realidad, un periodista necesita leer para que su propia prosa se enriquezca, para sentir el estímulo de encontrar un recurso narrativo”.

***

Leila también escribe. Lo hace para periódicos, para revistas. Escribe crónicas, perfiles, ensayos, opiniones que se pueden leer en La Nación o en Rolling Stone o en Soho o en Elmalpensante o en El País o en Etiqueta Negra o en Gatopardo o en El Mercurio...

Y a veces, reúne y publica sus escritos en un libro como, digamos, Zona de obras, el más reciente, donde lo mismo se puede encontrar un texto sobre la inexistencia del periodismo cultural o sobre la no ficción mencionando, de paso, a Hegel o a Borges o a Terrence Malick o a Kapuscinski o a Pearl Jam o a Werner Herzog. O recordando a Madame Bovary o a Ana Karenina. O encontrar, en otro, texto ideas para aquellos que quieren escribir, así ella diga que no le gusta dar consejos para hacerlo.

“Sean curiosos: miren donde nadie mira, hurguen donde nadie ve. No permitan que la miseria del mundo les llene el corazón de ñoñería y de piedad”.

Entonces, Leila, ¿por qué escribir?

“Hay una pulsión muy fuerte en la escritura, es muy demandante y con los años va colonizando más espacios. Me parece que la escritura sucede por necesidad. Yo no podría estar sin escribir. Esa es mi forma de entender y organizar el mundo, de estar en él. Si paso mucho tiempo sin escribir empiezo a sentirme anímicamente mal, físicamente mal.

Porque escribir, además, no es un placer. Placer es el resultado de la escritura. Todo aquel que escribe, o que le gusta el resultado de lo que hace, necesita hacerlo, no todos son sumamente prolíficos, cada quien escribe a su ritmo y a su modo.

Pero cuando un periodista se pregunta para qué escribe, trasciende de esa necesidad personal. Hay una voluntad de querer hacer visible una realidad, se tiene algo para decir sobre un asunto, y se escribe desde un lugar íntimo, pero también dentro de un contexto cultural, político y social que tiene que ver con ese conjunto de intereses que vas visitando a través de distintos textos, de los años, que van desplegando tu visión sobre el mundo, que no es una visión egocéntrica, sino la que te permite visibilizar esas cuestiones que te preocupan, para ponerlas en discusión, incluso”.

¿Hay alguna diferencia entre la Leila periodista y la Leila opinadora? ¿cómo se siente en ese rol?

“No tengo una escisión en eso. Muchas de las cosas que digo en las columnas no las digo explícitamente en las crónicas y los perfiles, pero si alguien mira bien los temas sobre los que elijo hablar, pues hay una correlación entre todo, porque si no sería una persona totalmente optimista y estúpida, diciendo que el mundo es muy lindo en los artículos, pero siendo una pesimista radical en las columnas.

Me gusta mucho hacer las columnas. Al principio estaba aterrada, porque no sabría si iba a encontrar algo para decir todas las semanas, me daba un poco de miedo eso. Y luego lo empecé a ver como un lugar propicio para hacer experimentos. ¿Por qué solo hablar de política o de economía? ¿Por qué no hablar de la miseria humana? ¿Por qué no hablar de qué pasa cuando se te muere tu mamá o cuando acompañás a un pariente al hospital o cuando se separa una pareja?

Desde el principio tuve la idea de hacer un mural de postales que fueran en dos direcciones: la de comentar las cosas que pasan (los inmigrantes sirios, el atentado contra Charlie Hebdo, la escasez de tampones que hubo en Argentina el año pasado...) y lo otro, algo mucho más íntimo, más reservado pero de una escala profundamente universal y humana, experimentando con esa faceta de universalidad de las sensaciones humanas, de como podemos sentirnos desprotegidos, impotentes, viles, miserables...

Lo que siempre tengo muy claro, para estas columnas, es qué es lo que yo puedo decir de eso que le interese a alguien. Siempre me hago esa pregunta. Y seguiré haciendo algunos experimentos, como una serie de columnas que se llaman Instrucciones, que son unas falsas instrucciones, para cosas que no las necesitan: para enamorarse, por ejemplo, o para no sufrir.

Al final, para mí la escritura es todo: las columnas, los artículos, los perfiles, los prólogos... Y lo bonito es que todo va dejando una marca. Lo escueto de la columna deja una marca en mis textos más largos y viceversa. Y eso me parece que es bueno”.

***

Y viaja. Salió de su natal Junín, en Argentina, para estudiar algo relacionado con viajes y turismo, pero terminó atracando en el periodismo. Pasó por Medellín, pero igual se sabe de ella que estuvo en el D.F., en Madrid, en Cartagena o Buenos Aires, dictando talleres o conferencias, compartiendo lo que sabe, lo que ha aprendido. Pero sobre todo, sigue leyendo, por que lo necesita. Y, de paso, para alimentar su colección de recortes.

Entre tanto viaje ¿a qué horas y en dónde escribe?

“Cuando estoy en casa y casa es Buenos Aires. Cuando estoy en ella llevo una vida más bien monacal. Es mi espacio de escritura y de reporteo.

Pero es una cuestión de organización y de saber que, si uno va a dar vueltas como una peonza por medio continente, pues hay que organizarse, porque me gusta dictar talleres, me gusta dictar una conferencia que me interesa.

Hay que entender que no se pueden escribir 25 notas al año, pero si te organizás, podés seguir escribiendo. Por eso soy como una especie de monja en mi país y de playboy cuando estoy de viaje”.

¿Aún encuentra en periódicos y revistas historias para recortar y guardar?

“Sí, por supuesto que sí. Mi colección de recortes es cada vez más grande. Todo el tiempo uno encuentra, no necesariamente en textos gigantescos, verdaderas perlas. A lo largo de un año puedo hallar cosas bien escritas, editadas, desplegadas. Creo que hay buenas historias y muy buenos periodistas. No tengo el prejuicio de que, para que algo sea bueno, tiene que ser larguísimo”.

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