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El lenguaje incluyente trae incluido el caos

El lenguaje incluyente causa enredos, y no es correcto gramaticalmente. El espíritu de la lengua no es sexista.

  • ilustración Elena ospina
    ilustración Elena ospina
23 de octubre de 2016
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En lugar de decir “el interesado”, deben decir: “el/la interesado/da”, y al dirigirse a “los indígenas”, deben hacerlo a “las y los indígenas”...

Estas son dos de las numerosas normas que dictaron el Instituto Nacional de las Mujeres y el Gobierno de México para el personal de salud.

Esas normas son parte del llamado lenguaje incluyente que defienden algunas personas y saca de quicio a otras.

A las primeras les brinda un aire de equidad entre los géneros. Devuelve, aunque sea en la forma, la visibilidad a las mujeres que han permanecido imperceptibles por siglos, en la mayor parte de los grupos humanos organizados.

A las últimas les desespera el enredo de los diálogos y la extensión que toman las expresiones. “El lenguaje de hecho es incluyente —dice el periodista Juan José García Posada, quien en El consultorio del idioma, que emite por la emisora de la UPB, hace alusión a ello—. En español, la forma plural que incluye a hombres y mujeres es el masculino”.

Y en cuanto a la extensión, señala que todos los idiomas, por deseo de los hablantes, tienden a reducir las oraciones para hacer la comunicación más práctica y sencilla, y el lenguaje incluyente va en contravía de eso.

Uno de la Academia

A propósito de la guía mencionada y del tema, Ignacio Bosque, de la Real Academia Española escribió que en los últimos años “se han publicado (...) numerosas guías de lenguaje no sexista. Han sido editadas por universidades, comunidades autónomas, sindicatos, ayuntamientos y otras instituciones”.

Sostiene que “la mayor parte de estas guías han sido escritas sin la participación de los lingüistas”. Recuerda que no es ilegal formular tales manuales de lenguaje no sexista y reconoce una amplia bibliografía de los mismos, emitida por entidades comprometidas con la equidad de género, incluida la Unesco.

Bosque analiza tales manuales y concluye que quienes los redactan suponen “que el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz”.

Como si conversara con él, García Posada dice: “la inclusión a las mujeres no debe ser cosa de palabras y de buenas intenciones, sino de obras”.

Hay quienes van más allá, como Lucas Mondelo, entrenador de la selección de baloncesto femenino de España. Antes de un torneo, dijo: “Nosotras haremos que el sorteo del Eurobasket sea bueno o malo”, porque hablaba a nombre de una mayoría conformada por mujeres.

Desdoblamiento es distinto

Quienes se molestan con el enredo y el alargamiento de las oraciones con el uso de lenguaje no sexista llegaron a criticar que se usara en el Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, suscrito entre las Farc-Ep y el Gobierno Nacional hace un mes. Dicen que el texto final, de más de 290 páginas, hubiera quedado con casi 100 menos y, para un pueblo donde a la mayoría de los habitantes le da pereza leer, eso hubiera sido atractivo.

Sin embargo, lo que se usó en ese Acuerdo, más que lenguaje incluyente, es el recurso de desdoblamiento del lenguaje. Quienes lo han leído notan que siempre aluden a mujeres y hombres, niños y niñas. Por ejemplo:

“1. Hacia un Nuevo Campo Colombiano: Reforma Rural Integral

Consideran:

Que en el marco del presente Acuerdo (...) crea condiciones de bienestar para la población rural —hombres y mujeres— (...).

(...) y que a juicio de las Farc-Ep dicha transformación debe contribuir a solucionar las causas históricas del conflicto,(...) la exclusión del campesinado y el atraso de las comunidades rurales, que afecta especialmente a las mujeres, niñas y niños.

(...)alimentación y nutrición, entre otros, que brinden bienestar y buen vivir a la población rural —niñas, niños, hombres y mujeres”.

“Ah, pero eso es otra cosa —aclara la periodista Ana Cristina Restrepo—. Una cosa es el lenguaje incluyente y otra el desdoblamiento del lenguaje”. Dice que ella está de acuerdo con las formas neutras que tiene nuestro idioma para referirse a los grupos comprendidos por hombres y mujeres, por ejemplo: “los médicos de este hospital”, para referirse a los de ambos sexos. “Y no me siento excluida para nada”.

Cuando en la presentación de un evento público, un maestro de ceremonias dice: “Buenas noches queridos asistentes”, “no hago un drama diciendo: ‘ay, no me miraron’”.

Recomienda, eso sí, que haya equidad en el uso del lenguaje: si al redactar una noticia se llama a un hombre por el apellido, con la mujer debe ser igual. Si se le llama ella por el nombre, a él también. Tampoco está de acuerdo con infantilizar a las mujeres: “que no digan: ‘la niña Secretaria de Educación’, sino ‘la Secretaria de Educación’. ¿Por qué no tratan de niño al Alcalde? Con ese trato, buscan disminuirla a ella”.

Estudiosa de asuntos de género, si bien defiende el uso neutro, como ya dijo, y no el lenguaje incluyente, que enreda y alarga, es clara y enfática al explicar: el desdoblamiento del lenguaje es otra cosa: “es una herramienta política del lenguaje para incluir explícitamente a sectores que como el de la mujer ha sido discriminada en nuestro medio”.

Es tajante: ella, que ha apoyado el Acuerdo y, por consiguiente, el Sí en el plebiscito, hubiera votado No si el texto no hubiera sido redactado acudiendo al desdoblamiento del lenguaje. “Si no hubiera sido así, yo habría sido la primera en escribir una columna de opinión llamando la atención sobre eso”, advierte.

Porque no resulta claro que los efectos de los acuerdos, en un país donde a las mujeres se les ha atropellado tanto, sí recaigan sobre ellas.

“Cuando el discurso tiene implicaciones políticas y es preciso identificar el papel de las mujeres y de los hombres, debe usarse el desdoblamiento del lenguaje; de resto, no”.

Y pone otro ejemplo: si un mensaje va dirigido al rol específico de mujeres educadoras, que tiene asuntos distintos a los de los hombres, debe hacerse, para conseguir mayor precisión en el discurso.

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