Unos fenómeno casi sobrenatural sería un niño que, apenas acercándose a las letras del alfabeto, comenzando a apropiarse de sus sinuosas formas y distinguir sus mágicos sonidos, llegara a la literatura leyendo Guerra y Paz de León Tolstoi; a la historia, con las páginas de La historia de Europa, de Henry Pirenne, o a la física cuántica con Sobrevolando el territorio del Quantum, de Teresa Versyp Ducaju.
Un lector de literatura, ciencias naturales o sociales se hace leyendo paso a paso, del mismo modo en que se consigue, en general, todo en la vida. Y en esa fase inicial de lectura, la del acercamiento al mundo de los libros, hay unos que resultan importantes: los libros infantiles ilustrados.
Está bien que toda la gente que se vuelve lectora no comienza con ellos, pero hay algo en lo que coinciden bibliotecarios, profesores y promotores de lectura: estos materiales ayudan a que ese primer paso sea un asunto agradable, natural y, quizá, más efectivo.
Los libros planeados para los niños que apenas descubren el mundo están discriminados por edades. Porque unas cosas son las que requieren y comprenden los bebés, que las que alcanzan a entender los chico de tres a seis años y, distintas las que aprende otro que sepa leer.
Para los más chicos, un libro bien puede tener una jirafa, por lo general simpática y colorida, que se repite en las páginas en posturas y situaciones diversas y en cada una de estas decir apenas algo del personaje: que baila, que tiene amigos.
La historia se enriquece porque los niños imaginan los dramas por los que esa criatura de largo cuello puede pasar, o porque, si están acompañados de adultos, a estos los inducen a imaginar, pidiéndoles que les cuenten asuntos de la bendita jirafa.
Otras formas de leer
Para Diego Aristizábal, articulista de EL COLOMBIANO y director de los eventos del libro de Medellín, entre ellos, la Fiesta del Libro, esos volúmenes son importantes para los niños porque propician la iniciación en la lectura.
“Esos libros hacen parte de las otras formas de leer, que son infinitas. Las imágenes constituyen una manera de interpretar la realidad. Cuando ves una imagen estás haciendo una lectura también”, sostiene Diego.
Pensando en estos materiales en los que priman las imágenes, recuerda que hace poco encontró un rompecabezas fascinante que tiene dos lados y por cada uno hay una historia distinta.
“En la medida que lo armas, vas construyendo con el niño un cuento, porque la narras a medida que ves las imágenes. Eso, evidentemente, es una acercamiento también a la lectura”.
Y redondea su apreciación diciendo que en el caso del rompecabezas o en el del libro que tiene ilustraciones que se van observando con un niño, o el del adulto que va mirando cómo aquel pasa las páginas y se detiene en los colores que le atraen, en esos actos, asegura, hay una iniciación muy fuerte en la lectura.
Diego Aristizábal cree que esas obras no solamente las disfrutan los más pequeños. Ahora más que antes se está evidenciando que los adultos, cuando van a las librerías con los hijos, están viendo lo atractivos que resultan estos volúmenes que cada vez hacen más bellos, y se despierta en ellos un deseo profundo de que sus niños se lleven esos que el adulto quiere. Y cada vez se ven más casas, dice el director de la Fiesta del Libro, donde tienen volúmenes para niños que en realidad son para los adultos también.
Que los muerdan
La maestra Lucila González de Chaves sabe, como educadora, que en la enseñanza de cualquier área hay muchas herramientas válidas para conseguir la transmisión efectiva de conocimientos. No todas tienen que ver directamente con el lenguaje articulado.
“Pueden ser rayitas o gruñidos. Todo sirve para enviar un mensaje”. Aunque aclara: “estamos hablando de un buen maestro, porque a un mal maestro, ninguna herramienta le sirve”.
En el área de la comunicación, dice la maestra, la palabra es eficaz, pero las imágenes también lo son. Por eso, cree que resulta una estrategia exitosa la de combinarlos, como sucede en muchos de esos libros.
Al enfatizar que las palabras no son las únicas ayudas con que se cuenta en la enseñanza, dice que los volúmenes ilustrados son importantes porque están dirigidos a enseñar a pensar, hablar, a ensayar ser adulto. Esos libros, dice, son desafíos a los sentidos. Y es la forma como los niños conocen unos animales, plantas, el Sol y muchos elementos de la Naturaleza, con los que se les invita a contar historias.
Destaca que es muy valioso el contacto de los niños con los libros. Y es aconsejable que para los más pequeños los elaboren en materiales resistentes que aguanten que los niños les pasen la lengua y hasta los muerdan, porque, señala, los chicos conocen el mundo con la boca, por eso se llevan las cosas a ella.
“Todo ese manoseo de los libros, el olerlos, lamerlos y sentirlos de todas las formas, es esencial”, menciona Lucila.
Gloria Bermúdez, directora de la corporación Laboratorio del Espíritu, de El Retiro, usa esos libros. Y sus colaboradores en la tarea de promover la lectura, también lo hacen.
“Si bien los niños más pequeños no saben leer, en el sentido de entender las letras y qué dicen entre ellas, ellos leen esos libros. Narran lo que ven. Se maravillan y sorprenden con las situaciones en que están los personajes de esos libros. Los libros ilustrados son la primera forma de leer”.
Los libros crecen
Los libros van creciendo con los niños. ¡Ronquidos! es un libro de Michael Rosen, con ilustraciones de Jonathan Langley, publicado por Editorial Norma. En él, la primera escena, muy colorida, ocupa la página entera. Muestra un paisaje campesino, una casa y animales durmiendo.
“Todo estaba en silencio en la granja.
Perro estaba dormido.
Gato estaba dormido”.
En la segunda página: “Vaca estaba dormida”. Ya se imaginarán que, en efecto, hay una vaca plácidamente tendida en sobre el pasto... Y así van las páginas, mostrando lentamente la vida apacible de la granja.
Ya para los niños de unos siete años o cuando se han familiarizado con las letras, con sus formas y con el sentido que forman unas al juntarse con otras, hay libros con más palabras que los anteriores.
El árbol mágico es un volumen de Pedro Pablo Sacristán, un escritor que estudió ingeniería aeronáutica y pone a volar la imaginación de los niños con sus historias, e ilustraciones de Jaime Espinar Muñoz. En él, las páginas todavía están dominadas por las imágenes, pero los textos son de unas cuatro líneas en cada una de ellas. Comienza así:
“Hace mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro encontró un árbol con un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo verás”.
La ilustración muestra lo que dice el texto: un campo dominado por un árbol en cuyo tronco hay un letrero. Un chico se detiene a leerlo.
Doris Henao, bibliotecóloga de la Escuela de Bibliotecología de la Universidad de Antioquia, sostiene que esos libros son fundamentales y constituyen una oportunidad para los niños para que creen sus historias con los animales y objetos que se ven en ellos, que son, por lo general, los mismos que lo rodean en su mundo, a partir de su imaginación.
Después, cuando los niños adquieren el conocimiento de las letras y se familiarizan con las palabras, vienen esos libros, como el de El árbol mágico, igualmente ilustrados y editados con delicadeza, pero acompañados con más palabras e ideas que les permite a los menores internarse en historias se sencillas.
“Además de los textos, hay otros sistemas de signos y códigos, como el de los símbolos, que también son imágenes, y también comunican”, explica Doris.
Está convencida de que esas imágenes son poderosas. Que a ella no se le olvidarán jamás algunos personajes, un elefante, una nube, que descubrió en esos libros ilustrados. Y ha hablado con muchas personas adultas que a quienes tampoco se le borrarán de la mente ciertos dibujos.
La bibliotecóloga recuerda los libros que, además de ser ilustrados, son animados. Se refiere a esos que tienen un mecanismo que permite a los niños moverlos para formar imágenes en tercera dimensión. Casas, animales, rocas, puentes.
Al igual que Lucila González de Chaves, Doris llama la atención sobre los materiales con los que están hechos los libros. Menciona volúmenes cubiertos en tela, que los niños pueden chupar y morder, especialmente para los menores de seis años de edad.
Cuando se crece más, los libros van creciendo en textos. Y aparecen los cuentos. Unos nuevos y los de toda la vida, como La princesa y el guisante, de Hans Christian Andersen:
“Había una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero con una verdadera princesa de sangre real. Viajó por todo el mundo buscando una, pero era muy difícil encontrarla, mucho más difícil de lo que había supuesto.
Las princesas abundaban, pero no era sencillo averiguar si eran de sangre real. Siempre acababa descubriendo en ellas algo que le demostraba que en realidad no lo eran, y el príncipe volvió a su país muy triste por no haber encontrado una verdadera princesa real”.
De estos cuentos hay cientos de ediciones, muchas de ellas acompañadas por ilustraciones maravillosas. Son tan seductoras las imágenes, que los lectores avezados siguen echándole el ojo a las ediciones de los textos que consideramos “serios”, digamos El Quijote, Los misterios de País, la Divina Comedia, cuando están acompañadas de ilustraciones. Detienen la lectura y se embelesan por minutos mirando las graciosas escenas que les cuentan cosas distintas a las que les narran las estilizadas palabras.