Muchos colombianos deben tener en su memoria la dura historia de los mineros explotados que terminaron por rebelarse de sus opresores, contada en La rebelión de las ratas.
O la historia no menos triste de Celina Franco, la hija de la pobreza, adolescente que fue obligada por su padre a casarse con un viejo millonario, convenio que para ella fue el principio de una vida de tragedia —con cárcel y prostitución a bordo— consignada en un diario de horrores, el cual terminó con su muerte provocada y con la frase que da título al libro:
«Y esperaré la muerte —amiga muerte— mientras llueve».
Fernando Soto Aparicio, autor de ambas novelas, es uno de los escritores más leídos y mencionados del país y, a la vez, uno de los más silenciosos.
De los más leídos y conocidos, porque algunas de sus obras, en especial las dos mencionadas, son de esas que varias generaciones han leído en el colegio.
Silencioso, porque siempre fue un tipo entregado a su oficio, dueño de una vocación férrea, alejado de los grupos de intelectuales y de los círculos de opinión. Mejor dicho, fue un hombre sencillo, a quien no lo invadió la egolatría que suele apoderarse de muchos escritores.
Fernando Soto Aparicio nació en Socha, Boyacá, en 1933, pero se crió en Santa Rosa de Viterbo. Dicen que a los 16 años se dedicó a la literatura como profesión.
Cosa admirable: estudió hasta cuarto primaria y llegó a recibir títulos de Doctor Honoris Causa de varias universidades, por la novela de los mineros.
«Soto Aparicio se hizo solo, fue autodidacta, como les tocó a nuestros abuelos», dice el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal, quien fue amigo del boyacense. Y esa amistad la expresó en trinos.
Cuando Soto Aparicio contó que padecía una grave enfermedad y que, producto de ello era su último libro, el vallecaucano escribió el 26 de noviembre del año pasado:
«F.S.A. al anunciar que padece cruel doloroso cáncer presenta su libro final Bitácora del agonizante editado por Panamericana».
Una vez, cuenta Gardeazábal, se encontró con el autor de Después llegará la madrugada en un foro de literatura y tuvieron oportunidad de hablar de tantas cosas, en especial de narrativas y de esa perseverancia suya de seguir creyendo en Dios, «pero, eso sí, con una posición crítica de la existencia humana».
El autor de El resucitado afirma que aprendió tanto de Soto Aparicio como muchos otros escritores colombianos.