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7 y 9
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Patricio Pron, después de saludar, dice que estuvo en Medellín, que era la primera vez, y que lo sorprendió. Muy distinta a Bogotá, donde ya había estado antes, y muy distinta, sobre todo, a esa imagen que le habían compartido alguna vez, de violencia: le pareció una ciudad vivible, bella.
También estuvo en Cartagena, con su pelo crespo, casi hecho un copete de Alf lleno de rizos, como lleva por estos días su pelo negro matizado por canas. En la foto ni se le ven los crespos ni se le ven las canas. Es argentino, pero el acento lo delata español, donde lleva viviendo hace muchos años.
A su país lo dejó cuando se fue a Alemania a hacer un doctorado en filología. En un cuento suyo escribió sobre unos jóvenes que deciden estudiar filología, porque eso, supuestamente, estudian los escritores.
– Soy doctor en filología –explica él–, pero mis estudios son en Comunicación Social. Me decanté por periodismo y no por filología, porque hace un tiempo venía trabajando en eso y quería la teoría de la práctica que estaba haciendo. En el cuento es un chiste, aunque tal vez sí pensaba yo cuando estaba joven que la filología la estudiaban los escritores, por consiguiente había que estudiar otra cosa si quería ser un escritor diferente. Luego las proverbiales vueltas de la vida me llevaron a estudiar filología, pero el hecho de haber recibido la oferta y haberlo llevado a cabo, me sorprendió incluso a mí mismo.
Habla rápido, tanto que las palabras se juntan en algún momento y solo se entiende eso que dice cuando la idea está completa. No le parece desagradable ser filólogo, pero solo se acuerda, dice, cuando alguien, una periodista de pronto, se lo recuerda. Si no hubiera hecho su doctorado en filología, sigue diciendo, en algún sentido lo hubiera reemplazado con las lecturas, él que es un lector feroz.
– En la medida en que los estudios filológicos consisten en procurar comprender los textos, son fundamentales para la formación de un escritor. Ahora bien, pueden ser reemplazados por una ferocidad lectora. Yo no diría que ser filólogo es imprescindible para ser escritor, pero un aspecto de la vida del filólogo es leer mucho, que sí es imprescindible para ser un escritor.
Mientras conversa, mira al piso. Los mismos zapatos, unos converse azules, los de él de bota, los míos sin bota. Tenemos los mismos zapatos, o casi, señala, y mira otra vez.
Cuando Pron se fue a Alemania se prometió a sí mismo no volver a escribir. No estaba contento con el escritor que era, y lo expresa en tercera persona, como si fuera alguien más, ni con los libros que ese escritor escribía. Decidió dejar de serlo y pensó que podría ser profesor en una universidad allá. Le gustaba la idea, pero no pudo. Hay cosas, inexplicables incluso, que no se pueden decidir.
– Nadie dice soy escritor. Los demás otorgan el título. Dicho esto, ser escritor, cualquier cosa que esto sea, no fue una decisión que yo haya tomado de forma deliberada o consciente. Yo estaba escribiendo unos textos y un puñado de personas consideraron que ellos conformaban un tipo de literatura. Nunca fue una decisión, estaban al margen del cuestionamiento. Cuando eliges algo puedes equivocarte, pero nunca elegí ser escritor, por consiguiente no me he equivocado. Habría dejado de ser escritor, y no pude si no volver a hacerlo. A modo de pago por la traición a mí mismo, dije ‘vas a ser un escritor distinto, en lo posible mejor, pero si no puedes, por lo menos distinto’, y así empezó todo de nuevo.
No cree que pueda decir qué ha cambiado, por ejemplo si su estilo está influenciado por el alemán. Le parece que los escritores no son buenos críticos con sus propios trabajos. No obstante, alcanza a ser consciente que de esos tiempos en que su vida cotidiana se hablaba en alemán, y el español era solo para leer y escribir, queda que en algunos textos el verbo está al final de la oración, estructura que es frecuente en alemán, muy extraña en español. También le gustan las frases largas, que es más de allá que de acá.
Sabe, sin embargo, que más allá de lo sintáctico, hubo algo más: Alemania fue ese refugio personal, que además le presentó textos y autores, y eso cambió la forma en que piensa la literatura y, aún más, indica, la forma en la que vive.
Él es un explorador de géneros. Escribe cuentos, ensayos, novelas, reseñas, críticas. Se cree un aventurero que quiere ser distinto en cada libro, si bien sabe que es difícil, porque el autor es siempre él, y él es el mismo él la mayoría de las veces.
– Admito que me siento más libre en esa intemperie, en esa incertidumbre, procurar hacer algo que no haya hecho previamente. Enfrentarse a un género que no se ha explorado antes es atemorizador, pero es posible mejor estar atemorizado y vencer el miedo, que estar en una zona de confort y desplazarse en ella.
Sus temas, no obstante hay varios, pasan por la literatura y los escritores, como si quisiera desentrañar algo con el ser escritor, porque, de todas maneras, no sabe de dónde viene eso que hace, de dónde surgen las cosas que escribe.
– Un interés mío es averiguar de dónde viene eso. A veces hay un miedo atávico a que si uno averigua cuál es el camino a la fuente de la que surge todo eso va acabar aburriéndose de ir a esa fuente, o la fuente se va a secar, pero es un miedo infundado porque es imposible averiguar por completo de dónde viene. No está mal conocer el camino. Parte de esos relatos son precisamente para tratar de responderme a mí mismo, y por supuesto a los lectores, de dónde es que viene todo esto. Cómo se impone sobre uno la condición de escritor y las figuras y los personajes.
Los títulos
Patricio cruza las piernas en la silla. Se toca el pelo. Hay un crespo desordenado, que se va solo hacia la frente. Pron es también el escritor de los títulos largos, o de los que parecen un poema corto, o de los que hay que devolverse a entender cómo es que se llama el libro, en realidad. Los títulos son, explica, accidentes, como cree es casi todo en la vida de un escritor, incluso el hecho mismo de ser escritor.
En El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, por ejemplo, el título llegó cuando leía a Dylan Thomas, y le pareció que un verso del poeta podía ser el título perfecto.
En La vida interior de las plantas de interior, todo empezó con un recuerdo de una canción de Stevie Wonder, que había escuchado en la adolescencia. Parecido, pero no el mismo, el nombre era La vida secreta de las plantas, que era la banda sonora de un documental basado en un libro de plantas. Dejó el título que se había modificado en su cabeza y no le importó la repetición –otro se hubiera desgastado por un sinónimo–. A él, en cambio, le pareció que valía la pena.
– También tiene que ver porque soy un autor argentino muy influenciado por la obra de Ricardo Piglia. Él tiene una práctica, casi un hábito que consiste en escoger títulos que contengan un objeto directo y un modificador, o un sujeto y un modificador directo, en fin, no recuerdo cómo es sintácticamente esto –que no me escuchen mis profesores–. Entonces son Plata quemada o Respiración artificial, o la Ciudad ausente, Formas breves.
Mis primeras novelas seguían la estela de esa práctica. Se llamaban nadadores muertos, Formas de morir, Hombres infames. Cuando me marché a Alemania, con la promesa de no escribir más, volví a escribir muy distinto y eso implicaba escribir otro tipo de títulos. Ahora es una manera de desafiar a los editores a ver si me dejan titular de esa forma. En general los editores son muy respetuosos con mi trabajo, y es posible que constituya una especie de marca personal. Con el último título, que se llama No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles, que creo es además el título más claro que he escrito en mi vida, pensé que esta vez no iban a ser tan permisivos.
De todas maneras, es Patricio Pron, el escritor que quiere ser distinto. El mismo que tiene un blog en el que reseña libros y, sobre todo, conversa de autores que no salen en los periódicos, que van en un camino sin tanta fama, pero, cree él, son valiosos para leer. Él es también el escritor que descubre autores, y no se los queda solo para él.