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Literatura colombiana que perdura en el tiempo

Así como existen clásicos universales, en nuestro país hay piezas narrativas fundamentales y perdurables.

  • De las novelas colombianas la más leída y celebrada es Cien años de soledad. Sin embargo, la producción literaria de calidad en nuestro país es más amplia. FOTO Juan Antonio Sánchez Ocampo
    De las novelas colombianas la más leída y celebrada es Cien años de soledad. Sin embargo, la producción literaria de calidad en nuestro país es más amplia. FOTO Juan Antonio Sánchez Ocampo
12 de mayo de 2017
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“Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”.

Este flechazo que va directo al corazón y al cerebro es el inicio de La vorágine, la novela de José Eustasio Rivera publicada hace 92 años. Esta es, sin duda, un clásico de la literatura, no solo colombiana, sino, por lo menos, continental.

Hace unos días, una editorial independiente, Resplandor, anunció la publicación de esta obra en formato de novela gráfica, con el estilo del cómic, con adaptación literaria de Óscar Pantoja e ilustraciones de José Luis Jiménez, lo cual habla de su vigencia y a la vez la estimula.

Clásicas son las obras que fueron importantes en su época y continúan siéndolo, como si no envejecieran.

En nuestro país, esas narraciones potentes son, además de la mencionada, María, de Jorge Isaacs; La marquesa de Yolombó, de Tomás Carrasquilla; Mientras llueve, de Fernando Soto Aparicio; Cóndores no entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeazábal; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y otras cuantas.

¿Esas obras continúan siendo vigentes? ¿Deben seguir leyéndose? ¿A las nuevas generaciones les seduce la exploración de esos mundos?

Para la profesora Lucila González de Chaves, esas obras constituyen los pilares de la literatura colombiana. “De estas, La vorágine es la novela colombiana por excelencia”.

Además de su historia envolvente, las aventuras de Arturo Cova por las selvas de la Orinoquia y la Amazonia tras los pasos de una mujer, su alusión a duras prácticas esclavistas en la explotación cauchera y a la violencia entre diversos grupos, la gracia de este relato es que “para su escritura, el autor recurre a varias corrientes literarias: naturalismo, lirismo, realismo, y a un manejo extraordinario del tiempo, que cambia a lo largo de la narración: se dilata o se acelera según las situaciones”.

Lucila González de Chaves suma a la lista las obras de Eduardo Caballero Calderón, como El Cristo de espaldas y Siervo sin tierra, y destaca cuentos de Tomás Carrasquilla, como El padre Casafús y San Antoñito. De La marquesa... resalta que muestra a una mujer de la Colonia en acciones reservadas solo a los hombres en esa época, dueña de la plata y la producción.

Embrujar a los alumnos

Por su parte, Memo Ánjel cree que los clásicos colombianos siguen vigentes, cómo no, y son atractivos siempre y cuando el profesor los presente de manera agradable.

“En un curso de Negocios Internacionales, mis alumnos leyeron María para buscar en esa novela asuntos de economía. También encontraron 198 definiciones de geografía”.

Dice que a los estudiantes de bachillerato les debe parecer más interesante leer La vorágine si a medida que avanzan van descubriendo los animales de la selva, los árboles. “Así se encarretan más”.

En La marquesa de Yolombó, dice, él invita a los alumnos a que busquen episodios de brujería o minería, que fascinan tanto a los muchachos.

“Último cable de nuestro cónsul, dirigido al señor ministro y relacionado con la suerte de Arturo Cova y sus compañeros, dice textualmente: Hace cinco meses búscalos en vano Clemente Silva. Ni rastro de ellos. ¡Los devoró la selva!”.

Es el final de La vorágine.

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