Difuntos que hablan y caminan, que sufren y gozan los hay en la literatura. También los hay que se quedan en suspenso, como si no se decidieran a dar el paso que los lleve a ultratumba. Y claro, los hay inertes, como los de la realidad. Pondremos la lente es en esos que tienen ánimo y actúan.
Los lectores pensamos de primero en los personajes de Edgar Allan Poe. El escritor mexicano Carlos Fuentes, quien por cierto tiene un personaje que parece sin vida, Artemio Cruz, pero que está agonizante, escribió que muchos han dicho que Poe nació y se crió dentro de un féretro. Tal vez así ironiza esa fascinación suya por la muerte.
En uno de los prólogos de la edición de Cuentos completos, de la Editorial Páginas de Espuma, Fuentes dice que en la obra del autor de cuentos góticos, “la conciencia de los muertos no acaba nunca de irse. El amor trasciende la muerte. La belleza perdura más allá de la tumba. y «la muerte de una mujer bella es sin duda el tema más poético del mundo»”.
Algunos finados de Poe son mujeres que dan título a cuentos: Morella, Eleonora y Ligeia. En su lecho agonizante, Morella dice: “—Me muero, y sin embargo viviré”.
Otros ejemplos de personajes fallecidos son abundantes: Shakespeare tuvo espectros que hablaban con los vivos; el más europeista de los escritores rusos, Iván Turgueniev tiene su Clara Milich, una muchacha que, después de abandonar este mundo, buscó la manera de recuperar su condición de ser de carne y hueso. ¿Qué, si no un muerto vivo, o con vida prestada, es Frankenstein, el personaje de la novela homónima de Mary Shelley?
Para el escritor e historiador del arte Óscar Jairo González, la extinción de la vida siempre ha causado una fascinación irresistible e insondable, en la medida en que ella impone a los seres humanos sus condiciones; “determina lo que son, instala una manera otra de ser, que no es la de la caducidad de la vida, sino la destrucción de la misma”. Tenemos trato con los difuntos, dice, porque queremos revelarnos el misterio del más allá.
El académico recuerda que todas las tradiciones tienen su libro de los muertos, como el Bardo Thodol o Libro tibetano de los muertos, el Libro de los muertos de los egipcios y la Biblia.
González menciona: La danza macabra de Hans Hölbein es un relato tremendo sobre este tema. Y termina con esta reflexión: “¿No será la literatura una forma de catarsis alrededor de la muerte, ante su inmensidad de irresolución?”.