Clara Rojas, con ocho años, y sin tener idea de música, hizo audición en la Red de Escuelas de Medellín, que apenas empezaba, con su hermano gemelo, Esteban. Los pusieron a cantar, ellos que nunca habían cantado, y cantaron y pasaron. El tamaño de sus manos era exacto para el violín.
A la primera reunión, sin embargo, sus papás no pudieron asistir, así que mandaron a Ana, la otra hermana, de 11 años. El profesor, como la vio pequeña, le propuso hacer la audición, y la pusieron a cantar también, ella que tampoco había cantado nunca. Le dieron el violonchelo y estuvo de acuerdo, porque no los conocía, pero a la semana se cansó. No iba a cargar eso tan pesado todos los días, se quejó, y la cambiaron a la viola.
Le dio igual, no sabía qué era una viola, por supuesto, pero pronto descubrió que era para ella: no tenía que aguantarse el sonido chillón del violín, que cuando alguien está empezando, como los niños de la escuela en ese momento, suena muy feo, y si bien les tocaba estudiar con los violines porque no había profesor de viola, eran solo y ella y otro niño estudiando ese instrumento. Eran exclusivos, y eso le encantó.
El principio fue así, e incluyó el cambió de la rutina familiar. “La red la manejaba la Fundación Amadeus –cuenta Ana–, y fue un encuentro muy bonito, una transformación social que nosotros vivimos. Manrique en ese entonces era muy peligroso, y fue un espacio para estar en familia y aprender un arte. Nosotros tocábamos juntos, ensayábamos la partitura en casa. Fue una manera muy bonita de crecer, siempre ocupados en un ensayo, un concierto”.
Dieciocho años después, Ana y Clara son músicas profesionales, las dos estudiaron en la Universidad de Antioquia, y siguieron con los mismos instrumentos.
La familia, de siete hermanos, tiene cinco en este arte, cuatro profesionales, uno empírico: dos violines, una viola, un fagot y percusión latina. Lo interesante, señala Clara, es que tienen un tema en común, y que se dan consejos. Además se juntan para un cuarteto, el de los Rojas, y las reuniones siempre terminan en fiesta.
En concierto
Ana y Clara trabajan juntas en la Orquesta Filarmónica de Medellín y, si bien han tocado muchas veces, el viernes cumplen un sueño: tocar por primera vez una obra, las dos como solistas, con la Filarmed.
Será la Sinfonía concertante para violín, viola y orquesta de Mozart, que les pone un reto: los dos instrumentos, la viola y el violín, con la misma importancia. Clara explica que el compositor pone a los dos por igual, cuando la mayoría de las veces el virtuoso y el líder es el violín.
“Es una obra emblemática para la viola y es un reto, porque aunque tenemos que sobresalir en muchas partes donde somos solistas, tocamos con la orquesta. Para la viola es difícil, porque debe mantener la sonoridad pareja con el violín y sobresalir a los oboes, los cornos, que suenan más duro”, expresa Ana.
Porque aunque la viola y el violín se parecen, la primera es un poco más grande la mayoría de las veces, explica la violista, y por eso es más difícil ser virtuoso. Tocarla en otra sonoridad, para que sobresalga, implica un gran esfuerzo.
La viola, continúa ella, tiene un sonido más melancólico –que a ella le encanta–, parecido a la voz humana, y no tan brillante como el del violín.
Diferencias que no importan cuando Ana y Clara se montan al escenario. Son dos hermanas, tocando con dos hermanos, para que la música, esta vez de Amadeus Mozart, se escuche.