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Paredes que se llenan de distintas historias

En el Valle de Aburrá hay museos, diferentes en sus construcciones, para explorar. Le contamos sobre dos.

  • Paredes que se llenan de distintas historias
  • Al Museo comunitario Gracialiano Arcila Vélez entran entre 1000 y 1200 usuarios al año. 500 de ellos son niños, jóvenes o adultos que asisten a los talleres gratuitos que se realizan. FOTO manuel saldarriaga
    Al Museo comunitario Gracialiano Arcila Vélez entran entre 1000 y 1200 usuarios al año. 500 de ellos son niños, jóvenes o adultos que asisten a los talleres gratuitos que se realizan. FOTO manuel saldarriaga
  • Paredes que se llenan de distintas historias
  • La Choza Marco Fidel Suárez hace parte del patrimonio histórico de Bello. Se financia con recursos del municipio. A veces también son de la gobernación o del ministerio, por convocatorias. FOTO julio césar herrera
    La Choza Marco Fidel Suárez hace parte del patrimonio histórico de Bello. Se financia con recursos del municipio. A veces también son de la gobernación o del ministerio, por convocatorias. FOTO julio césar herrera
  • Paredes que se llenan de distintas historias
  • La Choza Marco Fidel Suárez hace parte del patrimonio histórico de Bello. Se financia con recursos del municipio. A veces también son de la gobernación o del ministerio, por convocatorias. FOTO julio césar herrera
    La Choza Marco Fidel Suárez hace parte del patrimonio histórico de Bello. Se financia con recursos del municipio. A veces también son de la gobernación o del ministerio, por convocatorias. FOTO julio césar herrera
  • Paredes que se llenan de distintas historias
Paredes que se llenan de distintas historias
22 de marzo de 2015
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En las piezas de esa casa de Itagüí, parecida a las demás, no duerme nadie. Tampoco hay camas ni sala ni nada que se parezca a una casa. Después de que se corre la puerta —que sería la del garaje— se ve el Museo Comunitario Graciliano Arcila Vélez, abierto de martes a sábado, en las tardes, solo si no está lloviendo.

Lo primero es mirar hacia el piso, donde está el rompecabezas de más de un metro para armar el mapa de Itagüí, con sus lugares importantes. El mismo que no tiene una ficha para que las demás se puedan ir moviendo y que ellos llaman cartografía cultural. De cuatro años que lleva ahí, los que se han agachado a armarlo lo han logrado tres veces. Nomás. Los tres han sido niños. La pregunta es qué tanto conoce su municipio.

Luego al final de la pared está la Motomuseo y ahí inicia la historia de esta casa comunitaria. Fue en 2009 que empezó a rodar ese vehículo pintado de rojo, de tres llantas grandes, que carga en la parte de atrás piezas arqueológicas. Como ya no camina, ahora es parte de la exposición.

La motomuseo, que es itinerante, fue la primera piedra de este espacio, que cuenta, en primera persona, Juan Pablo Diez, el director.

—“En general, en el mundo hay alrededor de diez categorías de museos, una de ellas y, de pronto, de las que menos se conoce y se habla son los museos comunitarios.

Nosotros en Itagüí siempre habíamos tenido la inquietud de por qué un municipio que es categoría uno, que tiene la logística, los recursos y que está en un área metropolitana, no tiene un museo. Empezó la búsqueda de cómo generar para la comunidad de Itagüí un espacio que cumpliera con las características de un museo. Nosotros le hicimos la propuesta a la administración municipal, pero no fue aceptada porque se consideraba una inversión muy alta. Como no había museo, querían uno de ciudad, por lo que estábamos hablando de cinco mil millones de pesos y más.

Ellos nos pusieron el reto de pensar en algo de más bajo costo, que cumpliera con las funciones de un museo y sirviera de abrebocas o prueba piloto y ahí nace la idea de tener un museo itinerante sobre una moto. Era 2009.

A raíz de los resultados de esa experiencia, que finalmente se volvió museo reconocido a nivel departamental y nacional, y que hasta entró a las redes de museos y empezó a asistir a eventos en Bogotá y en Medellín, a los dos años hicimos una evaluación y vimos que la meta se había cumplido, que en Itagüí la gente estaba dispuesta a que hubiese un museo, pero volvíamos con el mismo inconveniente, no había la voluntad administrativa para que fuera de gran formato.

Nos volvieron a poner el mismo reto, pensar otra cosa, ya no itinerante sino fija, que pudiera ser una prueba piloto a un museo futuro. Ahí nació la idea de conformar un museo comunitario.

Itagüí tiene 74 barrios y de ellos se escogió El Rosario, por tres motivos. Primero porque es uno de los más antiguos, entonces ya había una historia para contar desde allí. Segundo porque está localizado a una cuadra de un sitio arqueológico de talla regional que se conoce como el parque de los Petroglifos, único en todo el Valle de Aburrá. Era una forma de ayudar a difundir y a conservar ese sitio por estar cerca de él, con un equipo de profesionales en la materia, que es gran parte del equipo que conforma el museo.

El tercer elemento es que en esta misma propiedad, ya en la década del ochenta, la comunidad, de la mano del antropólogo ya fallecido Graciliano Arcila Vélez, diseñaron una exposición de museo en el marco de las Fiestas de la Cultura local. Ello se volvió un antecedente. La gente de la zona ya conocía el tema, le gustaba, la exposición había sido un éxito. De hecho por eso se llama museo comunitario Gracialiano Arcila Vélez, porque es un homenaje a él en el ámbito científico y comunitario, y un reconocimiento al trabajo hecho en la zona.

¿Por qué comunitario?

La comunidad ayudó a crear el museo y sigue haciéndolo. Es comunitario porque es de la mano con la misma comunidad que se piensan las exhibiciones, las dinámicas de orden artístico y cultural que se hacen. Es un trabajo que no es de una institución presentándole a la gente elementos de cultura, sino donde hay un equipo profesional haciendo un trabajo conjunto con la comunidad para presentar el tema de patrimonio. Esa es una de las principales razones. La otra es que la característica de comunitario habla más de un asunto de voluntariado social y de trabajo con la comunidad y no tiene connotaciones de museos de gran formato donde hay que pagar la entrada. Aquí los talleres son gratuitos.

Este espacio tiene en el momento dos salas, porque una la tuvimos que clausurar por asuntos de logística y espacio. El montaje que tiene es una de patrimonio donde se está mostrando los bienes inmuebles que tiene el municipio que son de interés cultural o patrimonial. En esta muestra las personas entran a interactuar en tanto muchos de ellos han hecho parte de la construcción de esos bienes, entonces ellos aportan información para hacer los guiones museológicos.

La otra es donde está la exhibición de patrimonio ambiental y arqueológico. Una mezcla de estos dos, dado que en Itagüí hay una zona de reserva ambiental bien importante y unos sitios arqueológicos muy reconocidos como el parque de los Petroglifos. Es una sala donde se mezclan los dos conceptos, con la misma intención, que la gente que ya los conoce y los habita aporte información, pero que quien no, venga y entienda de qué se trata.

Resulta que por lineamientos legales, un museo debe tener mínimo tres características para ser considerado una entidad museal. Ellas son, tener colecciones de cualquier tipo, tener procesos de divulgación o de difusión y tener procesos de investigación.

Sucede que la corporación Sipah, una entidad sin ánimo de lucro que administra ambos espacios —la motomuseo y el Graciliano— es una entidad dedicada a la investigación ambiental, social e histórica. En su objeto social el fundamento es la investigación, entonces eso hace que haya un proceso continuo de investigación dentro de la organización, que entra a nutrir el trabajo con comunidad, a través de la divulgación en el lugar y de las mismas exposiciones. Se vuelve un enlace.

¿Las exposiciones son permanentes?

Nosotros no tenemos a la fecha, hace por ahí tres años, ningún tipo de respaldo del ente administrativo, y estamos es por cuenta propia y de la comunidad, y obviamente esta no va a aportar recursos ni se le pedirán tampoco porque no es el objetivo. La exposición de ahora, por tanto, es permanente, pero hemos hecho temporales, en la medida en que hemos tenido apoyo de las administraciones o recursos para hacerla, porque de todas maneras el museo se sostiene es con el voluntariado y de los recursos que en algunas ocasiones podamos gestionar.

Esto no es una casa propia, es arrendada, por lo que hay que pensar primero en cubrir los gastos de arriendo y de servicios y después el tema de las muestras. De todas maneras no es una preocupación, porque justamente por el hecho de ser museo comunitario, su objeto principal no son estas. En un barrio tú vienes a ver la exhibición hoy y, ¿a que vienes mañana si es la misma? Las salas se vuelven más una excusa para el diálogo, pero el fuerte de un museo comunitario es el trabajo a través de los talleres que se hacen, que son enfocados en patrimonio. De esos talleres se sacan productos de carácter expositivo. Hay una chica voluntaria, por ejemplo, que es artista plástica y da clases de pintura. Cuando ella hace un ciclo con los niños, de ello salen unos trabajos que se exponen aquí

¿Y la motomuseo?

La motomuseo funcionó hasta diciembre de 2014. El vehículo era muy antiguo ya, un modelo que por sus características mecánicas entró en un proceso de chatarrización. Lo que hicimos fue darle de baja a toda la parte legal del vehículo y metimos la moto al museo para que sea una pieza de colección que conserva la exposición arqueológica. Estamos en estos momentos en la gestión, con una empresa privada, que posiblemente va a proporcionar los recursos para adquirir un vehículo nuevo de última gama en el que se retomará la muestra.

La motomuseo se enfocó más por la línea arqueológica porque es un elemento patrimonial muy desconocido entre los habitantes. Entonces aunque ha tenido otras exposiciones le ha dado con mayor fuerza al tema de arqueología, mientras que el comunitario se ha enfocado más en la parte social y artística del patrimonio, no en el contenido arqueológico.

Lo que nos interesa es tratar de jugar con ambos museos para abarcar los distintos componente del patrimonio”.

El trabajo es entre todos. El aprendizaje también.

Un viaje hasta Bello

La choza en la que vivió Marco Fidel Suárez es de cuatro paredes hechas de bahareque. Hay otra adentro que separa una pequeña piecita, muy pequeña, en la que ahora vive un televisor en el que se rueda un video que cuenta de ese habitante de hace mucho tiempo que llegó a ser presidente de Colombia. El techo es de paja y las puertas y ventanas son verdes.

Guillermo Aguirre, director de la Oficina de Patrimonio de Bello, hace cuentas. Si Marco Fidel nació en esa choza en 1855, esa que está en la mitad de una estructura más grande, tiene más de 160 años. Está intacta, si bien ahora los habitantes son pasajeros. Al monumento choza Marco Fidel Suárez lo visitan, al mes, unas 2.000 personas. El año pasado entraron unas 14 mil —30 por ciento turistas nacionales, 20 por ciento internacionales, 50 por ciento del departamento y el área metropolitana—.

La choza estuvo a cielo abierto hasta 1955, cuando se inauguró el monumento, esa figura arquitectónica más grande que la cuida.

“Esta estructura fue hecha por el ingeniero Federico Blodek Fischer, un austriaco que Fabricato contrató para hacer el edificio central de la fábrica —explica el director—. En esos momentos el Banco de la República estuvo interesado en proteger esta choza, que es muy frágil. Entre el Banco y la empresa aprovecharon al ingeniero, le mandaron a hacer los diseños y entre ambas empresas financiaron la construcción de esta urna, de este cerramiento. Esto ocurrió con el centenario del nacimiento de Marco Fidel”.

La intención de ese entonces fue rescatar del olvido la choza, como un espacio de interés, con la posibilidad de divulgar la vida de Suárez y la importancia que tuvo para Bello.

La historia que cuentan de puertas para adentro es la del político. “Eso tenemos los antioqueños, todo el que ha ido a ocupar la presidencia lo ensalzamos y se convierte en una especie de personaje local”.

Entonces, van a los detalles, como que él hizo parte de un grupo de conservadores en el siglo XIX, todos gramáticos, todos escritores, y se convirtió en una ficha que lo llevó a la Presidencia, la que no terminó porque en el último año Laureano Gómez le armó un escándalo. Lo acusó, sigue Guillermo, de malversación de fondos públicos, por hacer un contrato con un banco de unos sueldos que no había recibido. Suárez renunció, sin terminar el periodo. Así de dura fue la presión.

Cuentan además que le tocó la indemnización de Panamá, 25 millones de dólares. Algunos confunden esa parte de la historia con que él vendió el Canal de Panamá. “Cuando ese acontecimiento él todavía no era presidente. Era un muchacho que trabajaba en la Biblioteca Nacional, es decir que hay muchas malinterpretaciones de lo que pasó. Nosotros contamos entonces la historia de Marco Fidel, la del monumento y su construcción, y si el visitante tiene más tiempo, se le da la cátedra municipal”, añade Guillermo.

En el recorrido hay videos y paneles para leer, con detalles como, se lee en el módulo de infancia, “aprendió a leer en una cartilla, antología de máximas, compuestas por Joaquín Mosquera y Lino de Pombo”.

El recorrido incluye darle la vuelta al monumento para encontrarse con el busto de Marco Fidel, después de subir las escaleras. También por la biblioteca, con el mismo nombre del presidente, donde están las fotografías que Jorge Obando tomó, la panorámica de la inauguración, en blanco y negro, con los jóvenes de uniforme y ni un espacio vacío a los alrededores.

Lo que se expone, no obstante, no es todo. En la biblioteca están guardados objetos del habitante de la choza, que esperan restaurarlos pronto, hacer una estantería de exhibición “y repatriarlos hacia la choza”. Hay fotografías, está la banda presidencial y objetos de la casa.

El día más importante es el 23 de abril, que aunque ha sido declarado por la Unesco como el día del Idioma, ellos lo celebran también como el día en que Marco Fidel nació, que es el mismo, pero en diferentes años, de la muerte de Cervantes y el nacimiento de Shakespeare.

La choza de Marco Fidel Suárez, blanquita como es, solo ha sido restaurada una vez, después de esa bomba que le pusieron y le tumbó una parte del techo. Lo demás ha sido un poco de pintura, quizá, pero es la misma en la que ese que fue presidente de Colombia, durmió y caminó sin zapatos .

Infográfico
20
museos aparecen en la lista de Medellín en la Red de museos de Antioquia.

Las cuatro paredes blancas

La choza en la que vivió Marco Fidel Suárez es de cuatro paredes hechas de bahereque. Hay otra adentro que separa una pequeña piecita, muy pequeña, en la que ahora vive un televisor en el que se rueda un video que cuenta de ese habitante de hace mucho tiempo que llegó a ser presidente de Colombia. El techo es de paja y las puertas y ventanas son verdes.

Guillermo Aguirre, director de la Oficina de Patrimonio de Bello, hace cuentas. Si Marco Fidel nació en esa choza, en 1855, esa pequeña en la mitad de un monumento tiene más de 160 años. Está intacta, si bien ahora los habitantes son pasajeros. Al monumento choza Marco Fidel Suárez lo visitan, al mes, unas 2000 personas. El año pasado entraron unas 14 mil —30 por ciento turistas nacionales, 20 por ciento internacionales, 50 por ciento del departamento y el área metropolitana—.

La choza estuvo a cielo abierto hasta 1955, cuando se inauguró el monumento, esa figura arquitectónica más grande que la protege.

“Esta estructura fue hecha por el ingeniero Federico Blodek Fischer , un austriaco que Fabricato contrató para hacer el edificio central de la fábrica —explica el director—. En esos momentos el Banco de la República estuvo interesado en proteger esta choza, que es muy frágil. Entre el Banco y la empresa aprovecharon al ingeniero, le mandaron a hacer los diseños y entre ambas empresas financiaron la construcción de esta urna, de este cerramiento. Esto ocurrió con el centenario del nacimiento de Marco Fidel”.

La idea de ese entonces fue rescatar del olvido la choza, como un espacio de interés, con la posibilidad de divulgar la vida de Suárez, y la importancia que tuvo para Bello.

La historia que cuentan de puertas para adentro es la de Marco Fidel. “Eso tenemos los antioqueños, todo el que ha ido a ocupar la presidencia lo ensalsamos y se convierte en una especie de personaje local”.

Entonces van a los detalles, como que él hizo parte de un grupo de conservadores en el siglo XIX, todos gramáticos, todos escritores, y se convirtió en una ficha que lo llevó a la presidencia, la que no terminó porque en el último año Laureano Gómez le armó un escándalo. Lo acusó, sigue Guillermo, de malversación de fondos públicos, por hacer un contrato con un banco de unos sueldos que no había recibido. Suárez renunció, sin terminar el periodo. Así de fuerte fue la presión.

Cuentan además que le tocó la indemnización de Panamá, 25 millones de dólares. Algunos confunden esa parte de la historia con que él vendió el Canal de Panamá. “Cuando ese acontecimiento él todavía no era presidente. Era un muchacho que trabajaba en la Biblioteca Nacional, es decir que hay muchas malinterpretaciones de su historia. Nosotros contamos entonces la historia de Marco Fidel, la del monumento y su construcción, y si el visitante tiene más tiempo, se le da la cátedra municipal”, añade Guillermo.

En el recorrido hay videos y paneles para leer, con detalles como, se lee en el módulo de infancia, “aprendió a leer en una cartilla, antología de máximas, compuestas por Joaquín Mosquera y Lino de Pombo”.

El recorrido incluye darle la vuelta al monumento para encontrarse con el busto de Marco Fidel, después de subir las escaleras. También por la biblioteca, con el mismo nombre del presidente, donde están las fotografías que Jorge Obando tomó, la panorámica de la inauguración, en blanco y negro, con los jóvenes de uniforme y ni un espacio vacío en esa plaza del monumento.

Lo que se expone, no obstante, no es todo. En la biblioteca están guardados objetos del habitante de la choza, que esperan restaurarlos pronto, hacer una estantería de exhibición “y repatriarlos hacia la choza”. Hay fotografías, está la banda presidencial y objetos de la casa.

El día más importante es el 23 de abril, que aunque ha sido declarado por la Unesco como el día del Idioma, ellos lo celebran también como el día en que Marco Fidel nació, que es el mismo, pero en diferentes años, de la muerte de Cervantes y el nacimiento de Shakespeare.

La choza de Marco Fidel Suárez, blanquita como es, solo ha sido restaurada una vez, después de esa bomba que le pusieron y le tumbó una parte del techo. Lo demás ha sido un poco de pintura, quizá, pero es la misma en la que ese que fue presidente de Colombia, durmió y caminó sin zapatos .

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