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Pregoneros de Medellín, un pequeño milagro del documental

La historia de los que venden cantando en Medellín es contada a través de este documental interactivo que invita a recorrer las calles de la ciudad.

  • La Jale vende las tradicionales gelatines de pata. Fotos: Tomadas del perfil de Flickr
    La Jale vende las tradicionales gelatines de pata. Fotos: Tomadas del perfil de Flickr
  • Equipo realizador de Pregoneros de Medellín durante el rodaje. Fotos: Tomadas del perfil de Flickr
    Equipo realizador de Pregoneros de Medellín durante el rodaje. Fotos: Tomadas del perfil de Flickr
  • Con La Jale, uno de los personajes que hacen parte del documental. Fotos: Tomadas del perfil de Flickr
    Con La Jale, uno de los personajes que hacen parte del documental. Fotos: Tomadas del perfil de Flickr
  • ´Ángela Carabalí durante el rodaje. Fotos: Tomadas del perfil de Flickr
    ´Ángela Carabalí durante el rodaje. Fotos: Tomadas del perfil de Flickr
17 de abril de 2015
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En la noche del jueves 16 de abril de 2015 se estrenó en el Teatro Lido el primer documental interactivo del que se tenga noticia en Colombia. Semanas atrás, los realizadores habían estado pregonando el estreno desde las redes sociales y los muros de muchísimas personas se habían estado llenando de elogios dirigidos a este proyecto, por lo innovador, por lo divertido, por lo conmovedor.

Amigos míos que son fotógrafos, periodistas, escritores, estudiantes de comunicación social, diseñadores, ilustradores compartieron el evento con expectativa, y en conversaciones casuales, breves saludos vía chat o vía cerveza en el Guanábano, mencionamos el documental con cierta alegría de saber o por lo menos de intuir que alguien se estaba atreviendo a contar una historia de Medellín que había estado todo el tiempo en nuestras narices y nadie la había contado hasta el momento.

Antes de la hora del estreno en el exterior del teatro ya se había formado una fila que se extendía por lo menos a lo largo de una cuadra. Las plateas del Lido estuvieron totalmente llenas pocos minutos después de que se abrieran las puertas y la conjunción de esa multitud con los maravillosos fragmentos que se proyectaron y el impresionante magnetismo de los protagonistas, presentes en la función, produjo espontáneos estallidos de aplausos y carcajadas durante dos horas. Sí, las intuiciones que rodearon el evento eran acertadas: Pregoneros de Medellín -así se llama el primer documental interactivo de Colombia- es algo nuevo, la encantadora mirada de la directora Ángela Caravalí se clavó profundo en las calles de esta ciudad para extraer cinco asombrosas historias de hombres y mujeres que le ponen música y humor a la vida para poder ganársela con dignidad y atesorar el único patrimonio del que pueden presumir: el orgullo de un trabajo constante y honesto.

Las historias de Pregoneros de Medellín se conectan con aquellos que crecieron en el puro barrio, en esas calles empinadas y angostas a través de cuyas escalas y faldones caminan todas las tardes y mañanas los vendedores que pasan cantando sus solteritas y sus obleas, la mazamorra y la tierra de capote, las gelatinas y el caucho argentino, las reparaciones relámpago de zapatos y ollas a presión. Ellos son los protagonistas de esta producción que en su sitio web se define como “Un recorrido virtual por el universo laboral y personal de aquellos que entendieron que al amor y a los clientes se les seduce por el oído”.

Aunque esas tres modestas líneas pueden ampliarse para decir que Pregoneros de Medellín es un homenaje, una celebración y en el fondo, una denuncia.

El homenaje es el que merecen esas personas que le hacen el quite a la adversidad siendo creativos y valientes, inventores de su propio trabajo, vendedores estrella que saben llegar al corazón de los niños y de las señoras y de los obreros y los ancianos y los jóvenes que, apenas los escuchan cuando asoman en la esquina de la cuadra, sonríen porque durante un rato podrán reír con las ocurrencias que los hace únicos, esos pregones que no solo les ayudan a vender sus productos sino que los adhiere al espíritu del barrio, a la memoria de los que crecieron en él y permanecen, o de los que están creciendo y en unos cuantos años tendrán que irse.

También es una celebración porque en sus imágenes hay acento especial sobre esa belleza de Medellín que casi todo el tiempo se ignora, no la de los grandes proyectos urbanísticos o las calles bien pavimentadas o la arquitectura de pavo real que luce tan bien en los folletos; es la belleza de la calle, ese esplendor que no se opaca ni con el caos de los trancones ni la amenaza permanente de violencia porque está recubierta de cultura, color, música, movimiento, plena alegría de estar vivos. Esa noche del jueves, Ángela, la directora -jamás un nombre se había ajustado tan bien en alguien-, su equipo de trabajo, y los protagonistas de las historias, tenían justamente alegría de estar vivos y la compartieron en el Teatro Lido: bailaron y cantaron agradeciendo que esas trescientas o cuatrocientas personas que los aplaudieron reconocieran el valor de su trabajo: trescientas o cuatrocientas razones más para madrugar al día siguiente y seguir cantando.

Y es una denuncia porque detrás de cada historia está dibujada una cadena de injusticias: desempleo, pobreza, falta de oportunidades, una incertidumbre indestructible porque ¿qué será de ellos y de sus familias cuando alguna circunstancia infortunada les impida seguir trabajando? ¿Dónde aparece el Estado en sus historias? ¿Bajo la sombra de cuál ley podrán proteger lo que hacen? ¿Cómo seguir llevando el pan a la mesa cuando ya estén viejos? Estas preguntas seguro aparecen de vez en cuando en las meditaciones de los pregoneros pero ninguna parece ensombrecerlos: no hay duda de que aman lo que hacen y este amor les alcanza para cobijar a sus familias y, a su modo, estar a salvo.

Uno agradece que de vez en cuando aparezcan obras tan inspiradoras como este documental que invita a perderse en las calles de Medellín con los ojos bien abiertos porque alimenta la esperanza de tener esa clase de encuentros que terminan siendo pequeños milagros que te rompen por dentro, que te queman y cambian, encuentros que debería ser abundantes pero que son escasos, muy escasos. Con razón mi papá decía que la escasez hay que agradecerla.

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