“El Clásico Polímeros 1974 es una carrera que cada vez que pasen eventos como el Tour Colombia 2.1 los jóvenes van a escuchar una y otra vez, pues fue como un punto de quiebre para que los extranjeros llegaran masivamente a correr en Colombia.
Yo vine con el Bianchi Campagnolo y tres compañeros italianos. Llegaron otros dos equipos europeos. El ‘capo’ era Felice Gimondi, un gigante de esa época. Yo les había advertido lo duro que era correr acá y que había corredores como Rafael Antonio Niño que, a pesar de no pegar en Europa, tenía todo para sacudir a los europeos acá. Y así pasó. Ver a Gimondi, que había ganado Giro y Tour, sufriendo en el alto de Ventanas o subiendo por La Pintada fue todo un espectáculo. Y es que en esa época corríamos en trochas. Hay veces que el polvo que se levantaba apenas sí dejaba ver la multitud que aparecía al lado acompañándonos.
Pero los europeos disfrutaron esa carrera; verlos tomando aguapanela pa’ coger fuerzas, como nosotros, era una muestra de humildad. Nosotros tenemos mucho que agradecerles a ellos, porque nos transmitieron profesionalismo y competitividad”.
Patrocinio Jiménez (1977)
“Podría decirse que el sufrimiento que los europeos nos hacían pasar en Europa arrebatándonos títulos y etapas por su experiencia, nosotros se lo hacíamos pagar cuando venían a Colombia y veían con pavor la montaña y el calor que los esperaba. Pero siempre fue una relación de sana competencia.
Yo quiero aprovechar para decir que es falso que los europeos nos maltrataban. Fue un invento de periodistas, como Edgar Perea y Rubén Darío Arcila para ganar sintonía. Nosotros éramos la novedad en los ochenta en Europa. Una vez, en un Tour, me escapé 180 kilómetros con Robert Millar, el primer gran ciclista británico y un escalador impresionante. Él no tiró un solo metro porque no quería atacar a su líder Laurent Fignon. Entonces, para sacar fuerzas, me tocó comerme un banano que tenía todo recalentado en el bolsillo y tomarme una Coca-Cola. Los oficiales estaban escandalizados y le dijeron a mi entrenador que cómo se me ocurría, que me iba a morir. Obvio no me morí. Pero era nuestra forma particular que teníamos. Millar y otros europeos se hicieron habituales en Colombia, porque había una admiración mutua. Hoy, Millar, que es ahora una gran dama llamada Philippa York, todavía me escribe. Admira y se mantiene pendiente del ciclismo nuestro”.
“Crecí en una época en la que se daban discusiones familiares en la mesa sobre quién era mejor: Álvaro Pachón o Cochise Rodríguez, o el Ñato y Cochise. Luego, cuando dejé el radio a un lado y me monté en la bicicleta para correr la Vuelta a Colombia viví la rivalidad que había entre las regiones por defender a sus ciclistas. Uno pasaba de Boyacá a Antioquia y era como cruzar territorio “enemigo”, pero todo en un ambiente muy sano, de camaradería.
El ciclismo siempre ayudó a sacar lo mejor de la gente de este país, tanto para los que nos subimos a la bicicleta como para los que disfrutaron siempre al lado de la carretera. Mire, una vez bajando de La Línea me caí y fue tan duro el golpe que lloré. Mi papá fue claro: si no es capaz con el dolor no sirve pa’l ciclismo. Quedé como de 70. Pero me maté y me preparé y, al año siguiente, fui subcampeón. Varias veces contemplé salirme del ciclismo y la convicción siempre me hizo volver.
Los europeos están volviendo a Colombia porque, al igual que en nuestra época, necesitan saber el secreto de los ciclistas colombianos que mientras más cachetadas reciben (ciclísticamente hablando), más preparados y acompañados regresan a Europa”..
Javier Nato Suárez (1964)
“Esto nos dice todo lo que un muchacho amante de las bielas necesita saber de la historia del ciclismo colombiano: cuando estábamos en una etapa de Vuelta a Colombia o Clásico RCN y llovía subíamos la cuesta con el peso del lodo que se pegaba al cuerpo porque era pura trocha. Además, no usábamos licras como ahora; nuestra ropa era de lana, pesada como pocas cosas cuando se mojaba. Y, por último, el peso de la bicicleta de diez kilos, cuando menos.
Por eso siempre fuimos muy orgullosos de lo que éramos y muy seguros de lo que podíamos dar como ciclistas. De manera que cuando empezaron a llegar los foráneos a correr fue la oportunidad para mostrar que a pesar de no tener las oportunidades para hacerlo afuera tan frecuentes como hoy, éramos una potencia del ciclismo.
Lo que sí es importante destacar es que el aporte de los extranjeros fue fundamental para nuestro desarrollo. Julio Arrastía, un exciclista y luego comentarista radial de nacionalidad argentina desarrolló una escuela en Antioquia y dio grandes corredores. Por eso para mí más allá de la presencia de esas figuras acá, todo ese intercambio de conocimiento que podamos adquirir es lo que importa” .