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Marcos Coll custodia un afiche de Pedernera desde 1949

Es el único jugador, entre casi 6.000 que han estado en mundiales, que ha marcado gol olímpico. La hazaña. Perfil publicado en El Colombiano el 8 de junio de 2014.

  • En su apartamento de Tíboli, en Barranquilla, Marcos Coll revisaba frecuentemente sus álbumes de fotografías y recortes de prensa de su vida de fútbolista. Foto COLPRENSA
    En su apartamento de Tíboli, en Barranquilla, Marcos Coll revisaba frecuentemente sus álbumes de fotografías y recortes de prensa de su vida de fútbolista. Foto COLPRENSA
06 de junio de 2017
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Marcos Coll Tesillo vive para recordar hazañas. Dos de ellas son la de convertir el único gol olímpico en los mundiales de fútbol, la cual lo instaló para siempre en la historia, y la de haber conocido al genio Adolfo Pedernera.

A su apartamento en Tivoli, un sector de Barranquilla colmado de edificios blancos, llegamos de milagro. O, más bien, gracias al gol olímpico. Dirán que nada tiene que ver un gol de hace 52 años con nuestra llegada, por más que se trate del rey de los goles. Verán: si no hubiera logrado ese golcito, tal vez hoy no gozaría de prestigio por ser uno de los barranquilleros más célebres y no gozaría del reconocimiento que ahora disfruta, y el taxista que nos llevaba al reportero gráfico y a mí tal vez no hubiera dado con su vivienda, a pesar de las coordenadas disparatadas que nos dio.

Nos esperó en la portería del conjunto residencial. Estrechó la mano del conductor del taxi, quien se arrimó a felicitarlo. Marcos Coll se reveló amable, jovial, risueño, como si no nos viéramos por primera vez. Luego de reírse por esa confusión en el transporte, como si fuera una gracia, celebró que yo fuera hincha del Medellín, “el primer equipo grande con el que jugué”. Pasó a decir que a pesar de que su padre quería que él fuera aviador, no podía sino ser futbolista.

Los expertos en este deporte viven repitiendo que un buen futbolista, cuando recibe el balón, ya tiene claro a quién pasárselo y se adelanta mentalmente a las jugadas. Al entrar a su apartamento notamos que ya tenía en la sala recortes de prensa y álbumes de fotografías de su época de futbolista sobre la mesita de centro.

De contextura gruesa y fuerte, de pelo cano y tez trigueña, a sus 79 años sin cumplir, Coll se conserva atlético. Hijo de Emelina Tesillo y Elías Coll Tara, nació el 23 de agosto de 1935. Si él tiene su lugar en el escaparate de la historia del fútbol mundial por su gol olímpico, su papá lo tiene en el del fútbol colombiano: fue el árbitro del primer partido del campeonato profesional, realizado el 15 de agosto de 1948 a las 11 del día, entre Atlético Municipal, hoy Nacional, y Universidad Nacional, de Bogotá, en el campo del hipódromo San Fernando, cerca de Medellín.

El viejo Elías era gerente de la Librería Nacional. Los domingos, llevaba a Marquitos, de apenas ocho años, al trabajo. Uno de esos domingos, en 1949, “no recuerdo si llovía, ni nada más, porque nada más tuvo importancia para mí”, lo convidó a la Librería. Y mientras el librero hacía sus sumas y sus restas, y organizaba pedidos de los libros de Silba y Rivera, Hugo y Sué, el muchacho leía El Gráfico, la legendaria revista futbolera de Buenos Aires.

“Las páginas centrales de esa revista eran el poster de alguna estrella y ese día encontré el de Adolfo Pedernera, mi ídolo de aquellos tiempos. Yo era hincha de River. Me había enamorado a la distancia del River de Pedernera y Rossi. Viendo ese afiche ahí..., no lo pensé: lo saqué con cuidado y la escondí dentro de la camisa, y me propuse no moverme

mucho para no agrietarlo, y no sudar”, dice sonriente.

Guardó este cartel en su ropero, junto a otros tesoros: fotos, banderines, recortes. Una costumbre que adoptó desde entonces fue la de extender el afiche sobre la cama y sacar las cosas de vez en cuando para ver y tocar todo aquello y regocijarse un rato.

Iba al estadio cada vez que podía. Años más tarde, oyó hablar del Millonarios de Pedernera y Di Stéfano, el Ballet Azul.

Recuerda sonriente vestido en pantaloneta y camiseta azules, como si rindiera homenaje a ese Millonarios de sus recuerdos, y sandalias.

Una vez anunciada la presencia del astro argentino en Barranquilla en un partido entre Libertad y Millonarios, el pequeño Coll no dejó tener vida a su papá para que lo llevara al hotel donde se hospedaría el equipo bogotano. Hasta que sacó el sí de los labios de Elías: “Te voy a llevar”.

Una vez en el hall del hotel, Marquitos le preguntó: “¿Quién es el señor Adolfo Pedernera?”. Y apenas sí esperó que su padre lo señalara con un movimiento de cabeza para él encaminarse hacia el jugador y pedirle que le autografiara el afiche. “Para mi amiguito Marcos Tulio Coll, Barranquilla. Con aprecio, Adolfo Pedernera”.

En 1952, Coll se hizo futbolista profesional. Se vinculó al Sporting de Barranquilla y, en 1955 llegó al Medellín.

“Desde que empecé, cada que había convocatoria de Selección, yo era incluido; esa era mi meta”.

Jugaba de volante, tenía llegada y gol. Se volvió estrella que brilló en CA Platense de Argentina, Tolima, Bucaramanga y América de Cali, equipo en el que cumplió un sueño: tener como entrenador a Pedernera... hasta que convocaron una Selección para afrontar las eliminatorias para el Mundial de Chile 1962. El seleccionador: Adolfo Alfredo Pedernera. El Maestro.

“Cuando vamos a Barranquilla, profe, le daré una sorpresa”. Le decía Coll al Frentudo de Avellaneda.

“¿Pero cuál es la sorpresa que me tenés, pibe?”

“Ya verá cuando estemos allá”. El día llegó. La Selección arribó a Curramba y tan pronto se acomodaron en el hotel, Coll le pidió permiso para salir un momento de la concentración e ir a su casa.

Al cabo de unos minutos, el muchacho volvió al hotel y le mostró el afiche firmado por él. Habían pasado más de 12 años y Coll ya superaba los 26. Al Maestro se le encharcaron los ojos, lo abrazó y le dijo: “con que eras vos, pibe”. Y desde ese momento, “Pedernera se convirtió en un padre para mí”.

La hazaña mundialista

Colombia clasificó por primera vez a un Mundial, de la mano del Frentudo. “¡Lo que eran las charlas de Adolfo! — exclama Coll—. Cuando nos convocó, nos dijo que los jugadores de la Selección no éramos compañeros sino hermanos”. Serrano; Toño Rada, que cobraba los penaltis; Zipa González, los corners de la izquierda; “yo cobraba los de la derecha”.

3 de junio de 1962. Partido ante la Unión Soviética. Estadio Carlos Dittborn, de Arica, Chile.

“Estábamos como embobados. Íbamos perdiendo por 3-0 ante los rusos. En el entretiempo, Pedernera encargó al masajista que nos echara agua fría en la nuca, ‘para que despierten estos pibes’, porque estábamos jugando tan diferente a como jugábamos en Colombia. Nos recordó el gran recorrido que habíamos hecho en las eliminatorias; los duelos ante Perú, con triunfo en Bogotá y empate en Lima; los amistosos. Y nos dijo tantas cosas sin regañarnos, que al equipo se le cambió la fisonomía. Entramos cambiados, como si el agua del masajista nos hubiera despertado”.

Al minuto veinte del segundo tiempo —recuerda Coll, histriónico, como si ahí, sentado en la silla de la sala de su casa, 52 años después, el recuerdo no lo dejara quedarse quieto—, “íbamos perdiendo 4-1. Nos fuimos jugando en pared y se fue al córner. Pongo la pelota, miro a los rusos... Son gigantes, pensé. El más alto de nosotros es Maravilla, les llegaría a los hombros, y no está jugando. Ni siquiera veo al arquero, me lo tapan esos otros. El gigante Lev Yashin, la Araña Negra, el mejor del mundo. ¡Dios mío!... De pronto, pensé: no lo voy a tirar arriba sino a media altura, porque no haríamos nada. La chuté con veneno, claro, con curva... Y la pelota se fue y se fue, muy cerrada, picó en el suelo y ¡se metió!... Nadie podía creerlo. Era la locura. ¡Gol olímpico al mejor arquero del mundo! 4-2. Eso nos dio tanto aire que les pusimos chiquitica la pelota y les clavamos otros dos. Empatamos 4-4. Al final del partido, al salir de la cancha, con la multitud enardecida, nos teníamos que cruzar con ellos y La Araña Negra, Lev Yashin, el mejor arquero del mundo, me dio la mano únicamente a mí”.

Entre cerca de 6.000 jugadores de 76 equipos que han participado en los mundiales de fútbol, desde 1930, solo el colombiano Marcos Coll, ha marcado un gol olímpico.

No fue casualidad. Coll tenía el secreto de los goles olímpicos. Se quedaba con algún jugador después de las prácticas, pateando tiros de esquina a ver quién metía más.

Miramos los álbumes de fotos. Su historia deportiva está ahí. El Mundial de Chile —“de esa selección ya han muerto diez integrantes, más el técnico, once”(*)—; su paso por los equipos. Todo está documentado con imágenes.

Sus estadías prolongadas en el Tolima fueron importantes, no solo porque fue cofundador de ese equipo y en él jugó más que en cualquier otro club, sino porque allá encontró a Ruby Montealegre, con quien habría de casarse.

“La enamoré bailando. Como buen currambero, la enamoré bailando”. Es un trompo bailando salsa, porro y cumbia. A ella no le interesado el fútbol. Ni antes ni después de la llegada de Marcos Coll a su vida. Nunca lo vio jugar. Tuvieron cinco hijos: Marcos, Mario, Orlando, Fabián y Ómar.

Las amigas son quienes le han mencionado a su esposa: “¿aja, con que eres la esposa de Marcos Coll, el futbolista, el que hizo el gol olímpico?” y a veces quieren tomarse fotos con él, ante la indiferencia de Ruby por esa actividad que mueve y conmueve a millones de personas en el país y en el mundo. “Ella es una persona humilde y extraordinaria”.

Mirando fotos, Marcos habla de sus hijos. Se siente orgulloso de la carrera de Mario, también futbolista. “¿Sabe usted que coincidimos en haber jugado en el América? El también fue llamado a las convocatorias de Selección Colombia, mientras jugó”, recalca el Olímpico. De los nietos, hay uno que le hubiera llenado de plata los bolsillos. “Santiago. Juega como ninguno, pero bah, Dios le da pan al que no tiene dientes, como le digo. No le interesa una pelota tanto como su estudio”.

En las calles de pueblos y ciudades de la costa y del país, adonde ha llegado con sus equipos infantiles de la empresa carbonera Cerrejón, donde trabajó 23 años, dondequiera que llega a participar en los torneos nacionales, lo detienen este, ese, aquel y aquella; el viejo, el niño y la joven para decirle: “¡Hey, no joda! ¿Usted es Marcos Coll? Y se arriman a expresarle afecto sin conocerlo.

Marcos Tulio Coll Tesillo tiene un proyecto entre ceja y ceja. Apoyado por Mario, quien vive en Estados Unidos en función del fútbol infantil, quiere formar una escuela de balompié para chiquillos de Barranquilla, ahora que está jubilado de la carbonera.

¿En qué va eso, Marcos?

“Detenido. Por ahora estoy pendiente de una hermana que está enferma. Soy único hermano hombre. Debo estar ahí, cuidándola. Ya habrá tiempo de seguir pensando en fútbol”.

Con alma de niño, el Olímpico guarda todavía el afiche del Maestro Adolfo Pedernera, con la firma y la dedicatoria. El papel está un poco ajado, por supuesto, pues han pasado 65 años de haber conocido en persona a su ídolo, el Frentudo de Avellaneda.

*Este artículo fue publicado en la edición impresa de EL COLOMBIANO en junio de 2014.

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