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¿Qué son las bibliotecas de autor y qué secretos guardan?

Las bibliotecas y archivos de autor relatan historias de cómo son los escritores desde sus lecturas y otros detalles. Algunas son públicas.

  • ¿Qué son las bibliotecas de autor y qué secretos guardan?
23 de mayo de 2015
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En ese libro de contabilidad casi todo está escrito en verde, aunque una que otra vez hay tinta negra o azul. En verde acostumbraba a escribir León de Greiff. Con verde les hacía anotaciones a los libros que leía y les ponía un número –que coincide con ese libro en el que llevaba el inventario– y una fecha, que era cuando empezaba a leer. A veces, entre páginas, escribía otras fechas, de cuando dejaba de leer y y de cuando volvía y seguía. Son, parece, en las que el escritor cerraba y abría el libro.

El primer autor que aparece en la lista es Shakespeare, y el nombre de la obra, en francés, como aparece con muchos, Les comedies. Después llegan otros, como Homero, y muchas veces, Edgar Allan Poe, hasta que la lista se cierra en el número 6.105, con Canguro de Lawrence D.H.

Más de 600 libros –todavía la cifra no está exacta– de esa biblioteca del escritor estaban hasta hace seis meses con su único hijo vivo, Hjalmar, quien decidió donarla a la Sala Patrimonial de la Universidad Eafit. Después de que él mismo los organizara y empacara, 18 cajas de libros, que antes estaban en un lugar que Hjalmar tenía para ellos en Villa de Leyva, llegaron a la sala, donde están desempacando, verificando el estado de conservación, revisando los títulos, para en junio empezar el proceso de clasificación y que el público pueda acceder a ella.

Están, también, sorprendiéndose. “Es un gusto tener entre las manos los libros que el maestro leyó, rayó, comentó, que es lo que uno puede leer en la huella –explica María Isabel Duarte, coordinadora de la Sala Patrimonial–. Siempre hemos mirado una parte de su obra, pero es una gran oportunidad de ver otra faceta. Inclusive hay unas obras de principio de siglo, cuando era muy joven, de todo ese proceso que empezó a sufrir y el gusto por la escritura. Uno puede seguir, por la fecha en que los adquiere o los lee, qué estaba leyendo”.

Las bibliotecas de autor, como algunos las conocen, no solo permiten una mirada a las influencias del escritor y a sus anotaciones muchas veces, sino, incluso puede ser, a la época. Con la de León de Greiff, en la que se encuentran clásicos franceses, ingleses y alemanes y en general nuevas corrientes que se leían en Europa, se rastrea, señala María Isabel, lo que pasaba en la ciudad.

“Hemos encontrado en los libros sellos de librerías que había en Medellín y casi que eso le permite a uno vislumbrar que aquí llegaba mucha literatura en su idioma original. Mucho francés, mucho alemán, obvio obras traducidas. Eso se convierte en una fuente riquísima de investigación para conocer otras facetas no solo del maestro sino del mundo”.

En esos estantes encontraron además filosofía, escritores colombianos, libros con dedicatorias, primeras ediciones, muchos de música. Dos cajas son con partituras del maestro.

La coordinadora recuerda que Hjalmar les contó que muchos libros el escritor los regaló, por eso no están todos los que pasaron por su biblioteca que, según sabe María Isabel, estaba hecha de pilas de volúmenes. Parecían desordenados, pero estaban en su orden. Cuando alguien le pedía alguno, lo encontraba.

Otra parte de la biblioteca de este autor que nació en Medellín está en la Biblioteca Pública Piloto. Llegó en 1997, en 72 cajas de cartón, con más de 2.000 libros por voluntad de sus hijos Boris, Hjalmar, Astrid y Axel. “Hay de todo en materia literaria: obras de alto vuelo y novela ligera –se lee en un boletín de archivo de la biblioteca–; poesía y prosa; teatro y libros de viajes; arte y biografía; ensayo y cuentos de hadas; historia y música. Porque de todo ello se nutría su ‘espíritu errabundo’, su ‘espíritu gozoso’, tanto como su ‘cuerpo impetuoso’ devoraba mundo, y lo que leyó es la huella de un viaje y la cifra, seguramente, de buena parte de su mundo poético”.

Muchos detalles

En los estantes los hombres dejan el rastro de sus lecturas y con ellas, lo que son. Es un retrato, incluso íntimo, porque muchas veces en los libros quedan las marcas de los ojos que pasaron por allí. Que la biblioteca de un autor sea pública es, entonces, la posibilidad de acercarse, ya no desde sus letras, sino desde las de otros.

Luego están los archivos personales, que develan otros detalles. En la Sala Antioquia de la Piloto están los de Manuel Mejía Vallejo y Carlos Castro Saavedra. En el boletín de abril de 1997 se anuncia que dos amigos, que lo han sido desde hace tiempo, que viajan juntos a Bogotá, se reúnen de nuevo con esos documentos. Los dos en comodato.

El de Carlos Castro Saavedra llegó por la fundación que lleva su nombre y tiene textos, columnas periodísticas, prensa, crítica, entrevistas, archivo de prensa y fotografías. También la obra publicada del poeta y una obra inédita digitalizada. “Nos encontramos –sigue el archivo– con una Colombia de años atrás, observada con fidelidad en sus costumbres, en sus calles ya transformadas. Una Colombia actual que no ha cesado de guerrear y aspira a la justicia, a un descanso”.

Manuel Mejía Vallejo arribó en 30 cajas con manuscritos, fotos, artículos de prensa y, según el mismo boletín, una carta de Fernando González a Marta Traba y, sin coincidencia, unas líneas manuscritas de Gonzalo Arango al escritor. Están también los dibujos, expresa Gloria Soto Villegas, técnica de archivo e historiadora, en los que se ve su habilidad con el dibujo, incluso como inventor de juguetes. Después se encuentran las caricaturas, para descubrir su caligrafía. Son alrededor de 255 carpetas, más otros formatos grandes para los archivos de prensa.

No hay más allí. La biblioteca de Mejía Vallejo sigue con su familia. Pasa igual con la de Tomás Carrasquilla. Los sucesores de Isabel Carrasquilla, quien estaba casada con Claudino Arango, uno de los fundadores de Argos, la deben tener. Es lo que se dice.

Más archivos públicos

En la Biblioteca de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín ha ido llegando, desde 2006, la biblioteca de Belisario Betancur. La mayoría lo hizo ese año, comenta Ana Cristina Aristizábal, la directora, sin embargo el expresidente y escritor ha ido alimentándola más. Han sido unos 11 mil volúmenes, algunos que están en una sala que lleva su nombre, y otros, los que no tienen nada especial como una dedicatoria, una anotación, en la colección general.

“La colección de la sala tiene obras generales de literatura, de poesía, geografía. Para él, sabemos, y para nosotros también, lo más valioso son algunos facsimilares que nos ha entregado, como por ejemplo el capitulario de Felipe Segundo. Nos entregó también una biblia judía, El Bestiario de don Juan de Austria, el códice borbónico, en fin, son varias obras que la hacen muy curiosa”.

Lugares que pueden ser importantes para que los lectores descubran detalles y otras historias, pero que son visitados con más frecuencia por investigadores y estudiantes.

A la Biblioteca de la Universidad de Antioquia, Luis López de Mesa donó su archivo personal y biblioteca en 1965. Lo hizo él mismo, cuenta José Luis Arboleda, coordinador de colecciones patrimoniales, cuando ya se sentía enfermo. La mayoría de sus libros están en las colecciones generales, si bien hay un espacio para su correspondencia, artículos de análisis, en los que, añade José Luis, se refleja su pensamiento.

En el Alma Máter están las conferencias de Estanislao Zuleta, algunas de sus libretas en las que las preparaba, transcripciones que alumnos o seguidores hacían y recortes de prensa.

Porque no todo está a gran escala. Con el archivo de la Fundación Antioqueña para los Estudios Sociales (Faes) llegaron a la Sala Patrimonial de Eafit parte de estos espacios de escritores y artistas. De Ciro Mendía, no obstante hay muy poco, se encuentran obras de teatro y correspondencia.

En este sitio, que está en el cuarto piso de la biblioteca, hay otras personales, como la de Pilar Moreno Ángel, una historiadora paisa que vivía en Medellín, y que tenía libros y documentos sobre Colombia. Además la biblioteca especializada en música de Rafael Vega, el primer crítico musical de la ciudad. De la artista Débora Arango está el archivo personal, con cartas, reconocimientos y reproducciones que hacían niños de sus obras. Eladio Vélez se sumó hace poco con dibujos, correspondencia e historias de su paso por Europa.

En casa

No todos los archivos salen de casa, si bien son públicos. Los libros de Fernando González están casi que en el mismo puesto donde él los tuvo. Gustavo Restrepo, director de Otraparte, relata que cuando crearon la corporación, Simón González, hijo del escritor y filósofo, les entregó los libros y objetos que ahora tienen y que, no todos, están para ser mirados por la gente que visita Otraparte.

Entre lo bello está, relata el director, un Quijote de 1875 que se lo regaló el papá cuando aún estaba joven. De todas maneras, añade, no conservó muchos libros, “solo los esenciales, porque le parecía que los esenciales no eran muchos”. Se cuenta entre los nombres a Baruch Spinoza, Nietzsche, Dostoyevsky, la Biblia y Platón.

Sí alcanzó –sigue Gustavo– a tener muchos libros donde hoy queda el café, incluso propios que no se vendieron. Sin embargo, no era que el filósofo “tuviera un estudio como escritor, sino que era más bien desorganizado y no tenía una biblioteca muy organizada”. Escribía en todas partes, en el Parque de Envigado, en una banca, donde se le ocurriera. No lo dijo el director, pero, también quizá, leía en todas partes.

Muy cercano a Otraparte está Gonzalo Arango, fundador del nadaísmo. Una parte del archivo de este movimiento llegó en 1999 a la Pública Piloto, donado por el poeta Jotamario Arbeláez, quien hizo parte.

Del nadaísmo hay correspondencia, prensa, manifiestos, catálogos, escritos de algunos, documentos de Gonzalo Arango y otros que les interesaba. Gloria Soto precisa que hay varias secciones del fundador y de Jotamario, además de material gráfico, folletos y archivos.

En el boletín de la Piloto se lee que “a pesar de su desorden y su predicado odio por las formas culturales, los nadaístas acumularon durante toda su existencia un formidable archivo de manuscritos, mecanuscritos, publicaciones, obras artísticas y, sobre todo, una extensísima y fascinante correspondencia”.

Adentrarse, entonces, en los recovecos de estas bibliotecas y archivos que hicieron parte, alguna vez, de los rincones de estos personajes, y que pasaron por sus manos y por sus cabezas, es saber que ellos estaban más allá de sus letras, que estaban también en sus lecturas, en sus garabatos y caligrafía. En lo que decían otros.

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