Cuando escriba el punto final de esta nota emprenderé el más apasionante de los proyectos: quiero aprender a jugar. He decidido que debo volverme niña otra vez, para darles a mis hijas más momentos felices y, con ello, más elementos para defenderse en la vida.
Después de hablar con expertos y de leer lo que escriben los investigadores en psicología infantil, entiendo que el juego libre es tan importante como la alimentación y la buena salud.
¿Quién no recuerda las tardes que pasó en la infancia persiguiendo un balón, saltando la cuerda, ponchando a los amigos o escondiéndose detrás de un murito?
El juego libre, es decir, aquel no estructurado y que se realiza sin supervisión constante de un adulto, está desapareciendo de la infancia moderna. Así queda planteado en la investigación realizada por la cadena Discovery en el especial La infancia perdida.
Varios expertos advierten el costo para la sociedad que tiene haber dejado que los niños pasen tanto tiempo frente a una pantalla de televisión o limiten su imaginación a la estrategia de un videojuego.
Norman Echavarría, líder de la Escuela Deportiva y Cultural del colegio San Ignacio, lleva 25 años enseñándoles a los niños a divertirse. Este docente opina que "las cosas han cambiado" y que el juego al que acceden los pequeños en sus casas está muy mediado por los dispositivos.
"En sus casas pasan mucho tiempo frente al televisor, el computador o los videojuegos. O, cuando están fuera de las casas, el juego se enfoca en la competencia. En el colegio procuramos que ellos tengan ratos para el juego al aire libre, notamos que les gusta jugar con arena, con pelotas, juegan botetarro, yeimi, stop, golosa... Nosotros nos encargamos de enseñarles esos juegos acá".
Abigail González, docente del San Ignacio infantil, percibe en el discurso de lunes de sus alumnos que pasaron el fin de semana en un centro comercial, en cine o en una actividad cultural, pero no jugando. "Yo voy a muchas piñatas con los niños y los mismos padres me piden que juegue porque ellos no saben cómo entretenerlos".
Abigail destaca el valor que tiene para los niños que sus padres jueguen con ellos. "Que se tiren al piso, que suden con ellos, que cometan fallas. No hay cosa más maravillosa para un niño que ver al adulto convertido en un igual a él".
Riesgos del no jugar
Las actividades al aire libre son un estímulo insuperable en el desarrollo psicomotriz de los niños. La editora de la revista Psicology Today, Hara Estroff Marano va más allá y aborda los riesgos que existen ante la ausencia de juego libre.
"Hay investigaciones que demuestran la relación directa entre la falta de juego y la ansiedad infantil, la depresión, los problemas de autoestima, la fallas de memoria, el pobre desempeño académico, el déficit de atención, entre otros. Los procesos mentales y el desarrollo del lóbulo frontal del cerebro se estimulan cuando hay juegos". Para esta experta, ese desplazamiento del juego puede obedecer a que estas actividades no pueden ser medidas o no permiten que haya "ganador y perdedor".
El también psicólogo Carl Honore defienden las actividades extracurriculares en las se embarca a los niños, pero advierte que los padres pueden estar "exagerando al ocupar absolutamente todo el tiempo extra clases de los chicos con actividades, sin dejarles tiempo para que jueguen solos, simplemente para divertirse".
La paternidad jugando
Claudia Vasco, docente del programa Buen Comienzo, apunta que el desarrollo vital está ligado al juego y con él se nutre su dimensión cognitiva. En la primera infancia proponemos que los procesos de socialización se den a través del juego. El niño que juega con sus padres logra una comunicación más fluida con el resto del mundo".
Para esta experta, los riesgos que hay en la calle han privado a los niños del juego fuera de casa. Para eso propone que los padres "desarrollen estrategias divertidas con los niños dentro de las casas, pero que no olviden que la ciudad ofrece espacios seguros para actividades al aire libre".
Claudia recuerda que la convención internacional de los derechos de los niños y la Constitución Política de Colombia afirman que el juego es un derecho inalienable.
La seguridad de los menores es la gran limitante para la mayoría de los padres. De un lado, están los temores frente a la posibilidad de que un hecho de violencia ocurra cerca a ellos o los afecte directamente. Y de otro, el de que se lastimen en el desarrollo mismo del juego.
Para la primera variable, desgraciadamente, las respuestas se reducen a buscar espacios tranquilos y momentos oportunos. Para la segunda, la palabra final viene de David Yearly, director de la Sociedad Real para la Prevención de Accidentes en Inglaterra: "Los accidentes menores que pueden ocurrir durante el juego les permiten a ellos defenderse mejor y protegerse. Aprenden a valorar los riesgos, a entenderlos y saben cómo actuar. Paternidad es entregarles a los hijos el equipamento suficiente para sobreponerse a los riesgos", concluye.
Mis hijas, que todavía son pequeñas, se van a la cama temprano. Cada que hay gritos o carcajadas afuera de sus ventanas yo temo que se despierten. Los gritos vienen de otros niños más grandecitos que generalmente están jugando, corriendo y divirtiéndose afuera. Ya no voy a preocuparme, quiero que las risas se filtren por la ventana, que atraviesen sus mentes a través del sueño y llegue a ellas, intacto, el espíritu del juego para que las acompañe el resto de la vida.
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