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HISTÓRICO
Un poeta por el Caribe
  • Un poeta por el Caribe
  • Autor

Alberto Abello Vives


 Profesión:
Escritor

Nacionalidad:
Colombiana


 Contexto
Jorge García Usta nació en Ciénaga de Oro (Córdoba) en 1960, pero llegó muy joven a Cartagena, ciudad en la que se destacaría como un gran promotor cultural del Caribe hasta su temprana muerte a los 45 años el pasado 25 de diciembre.Como cuenta su amigo y colega Alberto Abello Vives, en este texto escrito en La Calera, Cundinamarca, a los 8 días de la muerte del poeta: ?Cuando Jorge se integra al grupo de fundadores del Observatorio del Caribe Colombiano, en 1997, y opta por establecer su sede principal en esa institución, ya es un investigador destacado. En adelante, durante siete años, se convierte en el incesante maestro de los jóvenes investigadores. El Observatorio fue también idea de él y sin él no sería hoy la misma institución. Allí no sólo fue el editor de la revista Aguaita y el asesor de su estrategia de comunicaciones, sino asimismo el más destacado y activo de sus investigadores; brindó, además, apoyo a la concepción de todos su programas como la Cátedra del Caribe, las Becas de Investigación Cultural Héctor Rojas Herazo, el Programa Leer el Caribe, las noticias@ocaribe.org y los estudios sobre la competitividad de Cartagena para la Cámara de Comercio. Jorge deja no sólo un buen número de trabajos publicados e inéditos, sino también un inmenso archivo documental esparcido por todos los rincones de su casa?.
    Autor Alberto Abello Vives Profesión: Escritor Nacionalidad: Colombiana Contexto Jorge García Usta nació en Ciénaga de Oro (Córdoba) en 1960, pero llegó muy joven a Cartagena, ciudad en la que se destacaría como un gran promotor cultural del Caribe hasta su temprana muerte a los 45 años el pasado 25 de diciembre.Como cuenta su amigo y colega Alberto Abello Vives, en este texto escrito en La Calera, Cundinamarca, a los 8 días de la muerte del poeta: ?Cuando Jorge se integra al grupo de fundadores del Observatorio del Caribe Colombiano, en 1997, y opta por establecer su sede principal en esa institución, ya es un investigador destacado. En adelante, durante siete años, se convierte en el incesante maestro de los jóvenes investigadores. El Observatorio fue también idea de él y sin él no sería hoy la misma institución. Allí no sólo fue el editor de la revista Aguaita y el asesor de su estrategia de comunicaciones, sino asimismo el más destacado y activo de sus investigadores; brindó, además, apoyo a la concepción de todos su programas como la Cátedra del Caribe, las Becas de Investigación Cultural Héctor Rojas Herazo, el Programa Leer el Caribe, las noticias@ocaribe.org y los estudios sobre la competitividad de Cartagena para la Cámara de Comercio. Jorge deja no sólo un buen número de trabajos publicados e inéditos, sino también un inmenso archivo documental esparcido por todos los rincones de su casa?.

  • Jorge García Usta se fue muy pronto, pero dejó como legado una gran obra.
El 12 de noviembre del año pasado, al mediodía, recibí una llamada telefónica del poeta Jorge García Usta en la cual pronunció una frase que hoy, una semana después de su muerte, me parece que lo retrata a plenitud, al definir el hilo conductor de su vida y su trayectoria creadora.

Ese cálido día, en la prensa cartagenera, se produjo el elogio unánime, por parte de empresarios y líderes gremiales, académicos y periodistas, autoridades y políticos, del gran desfile que había devuelto al pueblo cartagenero las raíces populares de la celebración del 11 de noviembre. Aunque el proyecto, orientado por Jorge García, se gestaba desde el 2004, no había podido implementarse por la cruda temporada invernal de ese año con sus miles de damnificados, que obligó a las autoridades a suspender las fiestas.

Pero el 2005, con las baterías recargadas, fue un año intenso de talleres de máscaras y disfraces, encuentros de maestros, líderes populares y folcloristas, investigaciones, conferencias y diplomados sobre la historia de las fiestas y su música que culminó en el gozoso desfile multitudinario de comparsas, cabildos, carnavales, carrozas y disfraces individuales, liderado por las reinas populares, que partiendo de la plaza de La Trinidad del viejo Getsemaní, bordeó el cordón amurallado, con el rumoroso telón de fondo de un alegre mar Caribe. Para el pueblo cartagenero fue como el grito de independencia de las fiestas populares (hoy denominadas, curiosamente, Fiestas de Independencia): de ahí su presencia masiva que contrastó con la escasa asistencia al evento paralelo organizado por el Concurso Nacional de Belleza.

Cuando Jorge contempló desde el Baluarte de San Pedro Mártir el auge de la nueva celebración novembrina concebida como un evento incluyente y solidario que recobra las raíces cercenadas de la tradición para convertirse en el eje de la Cartagena del futuro, me llamó y pronunció esa frase feliz que como un emblema sintetiza su fecunda, aunque breve existencia: ?El mundo sí se puede cambiar?.

50 horas después de la muerte de Jorge, el 27 de diciembre, a las 9 de la mañana, cerca de 40 líderes de barrio, de grupos folclóricos y representantes de entidades volvieron a reunirse, como lo han hecho, desde hace dos años, todos los martes, en esta ocasión para definir el plan de acción de las fiestas de 2006. Ese funcionamiento de puntual reloj suizo en la cálida Cartagena de Indias constituye un primer testimonio irrefutable del aserto de la convicción de Jorge y de su legado vivo como animador de la transformación social desde la cultura, de cuyas fértiles actividades soy testigo desde que lo conocí, hace más de 20 años. En ese entonces un Jorge juvenil apoyaba las pequeñas bibliotecas públicas de los barrios populares de la ciudad a la que muy pequeño lo había traído a vivir Nevija Usta, su ?madrísima, demasiada mujer, vida más alta que toda poesía?. El Jorge de las bibliotecas habría de ser el mismo que logró la salida del Festival de Cine de los fríos, herméticos y excluyentes auditorios a las plácidas plazas y los parques polvorientos y populosos de los barrios marginados.

II
En la infausta hora de su muerte quedaron sobre su escritorio en el Observatorio del Caribe Colombiano las páginas listas para la edición del número 12 de la revista Aguaita, esa aventura editorial caribeña que desde el primer número contó con la perspicaz supervisión de Jorge. Pocos días antes me había vendido un bono con una ilustración del pintor cordobés Cristo Hoyos para financiar el próximo número de Noventaynueve, la revista de sus pupilos. Jorge García Usta disfrutaba asesorando y corrigiendo pruebas de edición al tiempo que consumía con delicia suma la inmancable bolsita de diabolines que mantenía entre los papeles de su escritorio. Pronto ambas revistas estarán en manos de los lectores y de seguro saldrá también un nuevo número de E- Ch, la nueva revista de estudiantes de la Universidad de Cartagena.

Su primera experiencia editorial fue En tono menor, la revista cultural de finales de los 70, órgano de difusión de la obra de ese grupo de amigos talentosos del cual formaban parte Manuel Burgos, Pantaleón Narváez, Rómulo Bustos, Alfonso Múnera, Dalmiro Lora, Pedro Badrán y Pedro Blas Julio Romero.

En la primera mitad de los 80, Jorge me convocó para constituir la Fundación Cultural Héctor Rojas Herazo desde donde promovió el estudio y revaloración del sabio toludeño. Gracias a esa misión que Jorge asumió con tesón durante años, Rojas Herazo es hoy reconocido por las nuevas generaciones de lectores y críticos literarios y se han realizado reediciones de sus tres novelas y de toda su obra poética. El prólogo de Jorge a la segunda edición de Celia se pudre revela la profundidad del conocimiento que logró atesorar sobre la vida y la obra del que fuera su gran maestro.

Jorge puso sobre sus hombros (literalmente), la recolección, organización y edición de la valiosa obra periodística de Rojas Herazo, publicada en dos tomos, La magnitud de la ofrenda y Vigilia de las lámparas, por la Universidad Eafit. No olvido las cuatro mochilas que Jorge cargaba, como un árabe vendiendo mercancías por las calles calurosas de Magangué, cuando estaba en los últimos días de ese trabajo de años y las premuras de la editorial no le permitían un minuto de descanso. Valió la pena: hoy los estudiosos de la cultura caribeña tienen a su disposición esos textos que yacían dispersos en periódicos y revistas inencontrables.

La Fundación Rojas Herazo, bajo la tutela de Jorge García, promovió, además, la edición de las primeras obras de jóvenes escritores que hoy son figuras nacionales, y más: Rómulo Bustos, Pedro Badrán, John Jairo Junieles, Pedro Blas Julio Romero y Javier Ortiz Cassiani. Como las de ellos, pasaron por sus manos, las primeras publicaciones de muchos otros jóvenes. Recuerdo por lo menos tres series de publicaciones que suman unos 30 libros: la de la Fundación, la de la Alcaldía de Cartagenera y la del Instituto de Cultura de Cartagena.
A mediados de los 90, Jorge se sumó a la empresa que quiso darle a Cartagena otro periódico, El Periódico de Cartagena, como fuera llamado, en el que ocupó el cargo de editor general y director del magazín Solar (otro nombre emblemático de su labor), con el que se propuso (y lo logró) recuperar la riqueza perdida de los suplementos dominicales de la región. Con un resaltador amarillo en la boca, como un caramelo, Jorge gozaba de su trabajo como editor. Su obra en este campo, como la del García Usta activista cultural, es una prueba más de que el mundo sí se puede cambiar.

III
Jorge García fue despedido de El Universal. La razón: una nueva polémica que había desatado ante el despropósito de un alcalde autoritario de hacer, como es costumbre en Cartagena, obras donde no se necesitan. La ira del burdo burgomaestre provocó la abrupta salida de Jorge del principal periódico de Cartagena.

Ya el país sabía de él, pues para ese entonces había producido una de las mejores piezas de la investigación periodística nacional, con su extenso trabajo sobre la contaminación mercurial de la bahía de Cartagena. Cuando entre los dos organizamos un foro para ventilar el tema, a nombre del capítulo Cartagena de Cedetrabajo, agrupación de profesionales a la que ambos pertenecíamos, El Universal provincianamente editorializó: ¡No más foros!

Jorge García, así no estuviera vinculado de manera formal a algún medio, no dejó de ejercer el periodismo y contribuyó a formar nuevas legiones de jóvenes desde la academia (fue profesor -además de asesor cultural- de la Universidad de Cartagena, la Jorge Tadeo Lozano y de la Tecnológica) y desde la práctica misma.

En 2004, estuvo al lado de Daniel Samper Pizano y Germán Rey asesorando a la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (Fnpi) en el diseño de un centro para la memoria del periodismo. Intervino con gran lucidez en el I Encuentro de Periodistas del Caribe organizado también por la Fnpi con apoyo de Unesco. Diez juglares en su patio, libro de reportajes preparado con su amigo Alberto Salcedo Ramos constituye, un hito en la historia del periodismo del Caribe colombiano. El singular trabajo introdujo una nueva manera de valorar la producción cultural de los músicos populares.

IV
A la hora de comunicar sus conocimientos, los científicos tienen mucho que aprender del lenguaje periodístico para que la gente del común se apropie de los resultados y los beneficios de sus investigaciones. De igual manera, los periodistas, a la hora de investigar, tienen mucho que aprender del rigor y la disciplina metodológica de las ciencias sociales. Este equilibrio ideal lo logró Jorge García, en quien se aliaron la fluidez y la transparencia verbal del buen periodista con la formación académica en filosofía y letras para convertirlo en uno de los más importantes investigadores de la cultura del Caribe colombiano.

La migración árabe a la región, la música y la literatura del Caribe fueron los tres grandes temas que ordenan su trabajo investigativo. Asumidos con auténtica pasión, sus trabajos -desacralizadores, desmitificadores, profundos, brillantes-, presentados en simposios y seminarios, nunca vieron el punto final, pues Jorge se concedió el tiempo para revisar, corregir y hasta reescribir los textos de otros, pero no para los suyos.

¿A quién si no a Jorge se le hubiera ocurrido titular Cómo aprendió a escribir García Márquez a la minuciosa investigación sobre los años de Gabo en Cartagena, los de su encuentro fructífero con Rojas Herazo, Clemente Zabala, Manuel Zapata Olivella y Gustavo Ibarra Merlano, los tiempos míticos de la lectura de Antígona en la vieja casona de los Ibarra en la Calle Real del Cabrero y de las jaranitas en ese tenderete del mercado público de Gestsemaní, La Cueva (la que Gabo sí visitaba), a la que llegaban pasadas las 5 de la tarde al cierre de El Universal, luego de que Zabala, jefe de redacción, había corregido con severo lápiz rojo los textos de los noveles escritores García Márquez y Rojas Herazo?

A mi juicio, en sus memorias Vivir para contarla, García Márquez terminó por darle la razón a García Usta. Basta leer el despliegue que el Nobel da en sus páginas a los años cartageneros de su vida que habían permanecido en la sombra y el silencio hasta que García Usta se encargó de desempolvarlos. También se aproximó al periodismo de Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas, Juan Gossaín, Antonio J. Olier y Aníbal Esquivia, a la narrativa de Manuel Zapata O. y a la poesía de Luis Carlos López, entre otros. Muy poco de esto ha sido publicado.

V
Algún día escribió: ?Para divulgar la palabra hay que vivirla primero, en todos los ríos posibles?. Ese era el Jorge García Usta poeta, el autor de Libro de las Crónicas, El reino errante, Monteadentro, Noticias desde otra orilla y La tribu interior. En esta faceta de su obra se concentra todo su universo: su Ciénaga de Oro natal, la herencia literaria y la naturaleza humana de un Rojas Herazo, la presencia fértil de los árabes en el reino de Macondo, el cine, el Caribe rural y urbano y sus músicos populares. Y fue la poesía, leal a su etimología de poiein (transformación), la fuerza motriz que dio vitalidad a este hombre complejo y sencillo, como todos los hombres humildes de su pueblo, para enriquecer la cultura colombiana.

El Jorge García Usta poeta es en esencia el que pone en movimiento los otros perfiles de su vida fluvial que discurrió simultáneamente por cauces diversos hasta el doloroso día de la Natividad del diciembre pasado en el que confluyeron en el inevitable mar del morir. No obstante, el gran impulso y la fecunda energía que traía su poderoso caudal nos permiten predecir que habrá Jorge para mucho tiempo.

Como diría M. Yourcenar en Memoria de Diotima (Juana de Vietinghoff): ?quisiéramos creer que la disolución de la muerte no detiene un desarrollo tan inhabitual; quisiéramos creer que la muerte, para almas como la suya, no es más que un escalón suplementario?.

Texto editado del original publicado en El Heraldo.

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