Entiendo que uno de los presupuestos del urbanismo y del buen gobierno de la ciudad consiste en armonizar las decisiones y las obras con las costumbres, los tiempos y las rutinas de la gente. Tales conceptos, de puro sentido común, se olvidan o subestiman cuando, por ejemplo, se desbarata el trayecto más caminable y tradicional de la carrera Junín, a posta en plena temporada de Navidad. Ha sido un golpe durísimo no solo al comercio del sector, sino, sobre todo, al sentimiento de civilidad, al afecto por los referentes espaciales y temporales de los que vivimos en Medellín.
Al verbo juniniar, que solíamos conjugar y practicar desde la infancia y más todavía en la juventud, lo han mandado los planeadores urbanos al sanalejo de los vocablos regionales desuetos. Yace en el mismo diccionario de joyas de la antigüedad en el que figuran percha, comodita y escaparate. El gusto de juniniar empezó a extinguirse en los años en que al centro se le incrustaron construcciones que rompieron la estética equilibrada, dejaron anarquizarlo con miles de ventorrillos que lo volvieron intransitable y lo abandonaron a un destino ruinoso de basuras y bullicio. El deleite de juniniar también se esfumó cuando la junta de sabios de la época determinó que el Metro partiera en dos el centro y desfigurara el parque de Berrío y la plazuela Nutibara.
Un gobierno municipal no debe descuidar el sentido de la oportunidad, por más extensa, compleja y metropolitana que sea la ciudad. Las obras, por más importantes y necesarias, deben ejecutarse en sincronización con el tiempo y los tiempos de la gente, con cuidado de no afectar usos y modos de comportamiento integrados a la propia historia urbana. Me parece insólito que un buen periodista como el señor Alcalde, Alonso Salazar, dotado de razonable criterio de actualidad, consciente de lo que significan las condiciones espacio-temporales de la comunidad como fundamentos de la pertinencia de los actos de gobierno, haya permitido actuaciones tan desconectadas del aquí y ahora ciudadanos, como la destrucción de Junín en las semanas en que más tenía que lucir y atraer a propios y extraños, o la reparación de aceras y la consiguiente congestión nada menos que en los días de reanudación del año escolar.
El ciudadano tenso, acalorado bajo los rayos solares más calientes del país, entonces tiene derecho a basarse en los casos particulares para sacar conclusiones generales y explicar así la demora traumática del Metroplús o la persistencia de la inseguridad, por esa impertinencia acosadora de gobernar a destiempo, sin sentido de la oportunidad. Esa misma impertinencia ha mandado el verbo juniniar al archivo de las leyendas y tradiciones urbanas, como la comida con frisoles o el estreno en semana santa.
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