Si le cuento a un menor de 20 años que Medellín fue considerada durante mucho tiempo la capital del rock, con toda seguridad voy a tener serios problemas para detenerle un ataque histérico de risa. El joven no tiene indicios de que tal título haya sido cierto en algún momento de la historia. Le da un repaso al dial, y solo encuentra emisoras de vallenatos, chucuchucu, plancha, chispún y reguetón. Le da un repaso al dial y encuentra dos o tres emisoras que tercamente insisten en explicarle a sus limitadas audiencias que el rock está ahí, vivo, evolucionado, comprometido con nuevas y originales sonoridades, sumergido en otras culturas. Es probable que tengamos más emisoras de vallenatos que cualquier ciudad de la Costa Atlántica colombiana. Es muy seguro que aquí estén al aire más estaciones radiales que rinden culto al reguetón que en Puerto Rico o República Dominicana. Ese joven sale de rumba y solo escucha aquel sonsonete. Abre los periódicos locales y encuentra auténticas odas a un "arte" de dudosa profundidad. Enciende su televisor, y allí están todos los de camiseta apretada, motilado a ras, arete y gafas monster. No hay rastro alguno de la capital del rock.
Perorata de nostálgico. Palabras al viento de una generación perdida que asocia los mejores momentos de sus vidas a canciones de Led Zep, Black Sabbath, Queen, Genesis o Supertramp. Una generación con afiches colgados en paredes y discos importados celosamente guardados en sus plásticos originales…
Una generación que se paseaba entre viernes y sábados por más de 21 locales que programaban las más diversas expresiones de un rock en una explosiva etapa de creatividad.
Una generación para la cual la música era una forma de identificación, de pertenencia; una generación ya tranquila y tolerante que trata de comprender por qué estos nuevos sonidos ya no necesitan de músicos reales; que no se explica por qué todos los videos se filman en piscinas; que no entiende letras de canciones que dicen cosas como dale papi que estoy suelta como gabete.
Para nosotros, esos nuevos dinosaurios, la capital del rock ya es un triste recuerdo. Nos queda la realidad de una ciudad más moderna, supuestamente más abierta al mundo pero, paradójicamente, cada vez más corroncha.
Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4