México rinde culto a la muerte en una gran fiesta gastronómica con dulces, platillos y panecillos y cohetes; por estos días se desoye la macabra carcajada.
La costumbre de gran arraigo se celebra con jolgorios desde tiempos prehispánicos; es la fiesta donde la muerte se une con la vida.
En esta celebración los difuntos vienen a complacer a los vivos con su visita y estos en agradecimiento por la cortesía les brindan dulces, viandas, panes y otras ofrendas.
El personaje central de esta fiesta es “la catrina”, un esqueleto femenino engalanado en traje de fiesta, luce sedas y velos de tul; se le ve por doquier con su macabra carcajada llamando a los vivos para que le acompañen porque llego la hora del viaje sin retorno. Los cadáveres de personajes históricos se pasean en medio de la oscuridad por las plazas y calles coloniales de México.
Es común ver altares en honor a Pancho Villa, Doroteo Arango; Miguel Hidalgo y Costilla, Morelos y las ‘adelitas’ de la Revolución.
Para que el muerto llegue a su antiguo hogar los vivos deben guiar el alma del difunto con cruces de sal, cal y ceniza, un camino de flores, seis candeleros, doce cirios, tres incensarios y un aguamanil.
Para la llegada del muerto los familiares preparan un altar cubierto con un mantel bordado y adornado con papel de china en múltiples colores, finamente picado y representando la silueta de la ‘catrina’; en el primer nivel está el portal con una cruz y una fotografía del difunto y otras de momentos memorables como la del matrimonio, en el nivel intermedio se ponen pan de muerto, calaveras de azúcar que representan la Santísima Trinidad y al Padre Eterno, un buen tequila reposado de agave azul (para que el difunto se decida visitar a sus seres queridos), también hay cazuelas con las comidas que más gustaban el difunto; en el nivel inferior del altar se hace un camino de flores de color naranja que crecen en noviembre conocidas como ‘flor de muerto’ (zempoaxochitl) y símbolo de la tristeza. A los lados hay chocolate y atole, una bebida de harina de maíz con sabores. Incensarios y un copal de incienso purifican el ambiente para la llegada del difunto.
En su altar el difunto encontrara agua para tomar y restaurar sus energías después de tan largo viaje, también tendrá una jofaina con agua, jabón y toalla para lavar y secarse las manos y una cruz de ceniza para expiar algún pecadillo que el difunto no alcanzó a purgar en las llamas del purgatorio.
Los altares de los héroes de la patria son sencillos, el pueblo considera que estos eran personajes humildes, de costumbres y gustos austeros.
Los altares de muerto se caracterizan por el colorido de sus adornos con los colores de la muerte: morado, amarillo, rosa oscuro, negro y no ha de faltar el chiquihuite tortillero. Los altares de difuntos son el lugar donde los familiares y allegados lloran al difunto, lo recuerdan, veneran, le rinden culto y le invitan para que les honre con la presencia de su espíritu.
Los familiares prevén todo para la llegada de su ser querido; pues si el ánima de su ser querido está en el purgatorio se le coloca una imagen de las ánimas del purgatorio para que le saquen de esas llamas y pueda llegar al altar terrenal.
El cierre del altar se hace el tres de noviembre y tiene su propio ritual; al final de la fiesta el difunto debe regresar a su mundo de ultratumba y para ello se deben arrojar el agua del aguamanil sobre un árbol, una planta o a cualquier elemento natural que tenga energía positiva, la sal se debe arrojar al mar o al panteón donde se encuentra sepultado el difunto, las flores se entierran en un lugar natural, la despedida final se hace frotando la fotografía del difunto con una franela.
Este ritual cierre debe hacerse rigurosamente para asegurar que cada cual quede en su mundo, de no hacerse algunas almas quedaran en el mundo de los vivos; algunos aseguran que algunas almas que no pudieron salir del mundo de los vivos quedan en pena divagando en monasterios, salas pasillos y patios y suelen dejarse sentir en las noches de luna pulsando las desafinadas teclas de un piano de monacal o asomándose en las altas ventanas de las cúpulas de los templos escondidas en los sótanos, pozos y tuneles de las vetustas edificaciones o en archivo del arzobispo.