En los últimos años se ha agudizado la polémica entre el Ministerio de Educación, las secretarías locales y los gremios del magisterio sobre la duración de la jornada laboral y, puntualmente, los tiempos de los "recreos escolares", "descansos" o, lo que con mayor acierto algunos han llamado "pausas pedagógicas", que se empiezan a eliminar.
No voy a abordar el análisis de normas para dirimir la legalidad o no de las medidas gubernamentales sobre la permanencia de los docentes en las instituciones o la duración de los períodos de clase, pues sobre esto hay muchas cuartillas escritas. Mi interés es resaltar la importancia de esos descansos pedagógicos y expresar mi convicción de que son tan formativos, o quizás más, que las prácticas del aula.
Los descansos son otra escena de formación en la escolaridad. En ellos los maestros desempeñan su rol, quizás con mayor responsabilidad y trascendencia que en las clases. De hecho, la historia de la pedagogía registra muchas experiencias alternativas que ni siquiera contemplan la necesidad de tener clases, sino que, en un ambiente de convivencia, generalmente rodeado de naturaleza, se da el aprendizaje de forma más espontánea y libre, y con amplio abanico de opciones para los estudiantes con respecto a sus particulares intereses. Tal es el caso, por ejemplo, de las escuelas de Barbiana y Summerhill.
No conozco ninguna propuesta pedagógica seria que conciba la escuela como recinto sólo para impartir academia, porque esa es apenas una parte de los aprendizajes significativos que debe llevarse un estudiante de la escolaridad. En definitiva, lo que lo marcará como buen ciudadano, lo habilitará para convivir con otros y le dará una formación integral para su desempeño en la sociedad, es el aprendizaje que desde allí tenga para la socialización, para aprender a estar con otros, para formar la identidad construida desde la alteridad. Quizás por esa precariedad de oportunidades de socialización es que muchos brillantes profesionales delatan su formación incompleta cuando no saben tratar a los sujetos que intervienen en el ejercicio de su profesión.
Por eso, como director de instituciones educativas, siempre preferí que, en la eventualidad de jornada s escolares con alguna alteración académica, fueran los descansos pedagógicos los menos lesionados en su duración. Es verdad que son estos los espacios donde surgen los conflictos, pero también donde los estudiantes aprenden a dirimirlos, y se entrenan en el convivir con otros. Los descansos son la escena privilegiada para formar el ser social y arraigar el sentir colectivo.
De mi escolaridad, lo que más estimo, porque lo evidencio pegado a mis hábitos y modos, no recuerdo haberlo adquirido en las clases. Lo aprendí en los espacios de socialización y en esas otras cosas que oferta la escuela y no se califican.
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