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HISTÓRICO
La lucidez democrática de Agudelo Villa
Alpher Rojas Carvajal | Publicado
Si se quisiera identificar la cualidad más sobresaliente en el espíritu de quien en vida encarnó la fascinante personalidad del doctor Hernando Agudelo Villa, habría que detectarla en su talante de pensador demócrata y en su condición de estadista moderno cuyo amplio conocimiento de las estructuras de la sociedad lo llevó a hacer contribuciones centrales al debate sobre la crisis nacional.

La lucidez y la calidad de sus reflexiones no estaban solo en sintonía con las coyunturas complejas con las que un país y una sociedad desigual en constante confrontación ha intentado sobreaguar, sino que sus aportes teóricos y la inmanente acción de su trabajo sin pausas iluminaron y propiciaron procesos de largo aliento que entrañaban la formación de grupos humanos y la construcción de proyectos sostenibles como aporte sustancial al fortalecimiento democrático. No eran simples paliativos frente a los estragos del mercado y la corrupción clientelista, sino fuentes doctrinales orientadoras para cambiar la política, no para sustituirla.

Al lado de esta paradigmática y febril actividad por restablecer en el país y en el liberalismo una verdadera conciencia de justicia social y equidad, propició la movilidad política dentro de su partido en el que luego empezarían a florecer nuevas ideas y promisorias elites del pensamiento que Agudelo Villa había preparado en los Encuentros liberales (1966) y en el seno de la Sociedad económica de amigos del país.

Las características de su pedagógico liderazgo nacional y su prestigio internacional como miembro del comité de los nueve sabios y embajador ante la FAO, le habían conferido un meritorio lugar en la galería de personalidades consagradas en la historia democrática, al lado de Víctor Raúl Haya de La Torre, Raúl Prebisch, Gerardo Molina, Otto Morales Benítez, Carlos Lleras Restrepo y Alfonso López.

Pero esas mismas condiciones de su intelecto -de formidables alcances epistemológicos- y la penetrante agudeza de sus análisis sobre la desigualdad y los derechos humanos, le granjearon la animadversión de la premoderna plutocracia y de la tecnocracia neoliberal de su partido, cuyos actores más conspicuos utilizaron todos los recursos de poder para atajar sus justas aspiraciones de gobernar a Colombia con los instrumentos de la revolución democrática, cuando en 1976 se presentó como candidato presidencial.

Fue un gran parlamentario y sobresaliente Ministro de Hacienda y de Desarrollo, un dirigente natural de su partido y un destacado polemista de las ideas. Grande fue su influencia en el hemiciclo legislativo en el que presentó iniciativas cuyas líneas avanzadas desataban grandes controversias en los sectores tradicionales y a donde convocaba con frecuencia a grupos de ministros del régimen para rebatir de fondo sus políticas públicas retardatarias.

Planeaba cuidadosamente sus intervenciones y escribía en una prosa diáfana y fluida rodeado de libros y cuadros estadísticos en el silencio de su bien dotada biblioteca. Tenía el don de una oratoria clara, sin aspavientos retóricos ni concesiones a la demagogia. Su erudición histórica -particularmente de la economía-, su humor cáustico y el control sobre sus pasiones le permitían disertar con serenidad y maestría ante sus colegas del Congreso de la República como si estuviera ante ilustrados miembros de la academia. Siendo abogado escogió el campo de la investigación económica -después de graduarse en London Schools of Económics- , porque advirtió en esta ciencia la atalaya desde la cual podría iluminar las contradicciones de clase subyacentes en la sociedad. Como pensador de izquierda democrática tenía afinidades electivas con las teorías keynesianas y la visión Cepalina de América Latina, y esas fueron las principales -aunque no las únicas- fuentes en que apoyó sus criterios de oposición y búsqueda de alternativas a la concentración de la riqueza, al neoliberalismo y a la globalización económica.

Tenía un fluido contacto con prominentes actores de la comunidad internacional y era profesor invitado de universidades europeas y americanas. De allí que estuviera siempre actualizado en la dinámica de los acontecimientos políticos y económicos y que los centros de pensamiento lo tuvieran acreditado como uno de los más importantes líderes progresistas de América Latina. Con todo este bagaje construyó plataformas económicas y programas ideológicos, cuya sensibilidad social, visión prospectiva y coherencia política constituyen un conjunto armónico de tesis -publicadas en más de dos docenas de libros- a las que hoy se denomina con justificada razón El pensamiento Agudelo Villa.

No llegó a ser presidente de Colombia, pero pudo haberlo sido si hubiese regateado su ética y su honor a los postores de los monopolios y a los intereses dominantes del corporativismo transnacional que vieron en su concepción socialdemócrata una talanquera a su ánimo expoliatorio. No fue Agudelo Villa quien perdió la oportunidad de presidir el destino de los colombianos, fue la miopía política de la sociedad colombiana que al no elegirlo se privó de poner en marcha un conjunto de ideas con cuya vigencia bienhechora y ética no estuviéramos lamentando el frustrante oscurantismo que hoy acongoja a la democracia colombiana.
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