Sucedió por casualidad, como un simple gaje de la pobreza: ante la falta de incubadoras para los bebés prematuros, a los médicos se les ocurrió buscar la necesaria fuente de calor en los cuerpos de las propias madres.
Fue en 1978, en el Hospital Materno Infantil de Bogotá, que por esa época atendía unos dos mil partos al año. El once por ciento de tales partos correspondía a bebés que habían nacido antes de tiempo y pesaban menos de dos mil gramos.
El mecanismo ideado entonces –conocido hoy como Método Madre Canguro- consiste en poner a los bebés prematuros que pesan menos de dos mil gramos sobre el pecho de sus madres, en contacto piel a piel.
Madre e hijo están unidos por un pañal de lienzo que se asemeja a la bolsa ventral de los canguros. El procedimiento se desarrolla en forma intrahospitalaria, y cuando las condiciones del niño lo permiten se maneja en casa con un control ambulatorio.
Según la Organización Mundial de la Salud, el calor del cuerpo de la madre, cuando el método se aplica de manera dirigida, logra estabilizar la temperatura del bebé prematuro y ayuda a regular su oxigenación y su frecuencia cardíaca.
Esta conclusión generó polémicas en el pasado. Algunos médicos de los países desarrollados no le daban crédito al método.
Que el Plan Canguro fuera la consecuencia de la limitación de un país pobre, lo entendían sin problemas. Que resultara útil, se les antojaba discutible. Pero que además representara ventajas científicas les parecía el colmo del tropicalismo.
La incredulidad empezó a desaparecer cuando el importante pediatra Armand Whitelaw visitó el Instituto Materno Infantil en los años 80, y luego publicó un informe en la revista británica The Lancet. Whitelaw estimó que el plan canguro era "potencialmente benefactor de los bebés prematuros del mundo".
Al poco tiempo la doctora Kyllike Christensson, del Karolinska Institute de Estocolmo, realizó un estudio en Lusaka, Zambia, con ochenta bebés que presentaban algún grado de hipotermia. Los recién nacidos fueron divididos en dos grupos: una parte fue dejada en incubadoras y la otra quedó bajo los cuidados de sus mamás-canguro.
Al cabo de cuatro horas, el noventa por ciento de los bebés que habían quedado con sus madres alcanzó temperaturas normales, mientras que sólo el sesenta por ciento de los que estaban en las incubadoras lo había logrado.
La Fundación Canguro ha ganado decenas de distinciones internacionales. Cada vez hay más países desarrollados aplicando la técnica. Se estima que el método, además de su funcionalidad médica, fortalece tempranamente el vínculo afectivo entre madre e hijo.
Estas noticias tan buenas son aburridas en un país en el cual se exalta a quienes atentan contra la vida y se ignora a quienes ayudan a preservarla. Pero créanme: hay que mirar con más cuidado el ejemplo de quienes no se dedican a quejarse de las limitaciones, sino que las convierten en un reto.
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