- Reforzar el hábito positivo e ignorar el negativo es la clave del éxito.
- Solucionan los problemas con base en posturas y reentrenamiento.
- Se llaman etólogos y evalúan el comportamiento de los animales.
Natalia Estefanía Botero
Medellín
APaco las horas se le vuelven eternas cuando su amo no está. Entonces, este labrador decide desarrugar su ansiedad con una especie de caldo más espeso que las bolas de cuido con las que lo alimentan.
Y, para ello, empieza a mascar pared. Es una actividad frenética, sin duda, que remplaza por otros objetos que encuentra a su paso: muebles, medias e incluso la ropa interior de su dueña.
Pero, hay un detalle. Paco no era así y su dueña, alarmada, decidió contactar a Juliana Calle, una etóloga, o mejor, una médica veterinaria dedicada a la terapia de comportamiento para animales.
Luego de una sesión de dos horas en las que Juliana llena una completa historia clínica y descarta posibles problemas médicos, el clan de Paco es sometido a una especie de reentrenamiento.
La primera regla es no saludar a Paco cuando llegan al hogar, una tarea casi imposible porque quién puede ser indiferente a esa sobrecarga de cariño que irradia Paco cuando sus amos franquean la puerta. Sin embargo, señala Juliana, la regla es estricta, e incluye saludarlo luego de 15 minutos de haber entrado al hogar.
Esa especie de "indiferencia" es una de las estratagemas que busca no reforzar ciertos comportamientos, recalca Juliana, quien recuerda un caso reciente de un gato que no dejaba a su amo tranquilo.
Lo perseguía por toda la casa y una vez se sentaba a comer, el felino se subía en la coca y defecaba allí mismo en su comida, o en el lavamanos. El dueño lo reprendía con severidad y ya estaba tan cansado que antes de tomar una decisión drástica decidió abordar el problema desde otra perspectiva.
El desespero con el comportamiento de los animales es la principal causa de abandono o eutanasia de las mascotas, dice Juliana, quien sugirió a ese cansado amo algunas normas sencillas, entre las que incluyó no castigarlo y, simplemente, funcionaron.
Otros problemas
Pero la variedad de comportamientos que pueden volverse extraños en las mascotas es tan extensa como particular la personalidad de cada animal. Están los perros que aúllan sin control, los que dan vuelta sobre sí mismos para morderse la cola, los que se lamen todo el tiempo hasta crear problemas de piel o dejar el hueso al descubierto, los que esculcan comida en la basura o los que muerden y son agresivos.
Y también se clasifican como extraños los pedidos de los amos que creen que sus mascotas son una extensión de sus vidas. Ahí están los que quieren que su perro caiga en la nota cuando su dueño toca piano, o los que creen que sus pequeños perros son unos bebés, a los que hay que echar colonia, vestir y peinar.
"Eso no está mal", precisa Juliana, quien agrega que los problemas comienzan cuando se le da a la mascota el lugar que no corresponde, o cuando se cambian ciertas condiciones que alteran su temperamento.
Es el caso de perros ansiosos que conviven con adolescentes ruidosos o los que empiezan a ser agresivos cuando se cambia la empleada y se orinan en frente de quienes les pegaban pequeñitos.
Por ello, cuando se reúne con la mascota en cuestión lo hace en su espacio, con toda la familia y empleados, con el fin de observar qué sucede.
"Esto no tiene nada de magia", precisa Juliana, quien aclara que no se necesita hablar porque los animales no entienden el lenguaje verbal. Toda la terapia funciona es con base en posturas corporales y en el clásico principio de reforzar los comportamientos positivos e ignorar los negativos. Así se evita que los animales vayan al "sicólogo" y puedan vivir como mascotas.
El afecto es vital para estos animales
Los animales en cautiverio se adaptan, pero tal como relata Martha Cecilia Ocampo, médica veterinaria del Zoológico Santa Fe, algunos pueden presentar conductas como bambolearse, quedarse abstraídos o rascarse demasiado. En este caso, se les enriquece su ambiente y se les ayuda a que ocupen el tiempo disponible que no emplean en conseguir alimentos. Según Ocampo, los animales salvajes no deben convertirse en mascotas, tal como sucede con los loros, los cuales hacen pareja con los humanos y sufren con el estrés del encierro.