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Los Jungla, una élite de valientes y luchadores

14 de junio de 2008
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La imagen de uno de sus "alumnos" dormido, aferrado a un árbol y con las manos engarrotadas por el frío ronda por la cabeza del subintendente, Óscar Zapata, instructor de los cursos Jungla de la Policía Antinarcóticos.

Ya no recuerda en cuál fue, pero el 7 de junio, mientras veía que 86 hombres (13 extranjeros) sacaban fuerzas de donde no las tenían para terminar la última prueba después de 17 semanas de entrenamiento, muchas anécdotas se vinieron a su mente.

"Para zafar a ese que le cuento, hubo que encender una fogata, esperar a que se calentara y se le pudieran despegar los dedos. ¡Es que a muchos les da hipotermia!", cuenta Zapata.

Sus explicaciones sobran en medio del frío que se siente a las 5 a.m. en el centro de instrucción de la Policía de Facatativá (Cundinamarca).

A esa hora, en el "campamento guerrillero" que debían desmantelar los estudiantes, comenzaba a llover, el frío impedía sentir la punta de los dedos, el olor a pólvora invadía el aire y los estruendos de las explosiones hacían imposible oír el rugido de los estómagos.

La fuerza para terminar el ejercicio se las daba el saber que en un cerro cercano los esperaba un vaso plástico con aguapanela caliente y un pan-perro. Con ese desayuno darían fin al proceso de ocho fases que los convirtió en un grupo élite de la Policía Nacional.

Por eso, cuando terminaron el simulacro, el coronel José Ángel Mendoza Guzmán, subdirector de la Policía Antinarcóticos, no ocultó su orgullo. "Cuando uno va con un Jungla se siente seguro porque es gente que se le mide a todo. Saben moverse en la selva, en el agua, conocen el armamento, los explosivos, saben de táctica y siempre piensan en equipo".

Su orgullo se hacía mayor al pensar que esta promoción fue la quinta con participación internacional con estudiantes de Belice, México, Panamá, Chile, Guatemala, Perú y Brasil. Antes, Colombia tenía cupos disponibles, ahora son las policías y organismos de seguridad extranjeros los que demandan hacer parte del programa.

Muchos desertan
Perder el contacto con la familia es lo que más les duele a los participantes. Si para los colombianos que cuentan con el celular es difícil, para los extranjeros lo es más porque la relación se limita a unos pocos correos electrónicos.

Los 86 hombres con edades que oscilan entre los 25 y los 38 años, son los sobrevivientes de un grupo de 139 que pasaron los exámenes sicológicos y médicos que certificaban su aptitud para iniciar el proceso.

"Hay gente que se sale en el camino. Unos se hacen los enfermos, otros dicen que no dan más. Algunos lloran para que no los saquen, pero se imagina el remordimiento si uno se da cuenta que mataron en un operativo a un estudiante que uno dejó seguir, sabiendo que no tenía las capacidades", se cuestiona el subintendente Zapata.

Cada vez que uno se retira, explica el capitán Édgar Flórez Cañas, se hace un proceso para determinar las causas. Si se encuentra alguna anomalía, el uniformado hasta podría ser retirado de la institución.

Y es que el curso Jungla, además de exigente, es uno de los más costosos que se dictan en el país: las 17 semanas de entrenamiento demandan unos 17 millones de pesos por cada participante. Buena parte de los recursos, asegura el coronel Mendoza, provienen del gobierno de Estados Unidos.

Peder peso
A una voz, los participantes aseguran que la experiencia ha sido excelente, en especial para los extranjeros que estaban acostumbrados a realizar operaciones urbanas.

Fueron 17 semanas en las que no solo tuvieron que cargar en su espalda un morral de campaña con unos 25 kilos, sino aprender el manejo de explosivos y armas que algunos nunca habían visto en su vida; y convertirse en expertos nadadores, cuando muchos de ellos difícilmente eran "nadadores de piscina o de charco".

Ninguno se lamenta de los 15 kilos que, en promedio, perdieron durante la instrucción o de los 38 grados a la sombra que tuvieron que soportar en El Espinal (Tolima).

"¡Yo nunca había visto un termómetro marcando 38 grados!", afirmó uno de los chilenos, mientras sus compañeros de curso reían a carcajadas.

Al mexicano, lo esperaba una realidad muy dura en su país, donde los policías libran una guerra contra los carteles del narcotráfico, similar a la que vivió Colombia en los años 80. Tal vez por eso se rió al pensar que era más fácil pasar todo un día con el agua hasta el cuello en la represa de Betania.

Para Zapata, ser Jungla es un estilo de vida en el que se aprende a trabajar en equipo, a pensar en los otros y sobre todo, se entiende que la vida no se acaba cuando no hay donde comprar una hamburguesa y una gaseosa. "Uno aprende que con determinación puede hacer todo".

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