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"El orden de los hombres no depende de los dioses, depende de los hombres". Bajo ese postulado nació el proyecto democrático en la antigua Grecia.
Todos anhelamos que la banda presidencial cruce el pecho de un hombre íntegro, ejemplar. ¿Será por eso que esta campaña se ha caracterizado por escarbar en las debilidades humanas de los candidatos, más que en sus carencias programáticas o como políticos?
Caudales de tinta envenenada desvían nuestra atención hacia la anécdota: apariencia física, origen familiar, encuestas y presencia en redes sociales. Mientras tanto, en internet circulan promesas de campaña que parecen redactadas en un amanecer enguayabado.
Nos cuesta entender que la política no es Divina. Los candidatos son seres humanos, sometidos a tan frágil condición.
Antanas Mockus ha sido calificado como el "cuarto candidato uribista" (los argumentos del columnista evidencian que ni ha ojeado sus propuestas). Se ha comparado el simbolismo de su discurso con el de Hitler: no hay que ser experto en semiótica para reconocer la distancia conceptual entre el girasol y la esvástica. Se ha escrito sobre el párkinson para demeritar al aspirante a la presidencia, cuyo diagnóstico, según han indicado (públicamente) neurólogos, no afecta su desempeño intelectual, bajo un adecuado control médico.
Ahora, las creencias: Mockus es el único candidato que ha usado repetidamente una imagen religiosa para ilustrar una idea. "Es más grave robarse una hostia consagrada que una hostia sin consagrar (para referirse a los recursos públicos)". Él no va a misa. Tampoco es ateo. Y así lo fuera: el artículo 13 de la Carta Magna garantiza la libertad de opinión filosófica, y el 19, la de cultos.
Mockus ha tenido declaraciones desafortunadas, al igual que Santos, Vargas Lleras y Sanín (Petro y Pardo suelen ser más acertados al exponerse).
"Ni la contradicción es indicio de falsedad, ni la falta de contradicción es indicio de verdad", dijo Pascal.
Mi voto es por el hombre que se bajó los pantalones frente a un auditorio. Por el hombre que se casó sobre un elefante: entre un tipo transparente que recita sus votos sobre un paquidermo y un pícaro que llega al altar en cuatro ruedas, me quedo con el primero.
En Dios se cree o no. Dios no entregó un decálogo de promesas sino de exigencias. De Dios se espera la vida eterna. La fe no exige ver ni tocar.
En el candidato verde confío (en su proyecto, honestidad y capacidad), pero no creo ciegamente. Soy yo quien le exige un país mejor. De él espero condiciones justas de vida, aquí y ahora, para los colombianos. Exijo ver y tocar obras concretas.
¡A la basura el mesianismo!
Nuestro orden depende de nosotros. Dios no necesita votos.
Soy una simple ciudadana, no soy empleada ni devota ni fanática de nadie. Voto por un ser humano que se va a equivocar, sin duda. Y voto con una única certeza: si mi candidato llega a la Casa de Nariño e incumple sus promesas, se las voy a recordar.